La dignidad humana no es cuantificable
La
dignidad humana es un valor intrínseco que trae el ser humano desde su
concepción hasta su muerte, dignidad que se transfiere a la realización de las
categorías de unos derechos humanos. Sin embargo, el ser humano
es mucho más que lo mencionado, como veremos más adelante.
Se dice de una persona que posee dignidad cuando se
valora a sí misma, por encima de las necesidades del momento o de las
exigencias de los demás. En este caso se puede considerar sinónimo de integridad
u honor. Por ello se defienden los derechos inviolables que le son inherentes,
como el derecho a la vida, el derecho a tener bienes y el libre desarrollo de
la personalidad. Si a esto se une el respeto a la ley y a los derechos de los
demás, se tiene el orden político y la paz social.
Por la dignidad que tenemos no debemos ser manipulados ni
tratados como objetos de placer, de extorsión o de explotación.
¿Cómo
hacer valer la dignidad humana? Se requiere educación en
las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), la
educación de la voluntad y de los afectos, se requiere escuchar la propia
conciencia y nunca actuar en contra de ella, ponerse límites y respetar los
límites de los demás, respetar y aprender a decir que no. Así se vive una vida
responsable y digna.
¿Quién
le da la dignidad al ser humano? Dios, la naturaleza humana
misma. Tener dignidad simplifica respetar la integridad física, emocional e
intelectual de cada persona. La dignidad de cada persona constituye la base del
Estado de Derecho. Los derechos humanos constituyen la expresión jurídica de un
proceso en curso para proteger, respetar y garantizar una vida digna.
Entre los creyentes se afirma que la dignidad humana la
da el estar hechos a imagen y semejanza
de Dios, como dice la Biblia: “a imagen de Dios los creó, macho y hembra
los creó” (Génesis 1,27). Dios coloca a la criatura humana en el centro y en la
cumbre de la creación. Nuestra inteligencia es un chispazo de la Inteligencia divina. Ser persona a imagen y
semejanza de Dios comporta existir en relación a otro “yo”.
La persona humana ha sido creada, amada y salvada en
Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de
justicia y solidaridad con las demás personas. La solidaridad de los pueblos y
de las naciones está conformidad al designio de Dios, que no deja de mostrar su
amor y su providencia. La dignidad exige
que el hombre actúe por convicción interna. El hombre aprecia la libertad y
la busca con pasión. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia
decisión para que así busque espontáneamente a su Creador, y, adhiriéndose
libremente a éste, alcance el fin para el cual fue creado.
¿Por
qué hay mal en el mundo? Porque el ser humano tiene libertad y provoca
desequilibrios en el hogar, en la política, en su cuerpo y en el medio ambiente
por el mal uso de su libertad. Y Dios respeta esa libertad porque no quiere esclavos,
sino hijos. El poder de determinar el bien y el mal no pertenece al hombre,
sino sólo a Dios (cfr. Génesis, 2, 16-17). La libertad no se opone a la
dependencia creatural del hombre respecto a Dios.
Algunas
reflexiones
¿En qué lugares no se respeta con frecuencia la dignidad
humana? En algunos laboratorios que hacen experimentos con células germinales
humanas o con embriones humanos; en algunos penales de diversos países; en
juzgados donde se culpa al inocente a sabiendas; en las familias donde no el
varón no sostiene el hogar y se le da a la mujer maltratos; en los países
comunistas donde se atropellan casi todos los derechos humanos porque hay
abusos, robos, injusticias y falta de libertad, etc.
La
riqueza existe para ser compartida. ¿Cuál riqueza? La del
conocimiento, la cultural, la artística, el dinero y la riqueza material. Quien
es millonario debe de saber que es
administrador, no dueño, y debe compartir sus bienes en la medida en que le
dicte su conciencia bien formada. ¿Por qué? Por
el destino universal de los bienes, porque los bienes de la tierra son para
todos, no para los “acaparadores” o abusivos. Hay que partir de que el ser
humano tiene una sed infinita de poseer,
si no vive la templanza -virtud muy valorada por los griegos en la antigüedad-,
ya que de allí parten todas las virtudes, de la templanza en el beber, en comer,
en el hacer y en tener.
Comentarios
Publicar un comentario