Formación bíblica

 


No hay libro más importante que la Biblia porque es Palabra de Dios, para el creyente. De allí la importancia de la formación bíblica, así como de la interpretación y de la lectura meditada de ella.

La Biblia recoge las grandes cuestiones que se plantean a la humanidad desde las antiguas culturas hasta la nuestra como: ¿por qué está ordenado el cosmos a pesar de ser tan inmenso?, ¿cómo se explica la existencia del mal en el mundo?, ¿qué sentido tiene la vida?, la importancia de conocer la ley natural, saber quién soy y adónde voy, etc.

A través de toda la Biblia se descubre que la persona clave es Jesús, el Mesías esperado, el Deseado. La Palabra de Dios da sentido a nuestra vida y a la vida del mundo. Benedicto XVI afirma que, nosotros, creados a imagen y semejanza de Dios amor, sólo podemos comprendernos a nosotros mismos en la acogida del Verbo y en la docilidad a la obra del Espíritu Santo (Verbum Domini).

Desde la perspectiva de la historia de la salvación nos lleva a descubrir la posición única y singular que ocupa el hombre en la creación (VD, n. 9). Esto nos permite conocer los dones preciosos recibidos: el valor del propio cuerpo, el don de la razón, la libertad y la conciencia. Quien conoce la Palabra divina conoce también el sentido de cada criatura.

Puntualizaciones

Llamamos hagiógrafos a los autores de los libros bíblicos, que inspirados por Dios, pusieron por escrito “la obra de un pueblo”, en el contexto de su cultura y de su tiempo. Pensemos por un momento el modo distinto en que contarían hoy un acontecimiento nacional o mundial, una niña, un anciano, un periodista. Por eso se hace imprescindible el estudio de los géneros literarios: narraciones, poemas, leyes, leyendas, cartas, oráculos, hechos históricos, historias didácticas, etc.

Los autores sagrados expresaron lo que Dios les inspiraba con sus propias palabras, sus modos de decir y su cultura, es decir, en el contexto de su realidad histórica.

Para comprender la relación entre Biblia e historia hay que tener en cuenta tres puntualizaciones:

a) La historia bíblica es verídica en cuanto a su finalidad religiosa, aunque imperfecta a cuanto a datos y métodos;

b) La Sagrada Escritura contiene una doctrina que corresponde a la historia real o a la realidad histórica, por ejemplo, sobre la existencia de Cristo, sus hechos y sus palabras;

c) tener en cuenta los géneros literarios.

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. De modo análogo, la Palabra de Dios se hace lenguaje humano para comunicarnos su Revelación. La Biblia nos dice la verdad que Dios ha querido revelar para nuestra salvación. Nos enseña la verdad religiosa. Se necesita fe, paciencia y humildad para leerla. La Biblia es Palabra que permanece viva en la comunidad cristiana.

La belleza de la fe, en la forma en que la transmite la Biblia, puede descubrirse por medio de la “lectura orante” (lectio divina). Las notas explicativas ayudan a conocer el contexto, las costumbres, la mentalidad de los israelitas y más.

El Papa Benedicto XVI plantea el pecado como “la falta de escucha a la Palabra de Dios”. Y propone dejarnos plasmar por esa Palabra, ello requiere hacer una lectura orante de la Biblia, y conduce a la alegría de vivir y de servir, porque “cada hombre es el destinatario de la Palabra de Dios (…). (El hombre) no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo” (VD n. 22).

Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. El hombre ha sido creado en la Palabra y vive en ella; el hombre no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo. La Palabra de Dios revela la naturaleza filial y relacional de nuestra vida. Estamos verdaderamente llamados por gracia a conformarnos con Cristo, el Hijo del Padre, y a ser transformados en Él (Verbum Domini, n. 22). Y sigue diciendo: “En este diálogo con Dios nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a las cuestiones más profundas que anidan en nuestro corazón” (Idem, n. 23).

La Virgen María era una gran lectora de la Biblia y esto se refleja en su oración de El Magnificat.


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