No entristecer al Espíritu Santo
En su Carta a los efesios dice San Pablo que no
hay que entristecer al Espíritu Santo, con el que hemos sido sellados para el
día de la redención. Y puede uno pensar, ¡cómo!, ¿se puede entristecer
al Espíritu Santo? ¿Cómo le hago para no entristecerlo? Y el mismo Pablo
responde: “Que desaparezca de ustedes
toda amargura, ira, indignación, griterío o blasfemia y cualquier clase de
malicia. Sean, por el contrario, benévolos unos con otros, compasivos, perdonándose
mutuamente como Dios nos perdonó en Cristo” (4,30-32). En otro momento nos
aconseja evitar “la fornicación y toda impureza o avaricia, palabras torpes y
conversaciones vanas” (Ef 5,4).
A veces se
nos olvida dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, y nos quejamos
demasiado. La persona que logra desterrar las quejas, deja fuera los
pensamientos negativos, y consecuentemente son más felices. Cuanto más se queja
una persona, más se quejan los que están a su alrededor.
Unas personas
hicieron un experimento: no quejarse durante un mes. Las quejas contaminan el ambiente. Hay que definir “queja”. Una
queja es un comentario que nos hace sentirnos superados por esa realidad. Hay
acciones para estar un mes sin quejas: entre ellas, está que traduzcamos las
quejas en soluciones. Si hace frío, abriguémonos más, que cada queja vaya
acompañada de una solución. Usemos el “pero” positivo. Si se nos escapa una
queja, añadamos un “pero” que neutralice lo negativo. “No me gustan las lentejas,
pero tienen mucho hierro”. Cambiemos el “tengo que” por el “voy a”. En lugar de
“tengo que sacar la basura”, “voy a sacar la basura”. De ese modo eliminamos
una obligación y la transformaos en disposición para la acción.
El buen
humor es la verdad llena de simpatía. Hay que acostumbrarnos a ver a
Dios detrás de todo. A veces le echamos la culpa a una persona, a un jefe o a
una institución, ¡y es Dios quien está detrás! corrigiéndonos.
Que importante es que caminemos in novitate sensu, con la
novedad de encontrar que todo es gracia, que cada día supone un regalo inmenso
de Dios a cada uno. Es
conveniente que nos demos cuenta del mal que hay en el mundo, pero sin dejarnos
abatir por los trazos sombríos. Analizamos las realidades terrenas con el
optimismo de los hijos de Dios, que no se amilana ante ellas.
Sana Teresa de Jesús decía a su comunidad: “Esta casa es un cielo, si le
hay en la tierra, pero para quienes se contenta de sólo contentar a Dios”. El
Papa Francisco twitteó: “Felices los que ven especialmente lo bueno de los
demás”.
Si es posible entristecer al Espíritu Santo, también es
posible alegrarlo. ¿Cómo? Luchando por
tener buen carácter, teniendo conversaciones interesantes, manifestando
amabilidad y afecto a los que nos rodean, y manifestando amor a Dios en la vida
diaria haciéndole caso. Tenemos una breve
anécdota al respecto: En la iglesia de los capuchinos de Rovigo, Italia, el
viacrucis tiene una estación sin terminar. Es la 11ª estación, que representa
la crucifixión de Jesús. Faltan los clavos en las manos del Crucificado. Los
visitantes preguntan cuál es la causa de la falta de los clavos, y el guía les
explica. Se cuenta que el artista, Juan Milani, estaba trabajando en esa
estación –ya estaba prácticamente lista, sólo le faltaban algunos retoques-
cuando lo interrumpieron y tuvo que salir, y dejó abierta la puerta del taller.
Al volver se encontró a su hijo, de pocos años, que arrancaba los clavos a
Jesús con esmero. Su padre, conmovido ante la escena, no tuvo valor de volver a
poner los clavos. Y así se quedó hasta hoy.
Arrancar los clavos a Jesús significa desagraviar su
Corazón, hacer penitencia, rezar por nuestra conversión y la de los demás;
aliviar el peso de nuestros hermanos, consolar al que sufre, visitar al que
está solo, sonreír cada día... Y todo eso, seguramente alegrará al Espíritu
Santo.
Ayuda hacer esta oración: Espíritu Santo, que habitas en María,
condúceme a la fuente de misericordia: allí está la vida nueva, allí está la
santidad.
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