La Última Cena fue la primera Misa
El Jueves
Santo Jesús instituye la Eucaristía
Podríamos afirmar que la Última Cena fue la primera Misa, no
fue memorial, fue anticipación del cruento Sacrificio de Cristo en la Cruz.
Ambas son una sola e idéntica Misa que comienza en la Última Cena. La cena
judía tenía una serie de pasos que Jesús siguió. En el tercer cáliz hizo la
consagración del pan y vino, y dijo que esa era la Nueva y Eterna Alianza. Hay
una cuarta copa que no aparece, es la copa de comunión. Durante la crucifixión
le ofrecen vinagre para aliviar un poco el dolor, lo prueba pero no lo toma. La
Cena pascual se extiende hasta que antes de expirar dice “Todo está cumplido”.
La Misa no es sólo un don para la Iglesia, es el Don
infinito, Don de Jesús de Sí mismo, las puertas del Cielo son abiertas por la
fuerza del Cordero de Dios.
Hemos de vivir intensamente la Santa Misa: la celebración y
la adoración fuera de la Santa Misa. Y enamorarnos de Jesús en la Eucaristía, hablarle,
adorarlo en el Santísimo sacramento del altar. Poner en primer lugar de nuestra
vida la Santa Misa del domingo y los días festivos, que sea para nosotros una experiencia de Dios.
Al participar en la Misa adoramos a Jesús en el santísimo
sacramento, así estaremos unidos al mundo entero. Jesús será nuestro Amigo y no
hablaremos de Él como de Alguien que conocemos escasamente, sino de quien
estamos enamorados. Podemos ser testigos del amor que Dios nos tiene.
No llegar al último momento a la celebración; llegar con
antelación y, una vez finalizada, podemos quedarnos un lapso de tiempo para dar
gracias. Juan Pablo II hacía diez minutos de Acción de Gracias en silencio.
En la consagración oímos: “Tomad y comed todos de él porque
esto es mi Cuerpo que será entregado por ustedes” (Lc 22, 19; 1 Cor 11,24).
“Tomad y bebed de él porque esta es mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y
eterna, que será entregada por ustedes”. Ya no es más pan y ya no es más vino,
se hace presente Jesucristo en toda su humanidad y en toda su divinidad. Allí
está la sangre derramada por nosotros.
El Señor ofrece su Sangre en sacrificio redentor para
aquellos que lo hayan aceptado como Salvador. Cambia la sustancia y se
mantienen los accidentes (el ser en el otro). La esencia del pan y de vino
dejan de serlo y es el Señor quien está presente.
San Cirilo de Jerusalén exhortaba a no ver en el pan y en
el vino meros y naturales elementos, la fe te lo asegura, aunque los sentidos
te sugieran otra cosa. Santo Tomás de Aquino dice en el Himno Pange lingua: “Que la fe supla el
defecto de los sentidos”. Y también dice que una sola gota de Su Sangre puede
lavar al mundo entero. El Señor nos ha ayudado en esto con tantos milagros
eucarísticos.
Cuando cae una partícula de hostia al suelo, se levanta y
el sacerdote la pone en el Piscis, y éste se guarda en el Tabernáculo, pues
está allí la Presencia real de Jesús.
El Cuerpo y la Sangre adorables de Jesús son los que están
realmente delante de nosotros. Es inenarrable. Apenas alcanzamos a rozar el
misterio. Es insondable su amor. Vamos a tener toda la eternidad para meditar
este misterio.
El gran santo de la adoración es San Pedro Julián Eymard
(1811-1868), él decía: Si pudiéramos ver en toda su realidad el misterio del
altar, después de la consagración, veríamos a Jesús en la Cruz ofreciendo al
Padre, sus llagas, su Sangre, su Muerte para nuestra salvación y la del mundo
entero; veríamos postrarse a los Ángeles alrededor del altar, asombrados por
ese Amor de Dios. Oiríamos al Padre del Cielo decir, como en el Tabor: “Éste es
mi Hijo muy amado, en quien tengo opuestas todas mis complacencias. Adorarlo y
servirlo con todo el corazón”.
San Francisco de Asís decía que al Señor hay que darle lo
mejor, los mejores cálices, los mejores lienzos y ornamentos. Lo cito: “El
hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería
conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar, en las
manos del sacerdote”.
En la Última Cena, el Señor consagró a esos comensales
suyos, hizo sacerdotes y Obispos a sus Apóstoles. Les dio el mandato y los
revisitó de ese poder.
“El sacerdote abre el Cielo para que Cristo venga a la
tierra. El sacerdote no obra por sí mismo, sino que se ha revestido de Cristo.
El sacerdote no se pertenece… El Señor actúa y obra por medio del sacerdote, y
pronuncia por boca del sacerdote las palabras santas que transforman cosas
terrenas en un misterio divino”, decía Ratzinger. Son misterios inefables del
amor de Dios. El Jueves Santo se recuerda la institución de la Eucaristía y del
Orden sagrado. La Eucaristía es un misterio que nos deja sin aliento, ¡nos
asombra! En la elevación comprendemos que es Él quien nos sostiene. Hay que
rezar para que los sacerdotes no caigan en la rutina.
Algunas personas no saben qué es la Misa. ¿Qué es la Santa Misa? La renovación del Sacrificio de Cristo en la Cruz, pero de modo incruento.
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