¿Por qué lo mundano es más atractivo que el bien?
Porque
lo mundano es como un regalo en que su envoltura es hermosa, deslumbra, seduce,
en cambio el bien es más bien modesto de entrada. Nosotros tenemos una ventaja,
tenemos un espíritu humanamente atractivo y, sobrenaturalmente hermoso.
Impacta. Eso está a nuestro favor.
¿Qué
significa ser una persona mundana? La persona inclinada a los placeres y
frivolidades de la vida social y omite todo lo que sea favorecer al más
desvalido. Los placeres mundanos alejan de la vida del espíritu y aproximan a
los placeres del cuerpo: comida, bebida, lujos riquezas, relaciones íntimas,
etc.
Según
una doctrina oriental hay 108 deseos terrenos que nos torturan a lo largo de
nuestra vida. El objetivo final sería perderlos todos. Entre ellos están la
bajeza, la blasfemia, pesimismo, el sabelotodo, el afán de poder, los celos, el
desinterés, la dureza de corazón, la gula, la ira, la venganza, la vanidad,
etc.
¿Por
qué lo mundano es más atractivo que el bien? Porque ser materialista es más
fácil, pero no compensa, eso no llena. El ser humano busca lo infinito en
belleza, bondad, amor y verdad, y eso sólo lo encontrará en la otra vida –en Dios-,
si cumple los Mandamientos y hace un rato de oración. Hay que ser del mundo, pero no mundanos, superficiales.
Stephane Piat escribe: Es
duro, pero es sano ante los ojos de Dios, el no estar habituado a administrar,
a invertir. La falta de recursos habitual hace que el espíritu sea menos
calculador, el alma más solidaria, el corazón más obediente. La ayuda mutua es
una cosa natural entre los trabajadores humildes. Psicológicamente, se muestran
más abiertos a los impulsos de la caridad: no hay nada en ellos que haga sombra
a las exigencias del Evangelio. En este aspecto, la compensación juega
completamente a su favor. …Un pobre que, con su fuerte deseo, tiene un alma de
rico, no está en estado de participar en la bienaventuranza. Inversamente, el
rico que, por el desprendimiento del corazón, el deseo de servir, la moderación
en el uso de los bienes, la compasión hacia toda tribulación, la aceptación de
los eventuales reveses de fortuna, se constituye un alma de pobre, se coloca
entre los privilegiados. “Dichoso aquel –exclama David en el salmo 70 –que se
interesa por el indigente y por el desheredado; en el día de la adversidad, el
Señor le librará.”
Sin
embargo, si vivimos en medio del mundo, es necesario administrar y poseer los
bienes que nos son imprescindibles, como un techo, ropa y comida. Hay que tener
cosas pero hay que vivir desprendidos de ellas.
San
Agustín va más lejos. La actitud de fondo que quiere ver coronada en la primera
bienaventuranza es -haciendo eco a los versículos del Cántico a la Virgen- esa
pobreza interior, ese aniquilamiento radical, ese vacío interno, que se llama
humildad. Ante aquello que Tertuliano llamaba “las debilidades de Dios”: el
pesebre, la cruz, la Hostia, la “nada” que se complace en no ser “nada”, el
pobre total en la acepción de Francisco de Asís, el niño en la de la Santa de
Lisieux, son seres de luz a los que el Espíritu Santo colma a placer: es el
vacío convidado a la plenitud y prometido a la dicha.

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