Humildad personal y colectiva

 


Un cuento para niños de Mons. Aguiar Retes dice: En tiempo de Cristo Jerusalén era la ciudad más hermosa para los judíos. Un cuento sobre ello narra que la Sagrada Familia fue al Templo de Jerusalén y Jesús vio a un vendedor prepotente que cobraba más de lo establecido y se metía a la zona sagrada. Jesús dijo: “Si yo fuera grande lo sacaría”. Oyó que otro hombre decía: “No soy digno de entrar al Templo, soy un pecador”. El Niño le dijo: “Si estás arrepentido puedes entrar al Templo”. Luego el Niño le dijo a sus padres: He visto que aunque el Templo es uno cada cual ofrece un corazón distinto”. El antiguo pecador dijo: “Señor, hoy me has hablado por medio de un Niño y comprendí que eres misericordioso y bondadoso”.

 La virtud de la humildad se basa en la verdad de las cosas. El cardenal Carlo Caffarra contó: “Cuando yo era un joven sacerdote, leí la Regla de San Benito y tropecé con el capítulo sobre los grados de humildad. Me dije a mi mismo que era imposible llegar al grado último de humildad. Cambié de convicción cuando vi que esta humildad máxima era posible porque la vi encarnada en dos personas: en Juan Pablo II que era de una humildad indescriptible, y en Álvaro del Portillo”.

La humildad colectiva consiste en no querer la gloria para nosotros, cuando corresponde a Dios o a su Iglesia. Si podemos hacer las cosas más o menos bien es por los méritos de Cristo.

 

Mons. Flavio Capucci, postulador de su causa de beatificación, relató que recibió unas 12.000 relaciones firmadas de favores obtenidos por intercesión de don Álvaro: “han llegado relatos de gracias de todo tipo: materiales y espirituales”. El postulador añadió que muchos de esos favores se refieren a la vida familiar: “matrimonios que recobran la armonía conyugal; nacimiento de hijos, a veces después de muchos años de espera antes de acudir a su intercesión; reconciliaciones entre parientes enojados; partos de niños sanos después del diagnóstico de que el bebé nacería enfermo… Don Álvaro era una persona familiar y realizó una masiva catequesis sobre la familia; quizá por eso surge espontáneo el deseo de acudir a su intercesión para cuestiones de este tipo”.

Tomás de Kempis afirma: EI verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo es altísima y doctísima lección. Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y tenerse y reputarse en nada. Si vieres a alguno pecar públicamente o cometer culpas graves, no te debes juzgar por mejor, porque no sabes cuánto podrás perseverar en el bien. Todos somos flacos; más tú a nadie tengas por más flaco que a ti.

que el que bien se conoce, se tiene por vil, y no se deleita en alabanzas humanas. Si yo supiera cuanto hay en el mundo y no estuviera en caridad, ¿de qué me aprovecharía delante de Dios, que me juzgará según mis obras?

Cuanto más y mejor entiendes, tanto más gravemente serás juzgado si no vivieres santamente. Por eso no te ensalces por alguna de las artes o ciencias; mas teme del conocimiento que de ella se te ha dado. Si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras. No quieras saber cosas altas (Ron., 11, 21); mas confiesa tu ignorancia. ¿Por qué te quieres tener en más que otro, hallándose muchos más doctos y sabios en la Ley que tú? Si quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te conozcan ni te estimen.

 

 


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