Amor que se despliega



Susana Christiansen decía en una conferencia: El tiempo es amor que se despliega. ¿en dónde lo quiero desplegar? Con esta idea vamos cambiando la forma de vivir y trabajar. Pensar da alas, por eso hay que ir profundizando las ideas que ya tenemos.

Una persona se planteaba: “¿Cómo saber exactamente lo que Dios quiere?”. Descubrió que Dios nos da pistas. Luego, oyendo al Padre Fernando Ocáriz descubrió que la Voluntad de Dios es siempre la misma: Que amemos. Eso nos ayuda a discernir. ¿Qué puedo amar? A Dios, a los demás, a la familia, a la ecología, a la propia vocación.

La calidad de la caridad está en la capacidad de escucha, ¿cómo escucho a Dios y a los demás? Podemos “aprender a cuidar a nuestros amigos... descubriendo siempre de nuevo su valor… Querer a todos sin murmurar jamás, sabiendo comprender y disculpar los defectos de los otros”. Don Fernando Ocáriz escribe: “La felicidad personal depende… del amor que recibimos y del amor que damos”.

Dios nos ha hecho de tal manera que no podemos dejar de compartir con otros los sentimientos del corazón. De ahí la enorme importancia, no solo humana sino divina de la amistad.

San Agustín hace un elogio de la amistad: “Dos cosas son necesarias en este mundo: la vida y la amistad. Dios ha creado al hombre para que exista y viva: en eso consiste la vida. Mas para que el hombre no esté solo, la amistad es también una exigencia de la vida” (Sermón 16,1, PL 46, 870). Y, además, “si no tenemos amigos, ninguna cosa de este mundo nos parecerá amable”.

Un psiquiatra, Mario Alonso Puig, explica: Si nuestra biología estuviera hecha para “tirar la toalla” a cierta edad, se habría demostrado que la plasticidad del cerebro deja de producirse, pero no sucede así. Nuestro cerebro es plástico hasta después de los 90 años, y, lo que ayuda a conservar esa plasticidad es encontrarle sentido a lo que hacemos. Además, nuestro ser necesita de la presencia de personas cercanas. Cuando nos sentimos queridos se fortalece nuestro sistema inmunológico. La amistad es fundamental porque reduce nuestro miedo y nuestra soledad, nos necesitamos porque somos seres de encuentro.

Un Supernumerario belga joven tenía como propósito hablar a alguien de Dios cada día. Entró en su edificio y vio que un vecino entró con él. Esperó. Se subió al ascensor con él y al rato se bajó el vecino. Se estaba cerrando la puerta y él la detuvo y dijo: “Momento: es que yo quería hablarle de Dios”. El vecino se sorprendió y lo invitó a pasar a su casa y le dijo: “Esta temporada he pensado: tengo una familia alegre, un buen trabajo, una situación aceptable, pero me falta algo. ¿Qué me falta? Quizás saber más de Dios. ¡Tú eres el profeta!”.

La amistad no surge como una decisión, sino que es algo que acontece, que surge de una afinidad. La amistad es algo entrañable, y es extensivo a toda la persona. Nos conmueve por dentro. Cada amigo es un tesoro, es un suceso entrañable.

De Cristo aprendemos a tener muchas amigas, aprovechando las relaciones de vecindad, de trabajo, de estudio, de compras... El Señor se sirvió de Juan Bautista para encontrar al otro Juan, el que iba a ser el amigo predilecto. Otras veces Él se hace el encontradizo. Jesús no excluye a nadie, y eso enojaba a los fariseos, ya que querían que tratara sólo con personas destacadas.

 

 

 


 

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