La oración mental me pacifica

 


La oración preferida de Dios es la adoración. La palabra adorar viene del latín ad ore, que significa “le doy un beso” (Carlos Cervantes). San Josemaría hacía hincapié en recomendar la oración de afectos. Ésta es verdadera oración (cfr. Crecer para adentro, p. 148).

El Papa Benedicto XVI dice que la oración es la relación viviente y personal con el Dios vivo y verdadero. Una relación viviente es que oigo lo que me dice, me mueve, me pacifica. Y dice que la oración es ante todo una actitud interior. Para que un alma sea lo que debe ser, debe ser un alma de oración. Un discípulo de Jesús lo refiere todo al Padre. El hecho de acompañar al Señor, de buscar la presencia del sagrario, de dirigirle miradas, sonrisas, canciones, es señal de que nuestro corazón está orientado hacia Él. Lo que nos distrae de la oración es la curiosidad, el querer saber noticias o ver el celular. También se puede cantar en la oración, para despertar afectos.

San Agustín fue un hombre hecho de oración. Dice: Dios ha dispuesto que combatamos más con la oración que con nuestras fuerzas (Contra Iulianum, 6,15: PL 45.1535). También nos habla del recogimiento, escribe: “Invitado a volver dentro de mí mismo, entré en mi interior guiado por Ti; lo pue hacer porque Tú me ayudaste” (Confesiones VIII).

En el episodio de Moisés y de zarza ardiente, Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está ligado a los nombres de los hombres y de las mujeres con los que Él se liga, y este lazo es más fuerte que la muerte. Nuestra peregrinación va de la muerte a la vida plena, y esa vida plena es la que ilumina nuestro camino. Delante de nosotros está el Dios vivo, el Dios de la alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre… Ya sobre esta tierra, en la oración, en los sacramentos, en la fraternidad, encontramos a Jesús, dijo el Papa Francisco (10 nov. 2013).

Cuando pedimos, nuestra oración entra al infinito porque Dios no existe en el tiempo. Lo más grande es poder rezar. Sin oración personal no podemos entender a Jesucristo y no nos podemos enamorar de él.

Benedicto XVI dijo: “Sin oración el yo humano termina por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que tendría que ser eco de la voz de Dios, corre el riesgo de reducirse al espejo del yo”. Y añadió: este encerrarse en sí mismo, lleva a un " coloquio interior que se convierte en un monólogo, dando lugar a miles de auto-justificaciones". Luego de explicar que la oración "es la primera y principal 'arma' para afrontar victoriosamente la lucha contra el espíritu del mal", el Santo Padre subrayó que "la oración, por tanto, es garantía de apertura a los demás: quien se hace libre para Dios y sus exigencias, se abre al otro, al hermano que llama a la puerta de su corazón y pide ser escuchado, atención, perdón, a veces corrección, pero siempre en la caridad fraterna". "La verdadera oración nunca es egocéntrica, sino que siempre está centrada en el otro. Es el motor del mundo, porque lo mantiene abierto a Dios y por ello, sin oración no hay esperanza, sólo existe ilusión". "No es la presencia de Dios lo que aliena al hombre, sino su ausencia. Sin el verdadero Dios, Padre del Señor Jesucristo, las esperanzas se convierten en ilusiones que inducen a evadirse de la realidad", precisó el Pontífice (Miércoles de Ceniza, 2008).

 

El Papa Benedicto XVI dijo en los primeros días de Adviento 2008: Nosotros siempre tenemos poco tiempo, especialmente para el Señor, en cambio, ¡Dios tiene tiempo para nosotros! Explicó que la Navidad es recordar la primera venida del Señor, pensando en su regreso definitivo.

El Catecismo de la Iglesia dice que la oración es un don de la gracia y una respuesta decidida de nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo... Es un combate contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración... Se ora como se vive, porque se vive como se ora (n. 2725).

Jesús nos exhorta: “Cuando vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido” (Mt 6,6). Este cuarto no es sólo un lugar material, sino un estado de ánimo, un lugar interior, “lo íntimo del corazón”.

Lo primero que debemos cuidar al hacer la oración es la puntualidad, para empezar y para terminar, y el recogimiento. ¡Cuánto nos ayuda la oración preparatoria para ello!: Señor mío y Dios mío... El Señor nos dice: Antes de entrar en conversación conmigo, hazte introducir por mi Madre, por San José y por los ángeles. Son como una corte de honor que suplirá tus deficiencias. A Dios se le saluda adorándole: Te adoro con profunda reverencia.

La principal tarea es amar, pero en la relación con Dios, amar es, en primer lugar, dejarse amar. Empezar por creer que somos amados. Dejarnos amar supone que aceptamos no ser ni hacer nada. Dejarnos amar como niños pequeños. Ceder a Dios el placer de amarnos. Podemos pedirle a la Virgen nos ayude a mejorar la calidad de nuestra oración; que nos ayude a ponderar, a meditar, a guardar las cosas en nuestro corazón. San Alfonso escribe sobre la Omnipotencia Suplicante: María: Ante Dios los ruegos de los santos son ruegos de amigos, pero los ruegos de María son ruegos de Madre.


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