Astrónomo ateo
Diez astrónomos
se reúnen para ver un eclipse en el desierto de Atacama.
El jefe ajustó el foco y lo que vio lo dejó perplejo: Una cruz perfectamente
delineada. No era un reflejo de la mente ni una ilusión óptica. Aquella Cruz
estaba suspendida en el vacío. Sentía como si me estuviera mirando. Miré a
simple vista ¡y allí estaba! Aquella imagen congelaba mis certezas. A veces no
habla más porque ya ha dicho suficiente. Cuando hablo del universo, hablo con
reverencia, sabiendo que hay un Creador. Basta un instante y todo cambia. Yo buscaba una relación. Volví a Atacama y lloré, fue el
fin de la soberbia y el comienzo de un camino que parecía verdadero. Tomé la
verdad sin cuestionar. Lo que me transformó fue lo que sentí en el alma. Una
alumna me preguntó si creía en Dios. Dije: Creo. Y no dije nada más. Aquello es
mío y de Dios. No era sólo luz, era presencia. Guardo el Rosario que me dio una
anciana de 80 años y que me dio seguridad. Aunque nadie me crea yo lo vi. No lo
puedo explicar, pero tampoco lo necesito. Fue real porque nunca volví a ser el
hombre de antes.

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