General israelí vio a Jesús en territorio iraní

 


Me llamo David Ben Shahar. Era el general más temido, tenía un corazón de piedra después de tres guerras, había estado en 30 años de guerra. Había liderado docenas de batallas. Reportaron patrullas iraníes en la zona. Un cabo me preguntó: “¿Qué piensa de las familias que duermen?”. Me dejó pensando. Descenso. Formación de combate, avanzamos a nuestro objetivo. No estaba seguro de estar en el lado correcto. Pasaron dos horas. La seguridad era intensa, patrullas cada 15 min. Objetivo a la vista. Entonces el sargento bajó su arma, se quitó los lentes y dijo: “¿Usted ve eso?”. Entre las ruinas había una luz dorada, no era como los reflectores de seguridad; no se veía la fuente de esa luz. Alguien caminando entre las ruinas, los sensores técnicos no detectan su figura. La figura siguió caminando entre los escombros sin hacer ruido. Dejé mi puesto seguro, me acerqué, la figura me dijo: “David ben Shahar, ¿por qué persigues lo que ya tienes, por qué buscas la muerte cuando la vida te está esperando?”. Cada vez que cerraba los ojos veía esa figura y su pregunta. Trataba de convencerme de que era una alucinación. Lo visto desafiaba toda lógica. Un sargento me dijo: “No se preocupe, todos vimos lo mismo”. ¿Qué creen que vieron?, pregunté, más a mi mismo que a ellos. “No lo sé general, pero había algo diferente en él, algo que no pertenecía a este mundo”, contestó. Me fui a pensar al desierto iraní. Vi una figura: “¿Quién eres?”. Contestó: “Soy quien ha sido siempre”. La presencia era innegable. Esto no es real murmuré. Preguntó: “¿por qué te resulta tan difícil de creer que hay algo más grande que la guerra? Yo conocí ese corazón antes de que se hiciera de piedra”. Antes de que mis padres murieran en un ataque terrorista. Dije: “Tú no sabes nada de mí”. Contestó: Sé que coleccionabas mariposas a los ocho años, que guardas la carta de Sara, tu hermana en Tel Aviv. Las lágrimas comenzaron a rodar.

Nos llegaron reportes de que habíamos sido localizados por los iraníes y que llegarían refuerzos. Teníamos 20 min. “Escuchen, les dije, reuniéndolos en círculo: Esta misión es más peligrosa, el que quiera puede retirarse”. El cabo Levi dijo: “Venimos juntos y nos vamos juntos”. Nadie se retiró.

Neutralizamos los puertos de seguridad. Escuchamos los ruidos de los tanques, las granadas de mortero llovían. Nos rodearon desde tres flancos. Nos refugiamos en un bunker de concreto. El sargento Cohen dijo: “Las cargas están activadas, pero necesitamos diez minutos”, no los teníamos. Una explosión ocurrió, sentía mis costillas rotas. Los tanques iraníes estaban a cien metros. Les pedí que se retiraran, yo me quedé en la retaguardia para protegerlos. Un pedazo de cemento me golpeó en el pecho, sentí la sangre en mi boca. Entre el polvo vi una figura en luz dorada, era el mismo hombre que había visto en los escombros. Dentro del bunker se hizo silencio. Se acercó, pude ver las heridas en sus manos. “¿Quién eres?”, pregunté. “Soy Jesús, respondió con sencillez y he venido porque tu corazón me ha llamado, aunque tu mente aún no lo comprende”. Me tocó con sus manos la herida del pecho, sentí que la vida regresara a mi cuerpo. Esto no es posible, es un cuento, pensé. Jesús dijo: “¿Crees que llevar el dolor por 30 años te ha hecho fuerte?”. No era fuerte, era un hombre quebrado que escondía su fragilidad en la dureza. “Yo también fui soldado -dijo-, pero mi guerra era contra el odio”.  Me vi a los ocho años en el kibutz. Recordé la muerte de mis padres y que me desplomé en el cuartel. “Tu dolor era real, dijo Jesús, tu pérdida era devastadora, pero lo que hiciste con ese dolor esa fue tu decisión”. La siguiente visión fue más dura: mi hermana fue muerta por un francotirador. Sus últimas palabras fueron: “David: No te hagas como uno de ellos”. Pero yo sí me convertí en lo que ellos exactamente eran, un hombre que siembra muerte. “No”, dijo Jesús, cogiendo mi rostro entre sus manos. Jesús me explicó que me había perdido en el camino. Sus palabras empezaron a destruir muros de rabia, de venganza. “Tu dolor construyó muros. Yo vine a ser puente, vine a decirte que la vida es más poderosa que la muerte, el amor es más fuerte que el odio”. Las heridas físicas empezaron a sanar y las heridas de mi alma, que habían supurado 30 años, empezaron a curarse. Las costillas ya no estaban rotas, la herida del pecho era una cicatriz.

Salí del bunker y vi un soldado iraní, tenía una bala en el muslo derecho. Un joven solado iraní yacía a unos metros de distancia. Pero algo había cambiado en mí. ¿Hablas hebreo? “Un poco, estudié en la universidad antes de la guerra”. Sus ojos mostraban miedo y desconcierto. Le pregunté su nombre: Darius. Este soldado iraní no podía entender que un general se acercara sin armas, ¿Va a matarme? “No, le dije firmemente. Voy a ayudarte”. Hice un torniquete. No sabía nada de primeros auxilios, pero yo sabía qué hacer.  Mientras trabajaba en la herida Jesús estaba allí dirigiendo mis manos.

Darius dijo: “¿Por qué? … Somos enemigos”. Contesté: “porque alguien me enseñó hace pocas horas que el enemigo es el odio, no el hombre que sufre por el odio”. Darius me preguntó sobre mi familia, le dije: “Siento que estés herido”. Darius me miró directamente a los ojos y dijo: “No olvidaré nunca que un soldado israelí salvó mi vida”. Jesús había estado en lo cierto. Mi enemigo era el odio que convertía a los hombres en enemigos. El amor no entendía de banderas.

Regresé y me mandaron a una nueva misión: “Tenemos 48 horas para un bombardeo masivo. El ataque sería al amanecer: mercado, escuela y hospital”. Yo no encontraba una justificación para atacar civiles. Esto es para mañana al amanecer. Me cuestioné, mis soldados dormían. Salí: “¿Qué debo hacer?”. Jesús apareció caminando desde las dunas: “Tu ya sabes qué hacer, pero no sé si tendrás el valor”. Dije: “Si desobedezco me envían a una corte marcial”. Pensé: Hay algo más alto que la obediencia, la conciencia. Dijo: “Algunos triunfos militares son derrotas del alma y algunas derrotas militares son victorias del espíritu”.

Al día siguiente un sargento me dijo: “General, si usted cree que no debemos bombardear, lo apoyamos”.

Me comuniqué con el control central: “Operación ángel caído. Aborto la misión por objeción de conciencia”. Enseguida la voz furiosa del general: “Está usted bajo arresto militar”. Sentí una paz profunda. Fue mi última noche en territorio iraní; fui a las dunas del desierto, me senté en una roca lisa. Escuché una voz conocida: “¿No tienes miedo?”. No, respondí. Por primera vez en décadas no tengo miedo de nada porque estoy haciendo lo correcto sin importar el precio. Jesús sonrió y dijo: “Estas listo David, para tu verdadera misión, todo ha sido una preparación para lo que viene”. Vi un jardín de luz, vi a mis padres radiantes y a mi hermana Sara, quien dijo: “Estoy tan orgullosa de ti”. Mi padre dijo: “Tienes trabajo abajo”. Jesús dijo con orgullo: “El guerrero se ha convertido en pacificador, el sembrador de muerte se ha convertido en sembrador de vida”. Ya no era el general, el guerrero endurecido, era simplemente David.

El sonido del helicóptero se oyó. Sentí su voz en mi corazón: “Ve en paz David y lleva mi paz a otros. Tu misión por las almas apenas comienza”. Los soldados que me recogieron estaban entre honrados y desconcertados, yo esperaba ser llevado a una celda, en cambio me llevaron a una sala donde estaba el Primer ministro, al rabino jefe y más personas. “Siéntate David, necesitamos entender qué pasó allá fuera”. Les conté desde la primera aparición en el desierto. No omití ningún detalle. El Ministro de Defensa me miraba como si hubiera perdido la razón. El rabino jefe dijo: “¿Sabes que no eres el primero? En los últimos dos años se han tenido al menos doce casos similares”. Me dijeron: “La operación que usted abortó fue cancelado. Estuvimos a punto de cometer un genocidio con cientos de civiles, lo cual se podría haber transformado en una tragedia conocida mundialmente”.

“¿Qué significa para mí el estado militar?”, pregunté. Me dijeron: Hemos estado considerando un plan para veteranos de guerra. Lo que ha vivido puede ser lo que necesitan. Poco después me encontraba ante veinte veteranos. Durante 30 años fui como ustedes. Pensaba que la guerra era la única respuesta a la guerra. Expliqué que el odio envenenaba el corazón de los hombres. El dolor no tiene banderas y la sanación tampoco. Les enseño lo que Jesús me enseñó.

El general que una vez enseñó muerte ahora enseña vida. Jesús necesitaba que un soldado se convirtiera en embajador de paz. Si Él pudo cambiar a un hombre como yo, puede cambiar a cualquiera.

FUENTE: Relatos de esperanza.  https://youtu.be/MJzf4K8kXBc


Comentarios

Entradas populares de este blog

La Eucaristía y María

Moda, estilo y modales

La eficacia de lo sagrado se recibe a modo de recipiente