La luciérnaga y la serpiente
La envidia es una emoción negativa que se
define como tristeza o pesar por el bien ajeno o por el éxito del prójimo.
Es la más tonta de las conductas destructivas, ya que con ella nos castigamos a
nosotros mismos. ¿Cómo te sientes cuando alguien dice que admira las cualidades
de otra persona, tú escuchas, y a ti no te hacen caso? Hay que saber que esta
conducta tiene el origen en alguien que no me valoró o hizo juicios incorrectos
sobre mí y acabé creyéndolos, o bien, no nos amaron en la forma en que
esperábamos. Hay familias en las que el punto de referencia es alguien
muy cercano, un hermano o hermana, se hacen comparaciones y se genera una
herida en el corazón y genera un malestar especial. La envidia es difícil de
reconocer, pero es vital localizarla ya que va a constituir un obstáculo para
ser feliz y para percatarnos de lo maravilloso que es lo nos rodea. ¿Por qué?
Porque nos centramos en aquella persona que envidiamos.
Se ilustra bien la envidia con la historia de Caín
y Abel, hijos de Adán y Eva, relatada en el Génesis. Dios miró con agrado
la ofrenda de Abel pues ofreció lo mejor, en cambio Dios rechazó la ofrenda de
Caín. Un día Caín mató a su hermano en el campo, a su regreso Dios le preguntó
por su hermano y Caín contestó: “¿Soy acaso guardián de mi hermano?”.
Este sentimiento crea recelos, no tiene una recompensa que valga la pena. La
envidia es una conducta irracional.
La luciérnaga y la serpiente
Hay un cuento que dice que una serpiente siguió por
tres noches a una luciérnaga, al fin la luciérnaga le preguntó:
- ¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
- No.
- ¿Te hice algún daño?
- No.
- ¿Por qué, entonces me quieres comer?
- Porque me molesta la manera en la que brillas.
Esa es la envidia: un malestar por el brillo ajeno. Este
vicio impide ver los atributos que Dios nos ha dado. Además, enceguece. La
ceguera lleva a matar por la boca, es decir, a destruir la reputación
del otro. El envidioso no tiene alegría, gozo. No puede escuchar que se hable
bien de alguien que no sea él mismo. La envidia lleva incluso a hacerle daño a
la persona envidiada. Hay que tomar en cuenta de que en la envidia hay
niveles.
Perfil de la persona que envidia
Esther Bonnin nos da algunas ideas sobre el perfil del
que envidia. Esto que leemos, conviene aplicarlo a nosotros mismos para sanar.
Pregúntate: ¿Me paso la vida apagando el brillo de las demás personas? El
envidioso siente rivalidad, siente que compite, así se hace evidente una
herida. El que envidia busca razones para disfrazar su envidia y a veces
acaba con la reputación de las personas. Nunca ataca al descubierto, se ampara
en la racionalización. Otra característica es que minimiza lo bueno de las personas.
Los lo tanto, vive amargado y frustrado, no vive feliz porque cualquier
ascenso o triunfo ajeno le molesta. Lo preocupante es que esa conducta va a
tener consecuencias desastrosas, ya que -entre otras cosas- esa persona no va a
disfrutar sus cualidades y las bondades de su entorno. Lleva a un estado
depresivo, a la tristeza crónica, por la comparación constante que hace; esta
conducta lleva a la inseguridad, a sentirse menos que los demás: “nadie me ve,
no logro nada”... y como consecuencia vienen las obsesiones. Puedo
llegar al extremo de querer hacerle daño a esa persona.
Analiza:
¿Me duele el triunfo del otro?
¿Me da disgusto que un amigo o familiar sea
triunfador?
¿Digo que los que tienen éxito son alzados o
presumidos, y que yo no soy así?
¿Envidio el sueldo o la suerte en el amor de un
compañero?
¿Menosprecio el bien que hacen los demás?
¿Con frecuencia juzgo o critico a los demás?
¿En qué estado emocional estaba la primera vez que
sentí envidia?
¿Cómo ha dañado mi vida esta conducta?
La envidia es la más triste de las conductas
destructivas porque no hay gozo ni recompensa. Hay que caer en la cuenta de que
nosotros podemos elegir entre vivir depresivos o contentos. Es
esencial escribir, poner en papel lo que sentimos hace una relación
consciente en el cerebro, y es la manera en la que podemos cambiar. Vamos a
orar para que el Señor nos acompañe en este proceso de sanación y abramos el
corazón. Sólo Dios nos puede restaurar, de nuestra parte está el perdón.
Nosotros no podemos, Él sí puede.

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