Rabino reta a Jesús


 

https://youtu.be/PqU91_51Yk8

Relatos de esperanza. David Goldstein habla desde Argentina: Mi hija Sara de 7 años enfermó gravemente. Era la luz de nuestro hogar. Una mañana escuché un grito, encontré a Sara convulsionando. Mientras cargaba el cuerpo de mi hija al hospital. El camino hacia el hospital se me hizo largo. El médico me dijo que necesitaba realizar estudios profundos. Intenté orar pero mi fe comenzaba a desmoronarse. Estuvimos seis horas esperando, el doctor mostró “lástima profesional”. Sara tenía un cáncer en el cerebro, la operación era riesgosa. Treinta años predicando sobre la bondad de Dios. Pregunté al médico: ¿Cuánto tiempo? El doctor agregó: “Si no responde al tratamiento, meses”. Me dirigí a la capilla del hospital, un espacio sagrado. Grité mi primera oración honesta en años: “Dios, sálvala”.

Conocí a una enfermera -María- que irradiaba una paz que desafiaba toda lógica. Saludó: ¿Cómo amaneció nuestra princesa? “Rabí, tu hija es especial, derrama una luz.” Me dijo: “¿Puedo orar por Sara?”. Contesté: “Nosotros oramos al Eterno, no necesitamos…”. Ella dijo: “Jesús”. Respondí: “Absolutamente no”. Rabí: “Hace cinco años mi hijo estuvo en esta cama. Me dijeron que no había remedio, pero Él lo sanó completamente”. Callé. El doctor nos llamó, revisó los papeles y dijo: “Me temo que las noticias no son buenas. El tumor ha crecido”. ¿Qué significa eso? Dijo mi esposa. Quizás hay que acudir a cuidados paliativos.

Esa noche, después de que mi esposa se quedó dormida, salí a caminar a la calle. Llegué al río de la Plata. “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob…” Mis lágrimas corrían. Escuché pasos suaves. Era la enfermera que traía café. Le dijo: “Estoy preocupada, porque conozco ese dolor. Tenía 8 años, me dijeron que tenía días, tal vez horas… Esa noche le hablé directamente a Jesús: Si tienes poder sobre la muerte, salva a mi hijo”. Al día siguiente no había resto de cáncer en él. ¿Por qué me dice esto? Porque creo que usted está listo para escuchar. Una pregunta martillaba: ¿Y si había algo que no entiendo? Mi esposa le cantaba a nuestra hija, que ahora tenía moretones.

El doctor llegó con más médicos. Sara se estaba muriendo, las máquinas descendían lentamente. Raquel, mi esposa, lloraba. Yo sentía que mi alma se despedazaba. En ese momento me dirigí a la ventana y hablé hacia arriba: “Jesús, no sé quién eres, durante 30 años he enseñado que eres una mentira, pero si realmente eres el Hijo del Altísimo, te desafío, salva a mi hija, porque si no lo haces, pasaré mi vida entera refutando…, pero si la salvas, reconoceré que he estado equivocado, reconoceré que tú eres (el Mesías)”… no pude decir más.  Ni esposa se horrorizó. Sentí una presencia.

Sara abrió los ojos y sonrió. Dijo: “Papá, el hombre de luz dice que no tengas miedo”. ¿Qué hombre de luz? Está aquí, trae cicatrices en las manos, pero son bonitas. ¿Dónde está, princesa? Sara dirigió su mano hacia el rincón donde recé. El monitor comenzó a estabilizarse.

“David, su frecuencia cardiaca se está normalizando”, dijo mi esposa. Las manchas moradas empezaron a desaparecer. Su respiración se hizo más regular. Una enfermera entró: “Esto es inusual”. Llamó al doctor: Algo está cambiando, algo que no puedo decir qué es. La habitación se llenó de paz. Sara se incorporó, dijo: “El hombre de luz dice que te ama, que siempre te ha amado aunque no lo conocías”. Me derrumbé ante el milagro. Tomé su mano y le dije: ¿Puedes preguntarle su nombre? Respondió: “Ya lo sabes papá, está en tu corazón”. Los médicos decían: remisión espontánea. Pero yo sabía que era mucho más. Llegaron especialistas de otros hospitales. El tumor aparecía como una sombra tenue. El doctor dijo: “En 30 años nunca había visto algo así”.

Compré el Nuevo Testamento, salí a la calle a leer. Comencé a leer las palabras de Jesús con ojos nuevos: “Venid a mí los que estáis cargados”. Leí sobre las sanaciones que Jesús realizaba. Oí unas palabras, era la enfermera, escondí el libro. Ella dijo: No se preocupe. El mismo Jesús escogió a sus discípulos que dudaban.

Rabí: Jesús no vino a destruir la Ley ni los profetas, lo que usted sabe le va a servir.

Papá, gritó Sara: El doctor dice que puedo ir a casa pronto. Mi esposa dijo: “David, algo ha cambiado en ti, ¿verdad?”. El doctor admitió que nunca había presenciado algo similar.

Yo sabía que enfrentaba la prueba más difícil. Era un hombre que había encontrado al Mesías. La primera confrontación vino el viernes por la tarde para celebrar el shabat. “Queridos hermanos, durante estas semanas terribles, muchos rezaron por Sara, por eso les debo la verdad completa sobre lo que sucedió. Mi hija sanó porque clamé a Jesús de Nazaret y él la salvo”. Vi rostros de incredulidad. Un rabino preguntó: “¿Está usted diciendo que cree en Jesús?”. He llegado a la conclusión que Jesús de Nazareth es el Mesías. Me miraba como un extraño peligroso. “Les estoy compartiendo la mayor verdad”, uno por uno, los miembros de la congregación empezaban a marcharse. Sólo quedamos Raquel, Sara y yo. David: ¿Qué hemos hecho?, dijo mi esposa. Mi hija agregó: “No estén tristes, el hombre de luz dice que ahora vamos a ayudar a más almas a conocerlo”.

Los meses que siguieron fueron los más difíciles. Era dejar atrás todo. Es dejar atrás todas las tradiciones. Una noche pude explicarle a mi esposa Isaías 53. Su proceso fue lento y personal. Al día siguiente mi hija dijo: “Ya lo sabía, Jesús me lo dijo”. Luego María, la enfermera nos buscó y nos puso en contacto con un grupo de judíos que creen en Jesús. Esa comunidad tiene cincuenta familias, adoramos juntos al Dios de nuestros padres.

Dios no desperdicia nada. Mis conocimientos han ayudado a otros. Cada domingo visitamos el hospital italiano donde mi hija fue curada. Esto ha llevado a muchas familias a acercarse a Jesús. Dijo Mi hija: Jesús me sanó para ayudar a otros a conocerlo. Hemos ganado una comunidad unida por el amor al Mesías.

 

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