Un piloto estadounidense abandona el Islam por Jesús tras casi morir en un vuelo

 


https://youtu.be/soPOeXCKiVA

“La fe es el único paracaídas que nunca falla”, decía mi abuela. Estaba en un viaje rutinario. Todo estaba en calma, de repente una alarma se encendió. Era un fallo en los motores. Una explosión de chispas se vio en la ventana. El avión comenzó a descender de forma errática, casi en caída libre. Los controles no funcionaban. Las alarmas sonaron. Leo, mi copiloto me dijo: “Es el final”. El avión se inclinó. Los pasajeros gritaban. Leo, mi copiloto se hincó y comenzó a orar: “Recíbenos en tu Reino por tu Sangre, perdona nuestros pecados. Si es tu Voluntad salvarnos, hazlo ahora, sino recíbenos en tu Reino”. Se encendió una gran luz en la cabina. Una voz me dijo: “Aquel que me niegue yo también lo negaré”. No era un sueño, era una realidad. Una nueva sacudida en el avión, sacudida de estabilidad. Vi la luz, escuché la voz, yo tenía que tomar una decisión inmediata. Los pasajeros estaban en silencio, algunos lloraban bajito.

Reporté el incidente en caída libre. Yo no pude mentir, entonces dije la verdad: todos los sistemas fallaron y se restauraron en un momento. Leo me dijo: Has sido valiente. Yo me sentí aterrorizado.

Al regresar fui llevado a una sala, no por la falla, sino por mi reporte. “¿Realmente cree que un milagro salvó su avión?”. El jefe dijo que eso podía hacernos perder incredulidad. Respondí que la verdad era lo importante. Mi esposa dijo que estaba estresado. La noticia se esparció. Me llamaron piloto inestable, héroe, demente. Mi padre me llamó furioso, me dijo que los había deshonrado con mi locura, por una alucinación. El dolor que sentía era más profundo que una falla mecánica.

En el simulador el avión siempre caía. Me consideraron inhabilitado para volar: una sentencia de muerte para mi profesión. De parte del Islam hubo censura. Recibí una carta con amenaza de muerte. Leo, mi copiloto, se convirtió en mi puesto seguro, el milagro era una prueba del amor de Jesús. Oí una historia diferente. Una noche estaba sentado en la sala con Laila, en silencio. Laila se levantó: “Kalif, no te reconozco, reconsidéralo”. Se fue, cerró con llave. La casa era un sepulcro. Estaba solo. En ese momento me arrodillé, lloré y oré a Jesús, le pedí que me perdonara, que me guiara. Mi padre dijo: “Tu abuelo se revolvería en su tumba”. Entre mi esposa y yo estábamos distantes.

Leo me invitó a la Iglesia, no había el rigor de la mezquita, la gente cantaba con alegría, el pastor habló del amor de Dios y del perdón. Era demasiado para asimilar en una sola sesión. Estaba en un punto de no retorno. Las amenazas se repetían, me pedían purificación (muerte). No podía negar lo que había visto.

Laila me dijo que el imán exigía que me reuniera con él, que necesitaba sacar al demonio. Me reí. La comunidad me excomulgaría y me condenaría. Ella me dijo que no viviría con un hombre que la deshonraba. Ella se fue al día siguiente. En medio de mi dolor me encontraba en paz. Fue entonces que Jesús dijo: “Ven a mí”.

Un día me visitó un hombre de parte de mi padre para que reconsiderara mi decisión. Le dijo que mi alma ya había sido purificada. Me dijo que yo estaba poseído. Me dijo que el Corán era claro, el castigo era la muerte, tenía 24 horas.

Mi corazón se aceleró ante la amenaza de la comunidad. En medio de ese miedo, la luz en la cabina del avión era evidente. Le llamé a Leo. Me dijo que me ayudaría a salir de la ciudad, tenía que huir y dejar todo atrás. Cuando salíamos un coche se detenía, saltamos la cerca y nos escondimos en unos arbustos. Corrimos sin mirar atrás, nos metimos al coche de Leo y nos alejamos de allí. Sentí que mi alma era libre, la huida era la prueba de que había una verdad más poderosa.

Leo me llevó a una casa segura, unos ancianos me acogieron sin preguntar nada. La mujer me dijo: “Estas a salvo aquí”. Durante varios días me sentía en el Limbo. Leo me visitaba todos los días. Me habló en detalle de la ley y la gracia. Me dijo que en el cristianismo el cielo es un don de Dios, no algo que se gana.

Me leyó este pasaje: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”. Lo que me habían enseñado era el miedo a Dios. La persecución que enfrentaba era una bendición porque el mundo siempre persigue la verdad. La salvación no se gana, se recibe. Yo había tenido una religión, pero no una relación personal con Dios. La libertad no se encuentra en una obediencia ciega sino en el amor a Dios que se hizo hombre, es la más grande de las historias de amor.

Un día Leo me preguntó si creía. Recordé la luz en el avión, la llamada. El miedo había sido remplazada por la valentía y la fe. Le dije que sí. Ahora tenía todo, ahora era hijo de la luz. Mi viaje no había terminado. Sabía que el peligro no se había desvanecido. El instinto para detectar el peligro estaba presente. Una noche un coche se detuvo en la puerta, uno de ellos era Rasid. La puerta de la casa tembló. Leo me dijo que huyera. Pero yo no podía huir porque les podían hacer daño; tenía que enfrentarlos. Le dije que mi alma era libre, que no tenía por qué preocuparse. Oímos el sonido de la puerta rompiéndose. Tres hombres me buscaban, uno de ellos con un cuchillo, uno de ellos me golpeó en la cara. Rasid dijo que había tenido deshonra a la familia. Leo gritó: “Rasid”. Lo empujaron. Rasid dijo que nadie me salvaría, me pusieron la hoja del cuchillo en el cuello, dispuesto a acuchillarme. Se oyó la sirena de la policía, Leo los había llamado. Rasid gritó a los dos hombres que huyeran. El hombre con el cuchillo me golpeó en el estómago, se preparaba para patearme. Se oyó la voz de la policía. El dolor de mi pecho era insoportable, vi la sangre en mi camisa. Leo explicó a la policía lo que había sucedido. Me llevaron al hospital. Me leía la Biblia.

El jefe de la policía me dijo que habían encontrado el coche, que esos tres hombres eran encargados de matar a los que dejaban el Islam. Salí del hospital, no tenía adónde ir, Leo me dijo que su casa era mi casa.

Yo era un nuevo hombre, con una nueva vida, con una nueva fe. Los periodistas me buscaban, las cadenas de televisión querían que expusiera mi testimonio. Leo me dijo que mi historia podía ayudar a personas que estuvieran en esas circunstancias o similares. Mi testimonio fue visto por personas en todo el mundo. Mi hermano menor me escribió, me dijo que algún día se uniría a mí. Algunas personas me dijeron que al testificar les había dado esperanza. Me convertí en un defensor de los derechos humanos.

Un día, mientras estaba en una conferencia, me acerqué a un hombre en silla de rueda. Le dije que la fe era un vuelo que nos lleva para arriba. Nunca volví a volar como piloto, pero ahora era un mensajero de la esperanza. El dolor de mi pasado era el combustible para el futuro. Perdí mi hogar, pero encontré la verdad, la fe y la vida.


Comentarios

Entradas populares de este blog

La Eucaristía y María

Moda, estilo y modales

La eficacia de lo sagrado se recibe a modo de recipiente