Un piloto estadounidense abandona el Islam por Jesús tras casi morir en un vuelo
“La fe es el único paracaídas que nunca falla”, decía
mi abuela. Estaba en un viaje rutinario. Todo estaba en calma, de repente una
alarma se encendió. Era un fallo en los motores. Una explosión de chispas se
vio en la ventana. El avión comenzó a descender de forma errática, casi en
caída libre. Los controles no funcionaban. Las alarmas sonaron. Leo, mi
copiloto me dijo: “Es el final”. El avión se inclinó. Los pasajeros gritaban. Leo,
mi copiloto se hincó y comenzó a orar: “Recíbenos en tu Reino por tu
Sangre, perdona nuestros pecados. Si es tu Voluntad salvarnos, hazlo ahora,
sino recíbenos en tu Reino”. Se encendió una gran luz en la cabina. Una
voz me dijo: “Aquel que me niegue yo también lo negaré”. No era un sueño, era
una realidad. Una nueva sacudida en el avión, sacudida de estabilidad. Vi la
luz, escuché la voz, yo tenía que tomar una decisión inmediata. Los pasajeros
estaban en silencio, algunos lloraban bajito.
Reporté el incidente en caída libre. Yo no pude
mentir, entonces dije la verdad: todos los sistemas fallaron y se restauraron
en un momento. Leo me dijo: Has sido valiente. Yo me sentí aterrorizado.
Al regresar fui llevado a una sala, no por la falla,
sino por mi reporte. “¿Realmente cree que un milagro salvó su avión?”. El jefe
dijo que eso podía hacernos perder incredulidad. Respondí que la verdad era lo
importante. Mi esposa dijo que estaba estresado. La noticia se esparció. Me
llamaron piloto inestable, héroe, demente. Mi padre me llamó furioso, me dijo
que los había deshonrado con mi locura, por una alucinación. El dolor que
sentía era más profundo que una falla mecánica.
En el simulador el avión siempre caía. Me consideraron
inhabilitado para volar: una sentencia de muerte para mi profesión. De parte
del Islam hubo censura. Recibí una carta con amenaza de muerte. Leo, mi
copiloto, se convirtió en mi puesto seguro, el milagro era una prueba del amor
de Jesús. Oí una historia diferente. Una noche estaba sentado en la sala con
Laila, en silencio. Laila se levantó: “Kalif, no te reconozco, reconsidéralo”.
Se fue, cerró con llave. La casa era un sepulcro. Estaba solo. En ese momento
me arrodillé, lloré y oré a Jesús, le pedí que me perdonara, que me guiara. Mi
padre dijo: “Tu abuelo se revolvería en su tumba”. Entre mi esposa y yo
estábamos distantes.
Leo me invitó a la Iglesia, no había el rigor de la
mezquita, la gente cantaba con alegría, el pastor habló del amor de Dios y del
perdón. Era demasiado para asimilar en una sola sesión. Estaba en un punto de
no retorno. Las amenazas se repetían, me pedían purificación (muerte). No podía
negar lo que había visto.
Laila me dijo que el imán exigía que me reuniera con
él, que necesitaba sacar al demonio. Me reí. La comunidad me excomulgaría y me
condenaría. Ella me dijo que no viviría con un hombre que la deshonraba. Ella
se fue al día siguiente. En medio de mi dolor me encontraba en paz. Fue
entonces que Jesús dijo: “Ven a mí”.
Un día me visitó un hombre de parte de mi padre para
que reconsiderara mi decisión. Le dijo que mi alma ya había sido purificada. Me
dijo que yo estaba poseído. Me dijo que el Corán era claro, el castigo era la muerte,
tenía 24 horas.
Mi corazón se aceleró ante la amenaza de la comunidad.
En medio de ese miedo, la luz en la cabina del avión era evidente. Le llamé a
Leo. Me dijo que me ayudaría a salir de la ciudad, tenía que huir y dejar todo
atrás. Cuando salíamos un coche se detenía, saltamos la cerca y nos escondimos
en unos arbustos. Corrimos sin mirar atrás, nos metimos al coche de Leo y nos
alejamos de allí. Sentí que mi alma era libre, la huida era la prueba de que
había una verdad más poderosa.
Leo me llevó a una casa segura, unos ancianos me
acogieron sin preguntar nada. La mujer me dijo: “Estas a salvo aquí”. Durante
varios días me sentía en el Limbo. Leo me visitaba todos los días. Me habló en
detalle de la ley y la gracia. Me dijo que en el cristianismo el cielo es un
don de Dios, no algo que se gana.
Me leyó este pasaje: “Tanto amó Dios al mundo que le
dio a su Hijo único”. Lo que me habían enseñado era el miedo a Dios. La
persecución que enfrentaba era una bendición porque el mundo siempre persigue
la verdad. La salvación no se gana, se recibe. Yo había tenido una
religión, pero no una relación personal con Dios. La libertad no se encuentra
en una obediencia ciega sino en el amor a Dios que se hizo hombre, es la más
grande de las historias de amor.
Un día Leo me preguntó si creía. Recordé la luz en el
avión, la llamada. El miedo había sido remplazada por la valentía y la fe. Le
dije que sí. Ahora tenía todo, ahora era hijo de la luz. Mi viaje no había
terminado. Sabía que el peligro no se había desvanecido. El instinto para
detectar el peligro estaba presente. Una noche un coche se detuvo en la puerta,
uno de ellos era Rasid. La puerta de la casa tembló. Leo me dijo que huyera.
Pero yo no podía huir porque les podían hacer daño; tenía que enfrentarlos. Le
dije que mi alma era libre, que no tenía por qué preocuparse. Oímos el sonido
de la puerta rompiéndose. Tres hombres me buscaban, uno de ellos con un
cuchillo, uno de ellos me golpeó en la cara. Rasid dijo que había tenido
deshonra a la familia. Leo gritó: “Rasid”. Lo empujaron. Rasid dijo que nadie
me salvaría, me pusieron la hoja del cuchillo en el cuello, dispuesto a
acuchillarme. Se oyó la sirena de la policía, Leo los había llamado. Rasid
gritó a los dos hombres que huyeran. El hombre con el cuchillo me golpeó en el
estómago, se preparaba para patearme. Se oyó la voz de la policía. El dolor de
mi pecho era insoportable, vi la sangre en mi camisa. Leo explicó a la policía
lo que había sucedido. Me llevaron al hospital. Me leía la Biblia.
El jefe de la policía me dijo que habían encontrado el
coche, que esos tres hombres eran encargados de matar a los que dejaban el
Islam. Salí del hospital, no tenía adónde ir, Leo me dijo que su casa era mi
casa.
Yo era un nuevo hombre, con una nueva vida, con una nueva
fe. Los periodistas me buscaban, las cadenas de televisión querían que
expusiera mi testimonio. Leo me dijo que mi historia podía ayudar a personas
que estuvieran en esas circunstancias o similares. Mi testimonio fue visto por
personas en todo el mundo. Mi hermano menor me escribió, me dijo que algún día
se uniría a mí. Algunas personas me dijeron que al testificar les había dado
esperanza. Me convertí en un defensor de los derechos humanos.
Un día, mientras estaba en una conferencia, me acerqué
a un hombre en silla de rueda. Le dije que la fe era un vuelo que nos lleva
para arriba. Nunca volví a volar como piloto, pero ahora era un mensajero de la
esperanza. El dolor de mi pasado era el combustible para el futuro. Perdí mi
hogar, pero encontré la verdad, la fe y la vida.

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