Esposa de un rabino ortodoxo se convierte
Soy Débora (significa abeja). En el 5º mes de embarazo
perdí a mi tercer bebé. Depresión. Una tarde empezaba a limpiar la biblioteca
de mi esposo. Mi mano rozó un libro escondido que decía: Testimonio de judíos
que aceptan a Yeshúa. Un letrero con la letra de mi esposo decía: “Para refutar”.
Leí la historia de Ruth, mujer que perdió a su bebé. Las palabras de Ruth
hablaban de esperanza, no de traición. Había cruzado una línea invisible. Cada
día leía con fascinación y culpa. Leer no era suficiente, necesitaba hablar con
alguien. En la última página había nombres y teléfonos: Miriam, le llamé, le
dije: “Leí su testimonio, quisiera hablar con usted”. Tomé un autobús y me fui
a su casa. “Pasa, pasa”. Lloré como no había llorado. “Perdí a mi bebé y desde
entonces siento nada”.
Creer en Yeshúa no te hace apóstata sino una judía
completa. “Esto es verdad”, comprendí. Caminé a la parada del autobús. Esa
noche no pude dormir. “No puedo fingir más. Por primera vez hablé con Dios: “Dios
de Abraham, Isaac y Jacob, si Yeshúa es el Mesías, ¡muéstramelo!”. Cerré los
ojos. Una luz apareció en la habitación, había un hombre con vestiduras
blancas, cicatrices que brillaban con una luz suave. Sentí una paz tan
profunda. Me miró como si fuera la persona más valiosa del universo, y conocí
el amor absoluto. Me conocía. Extendió sus manos marcadas hacia mí. Vi a mi
bebé sostenido en esos brazos. Caí de rodillas. “¿Eres Tú?”. Me dijo unas pocas
palabras. Yo era una persona nueva, en el suelo, llorando. Cuando desperté me
acordé de lo que Jesús dijo: “Siempre te he conocido”. Revivía lo que había
experimentado. Esa tarde llamé a Miriam: “Oré como me dijiste, lo vi. Dime que
no estoy loca”. Miriam dijo: “El es real”. Al día siguiente vino a mi casa con
un Nuevo Testamento en hebreo.
Cada noche, después de que Moisés se dormía, leía, y
cada palabra confirmaba lo que mi corazón ya sabía. “Esto es verdad”. Una noche
Miriam dijo: “Va a llegar el día que tengas que decidir. No puedes servir a dos
señores”.
Tres semanas después mi esposo regresó antes, y oí: “¿Qué
es eso?”. Mis labios no se movieron. Me arrancó el libro. “¿Nuevo Testamento,
en mi casa? … ¿cuánto tiempo llevas leyendo esta blasfemia?”. Y empezó una retahíla
de reproches. “No te atrevas a decir ese nombre”. Dije: “Oré y él se me
apareció”. Mi esposo me reprendió: “Estás enferma, deprimida, confundida. Necesito
hablar con el rabino Stern. Esto es demasiado grave.” Esa noche durmió en la
habitación de invitados. Viví meses en casa de Miriam, lloré mucho y luego,
conocí a un grupo de judíos mesiánicos.
Han pasado dos años. Perdí mi vida cómoda por la incomodidad,
pero gané la Verdad. Perdí todo, pero encontré al Mesías de Israel como él me
encontró a mí
FUENTE: https://youtu.be/TUXdUlHE7Js

Comentarios
Publicar un comentario