Las tres “levaduras” o fermentos


 

Las tres levaduras corresponden a Herodes, los fariseos y buena levadura.

La Renovación de la mente consiste en aprender a pensar con la mente de Cristo, discerniendo la realidad desde el Espíritu Santo y no desde la sabiduría del mundo. A través de los milagros de los panes y las tormentas, Jesús nos muestra que los encuentros sobrenaturales deben transformar nuestra manera de pensar y responder, no solo sorprendernos. También nos advierte sobre las influencias corruptoras —la levadura de Herodes y la levadura de los fariseos— que distorsionan nuestra manera de ver y reaccionar ante Dios (Mercedes Blanco).

La levadura de Herodes representa una mentalidad política y mundana donde el hombre está en el centro. Se caracteriza por el ateísmo práctico (vivir como si Dios no existiera), el engaño (aparentar una cosa y planear otra), la burla hacia lo espiritual, y la manipulación (usar medios impíos para lograr fines personales).

La levadura de los fariseos refleja una religiosidad externa sin relación con el corazón. Se manifiesta en la incredulidad en el poder de Dios, en priorizar las apariencias sobre la relación, en una actitud crítica o condenatoria, en el rendimiento (buscar valor -para quedar bien- en lo que se hace para Dios) y en la resistencia a la conversión del corazón.

En contraste, la levadura del Reino renueva nuestro pensamiento recordando las obras de Dios, fortaleciendo la fe y liberándonos del temor al hombre. Asimismo, hemos de tener en cuenta nuestra identidad y el llamado universal a la santidad. Por el bautismo, los creyentes están muertos al pecado y vivos para Dios, llamados a vivir desde su nueva naturaleza en Cristo. La verdadera transformación ocurre cuando creemos esta verdad y permitimos que el Espíritu renueve nuestra mente. La santidad y el poder del Espíritu deben caminar juntos: el poder sin santidad se vacía, y la santidad sin poder no revela el amor de Dios. Vivir como hijos e hijas de Dios significa pensar, hablar y actuar desde esta identidad, recordando que ya no somos pecadores esclavizados, sino santos que caminan en libertad, gracia y comunión con el Espíritu.

La “espada” está para arremeterla contra nosotros mismos, para eliminar a los siete que acarrean el féretro del alma: la codicia, la gula, la envidia, la ira, la lujuria, la pereza y la soberbia (Charles Murr).

 

 

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