Morí y Jesús me reveló el pecado de orgullo

 


Tuve una experiencia cercana a la muerte. Yo pensaba que el infierno era sólo para asesinos. Todo ocurrió el 15 de enero de 2019. Entré a la farmacia disgustada por un regaño de mi jefe. Había una fila numerosa, después de unos 10 minutos de pie el cielo comenzó a darme vueltas, todo se volvió negro y caí. Era un vacío absoluto. Ya no podía sentir mi cuerpo. A lo lejos apareció un diminuto punto de luz, blanca, viva, cálida. Vi una figura y sabía quién era. El Señor habló con firmeza, pero con dulzura. Dijo: “Quiero mostrarte algo que tú y otros se han negado a ver”.

Era el infierno, un lugar tenebroso. Llamas salían de las grietas. El cielo estaba surcado de humo negro y algo de rojo. El aire olía a azufre y a quemado y cada respiración era como tragar miedo. Me paralizó ver a la gente envuelta en llamas y sus gritos. Algunos estiraban los brazos en alto, queriendo salir. Conocí algunos rostros.

Empecé a ver las vidas de estas personas, X se sentí secretamente superior a los demás, por eso estaba allí; otro no se permitía perdonar, un pastor se creyó mejor que su feligresía. Jesús me reveló que el orgullo es el pecado más mortal. Fue el pecado de Luzbel, el de Adán y el de Caín, el pecado que les llevó a construir la torre de Babel.

De una mujer 40 años, Jesús dijo: “nunca permitió que mi palabra le cambiara el corazón”. Otra mujer hacía súplicas desesperadas, pero su arrepentimiento fue tardío. Jesús explicó con toda claridad: “Un corazón lleno de orgullo no puede alcanzarme”.

Aquí aprecian cada oportunidad que han perdido. Un diácono se lamentaba: “creí que mi dedicación me hacía superior. ¡Cuántas veces me había sentido superior a todos!”. Otra persona cuidaba de los niños, pensó que sus obras eran suficientes para salvarse, pero Jesús la reprendió: “Hiciste muchas cosas en mi nombre, pero nunca me dejaste cambiar tu corazón”.

Algunas de esas almas se aferraban a objetos religiosos, a recordatorios. La religión sin transformación da una falsa seguridad.
Un hombre vestía una túnica pastoral. “Sabía teología, pero usó mi Nombre para su daño porque vivía haciendo juicios”.

Jesús asentó: “Quien enseñe mi palabra será juzgado con mayor rigor, si su fe es de apariencia. El orgullo es peligroso porque es invisible aún para quien lo tiene. Muchos evitan los pecados visibles, pero cultivan la soberbia. Quieren la salvación, pero no la transformación. Muchos no permiten que estas verdades entren en su corazón. La humildad es dejar de pensar en ti para pensar en Mí y vivir la caridad”.

Jesús me mostró otro lugar donde el sufrimiento era mayor. Estas personas no querían perdonar. Querían misericordia para sí mismos y justicia para los demás. No se dieron cuenta de que su orgullo les impedía perdonar. La falta de perdón procede a menudo del orgullo.

A medida que avanzaba la caminata vi a diferentes feligreses. La soberbia se presenta de muchas maneras. Algunos creen que se salvarán por tener mucha doctrina y resulta que no tienen caridad, entonces de nada les valió la doctrina. Nos topamos con un grupo de almas que discutían. Antepusieron la doctrina al doble mandamiento del amor. “Usaron mi palabra como espada para dividir no como puente para unir. Estaban atrapadas en ciclo espiritual”, dijo Jesús. “Muchos estudian la Escritura, más no comprenden la esencia, no aprecian la gracia. No la merecen”.

Otras levantaban las manos; Jesús explicó: Creían que repetir oraciones garantizaba el favor divino. Lo que me importa es el corazón, no las apariencias.

Jesús continuó: “las prácticas religiosas a menudo son muestra de orgullo, no de piedad. La verdadera devoción pide quebrantamiento, humildad, sinceridad”.

Cuestioné: “¿Qué me garantiza que no terminaré igual?”. Jesús respondió: “La fragilidad es el comienzo de la sabiduría. El orgulloso se cree humilde, nunca reconoce su miseria, por eso no pide la gracia. Piensa que se basta a sí mismo”.

Algunas personas son como los fariseos, rezan: “Dios, gracias porque no soy como los demás”. Evitan los pecados más evidentes, pero su corazón nunca de doblegó.

Jesús me mostró que muchos cristianos ignoran lo que hay en su interior. Lo más importante no es lo que haces sino en qué te estas convirtiendo, viven pensando que es suficiente lo que hacen. En otro sector las almas conocían la verdad, pero no la vivían. Nunca permitieron que estas verdades entraran en sus corazones, así que no las hicieron suyas.

Dos personas rezaban juntas. Pude ver el interior de sus corazones. Uno oraba, pero sólo era un ritual vacío, sólo repetía palabras. La oración puede nacer del orgullo o de la humildad. El otro tenía un corazón que rebozaba gratitud. Empecé a recordar. ¡Cuántas veces el enfoque de mi oración no era el que Jesús esperaba!

Yo estaba ciega, así que Jesús me animó: “Mira hacia adentro de tu corazón mientras hay tiempo”.

Morí y Jesús me reveló el pecado de orgullo (2ª parte)

Martha Morales

Las buenas obras sin un corazón rendido son como construir sobre arena. Jesús aseveró: “la salvación no se gana, se recibe con humildad”. Pensé en las veces que me yo sentí mejor que otros. Jesús pronunció mi nombre con cariño. La humildad es dejar de pensar tanto en ti.

Dos personas rezaban juntas. Pude ver el interior de sus corazones. Uno oraba, pero sólo era un ritual vacío, sólo repetía palabras. La oración puede nacer del orgullo o de la humildad. El otro tenía un corazón que rebozaba gratitud. Empecé a recordar. ¡Cuántas veces el enfoque de mi oración no era el que Jesús esperaba!

Vi miles de millones de almas. Verdaderamente el orgullo nos ciega, mientras más crece, es peor; esas almas nunca se conocieron a sí mismas. Sin embargo, la oscuridad las seguía. Jesús explicó: “La religiosidad puede ser un escondite para el orgullo”. Constantemente se comparaban, justificaban sus pecados, y esto está sucediendo ahora mismo. Creen que están salvados, pero al cruzar a la eternidad descubren que nunca me conocieron”.

Pregunté: “¿Señor, por qué me muestras todo esto?”. Respondió: “Porque tú también tienes esta ceguera”. Era como un reflejo del alma, allí se escondía un corazón lleno de prejuicios y de orgullo, de religiosidad sin amor.

Jesús me explicó: “Por eso la salvación no se gana. El alma debe reconocer el orgullo y dejarlo a mis pies. El humilde reconoce sin máscaras cuánto necesitas mis gracias”. Por primera vez vi la salvación como algo personal, percibí todo parecía vacío ante la santidad de Dios.

No se trata de lamentarse, sino de reconocer la raíz de todo pecado. Se ha de hacer un honesto autoexamen. Allá el tiempo parece diferente. Vi mi orgullo, mi autosuficiencia.

Hay quien usa la fe como disfraz. Muchos piden perdón, pero sin arrepentimiento, sin transformar su corazón, sin manifestar su dependencia de la gracia.

Jesús me mostró: “Esta es la paradoja de mi reino: quien comprende su pobreza espiritual, puede obtener mis riquezas”.

Luego me mostró el Cielo donde el ambiente era de paz. La luminosidad parecía tener luz propia. Todo allí estaba en perfecta armonía. “Esto es lo que les espera a los que viven la humildad”. Vi a personas de diversas naciones, lo que las unía era el amor al prójimo. “Han comprendido la verdad de la fe, han permitido que mi Espíritu transforme su corazón cada día”. Estaban completamente centrados en Cristo. Estas personas vivían libres de comparaciones. Su posición dependía de lo que Jesús hizo por ellos. No sirven para impresionar, sirven porque rebosan de gratitud.

“Esas personas tenían algo en común, sabían cuánto necesitaban la gracia de Dios, sabían que todo provenía de Mi. Vivían en constante gratitud, no actuaban con sentimiento de derecho. Vivían dispuestas a ofrecer sus cosas. No se jactaban de sus buenas obras, no presumían de sus aciertos”.

La versión de mí que Jesús me mostró era la de una persona que leía la Biblia para conocer el Corazón de Dios. Jesús dijo: “Esta transformación no ocurre de la noche a la mañana”.

Explicó: “Esto es lo que les espera a los que viven con verdadera humildad, no a quienes viven de rituales. Aquí nadie llevaba máscaras. Se trata de volver a caminar conmigo, es vivir para amar no para impresionar”. Nadie hablaba de sí mismo. Estaban centrados en Cristo.

La verdadera humildad no es auto despreciarse, sino reconocer que todo lo bueno que tienes viene de Dios. Estas personas vivían libres. Sabían que su posición ante Dios no dependía de su desempeño. No están para impresionar. Sirven porque rebosan de gratitud. Entonces Jesús me dijo: “esta transformación es un proceso, que implica dejar atrás el orgullo”. El me mostró cómo podía suceder, no era amenaza, era esperanza. “Muchos desean comodidad, pero no buscan carácter.  La mayor bendición es ser como yo”. “Esta es la paradoja de mi reino, quien reconoce su debilidad encuentra mi fuerza”.

Escuché frases repetidas: “¡Señor, Señor!”. Jesús comentó: “Muchos me llamaban Señor con sus labios, pero no en sus corazones. Un corazón que no quiere humillarse no puede sanar. Has de reconocer cuánto necesitas mi gracia”. Todo lo que pensé que me hacía buena me pareció tan vacío ante Dios. “El verdadero arrepentimiento consiste en reconocer la raíz de tu corazón, y saber que debes ser transformada”. Vi mi orgullo, mi autosuficiencia, mis juicios y comparaciones. “Hay personas que quieren el consuelo de corazón, pero no el sacrificio”.

Todo empezó a desaparecer.

Justo antes de regresar me llevó Jesús al borde del abismo. “Cada persona necesita tomar esta decisión cada día, con cada pensamiento, cada acción importa. Lo que viste no es simbólico es real. Cada hora los cristianos entran en la eternidad”.

Creí que mis buenas obras eran suficientes. Jesús dijo: “No vivas con miedo, sino con sabiduría. No confíes en tu justicia sino en la mía”.

Volví en mí

Cuando abrí los ojos estaba en un hospital. Tenía estrés extremo y deshidratación. Lo que experimenté fue lo más real que he vivido. Estuve muerta 3 minutos.

Comprendo que lo que realmente importa es mi alma. Lo que Jesús me mostró está sucediendo ahora. Muchos cristianos nunca han conocido realmente a Jesús. Doy gracias a Dios que me salvó. Ahora examino mi día cada noche. Rechazo la idea de que soy mejor que nadie.

Examina tu alma. ¿Te crees justo, pero tu corazón permanece endurecido? ¿Eres humilde o estás lleno de ti mismo? El orgullo es la puerta de todos los demás pecados. El reconocimiento y la posición llevan al orgullo, todo nos fue dado y cuando no lo vemos así, caemos en la soberbia.

FUENTE: Hijo del Altísimo.   https://youtu.be/gbBnx5i_PpQ

Notas tomadas por Rebeca Reynaud de una fuente anónima.


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