Princesa árabe


 La mirada de mi madre se fue apagando porque mi padre la humillaba. Mi padre era rígido, autoritario. Cuando nadie lo miraba yo sabía quién era él. En ese palacio sólo había control, no amor. Mi padre despidió a mi madre, la envió a una casa pequeña detrás del palacio. Mi madre decía: “le fallé”. Empecé a cuestionar mi religión y el trato que se daba a las mujeres.

Me aceptaron en una universidad de Estados Unidos, y mi padre me dio el permiso, pero llevaba un acompañante (o vigilante). El consejero tocaba a deshoras para vigilar. Conocí a Sara. Ella nunca me forzaba a nada. Una vez me invitó al campus de la universidad, cerca de Navidad. Allí escuché la historia de Jesús narrada en forma distinta. Lo que escuché sobre la fe cristiana me conmovió. Empecé a leer sobre Jesús, quien no desechaba a los pobres, enfermos, pecadores o desamparados.

Una madrugada me sentí vacía, me quité los zapatos, empecé a llorar. De repente ya no estaba allí. Estaba sobre un puente. Había otras personas tratando de cruzar. Una balanza comenzó a inclinarse sobre el lado más pesado. El suelo parecía desaparecer. En medio de la oscuridad surgió una luz, y en medio de ella, él apareció. Supe al instante quien era. Sus ojos llenos de amor lo veían todo, hasta lo que no le había contado a nadie. Me dio la mano. No sabía que decir. Dijo mi nombre: “Laila, tus obras no pueden salvarte, pero yo sí puedo”. Intenté argumentar. No podía seguir sola, perdida. Vi la escena de mi vida como siempre, como antes. Me mostró otra escena: Yo viviendo con propósito, entendí: o trataba de cargar todo sobre mis espaldas o aceptaba lo que él proponía. Le dije: “Lévame”. Él sonrió y tocó mi mano. Sentí pertenencia, era como si alguien hubiera limpiado todo. Desperté en el suelo, llena de lágrimas. Pasé dos días procesando todo.

Pasado el tiempo le conté todo a Sara, lloró de alegría y dijo: “He rezado por ti”. Yo no sabía que se podía rezar por otros. Un pastor me bautizó, por primera vez supe que era amada por lo que era, no por lo que supuestamente debía ser. La Mary que nació era diferente. Una persona publicó una foto mía con una cruz al fondo. La noticia llegó a mi padre, dijo: “Estás muerta para mí”. Al día siguiente cortaron toda ayuda. Dejé de existir para mi familia. La única persona que me contactó fue una prima.

Tuve que mudarme a una vivienda modesta. Tuve que aprender todo de cero. Trabajé como profesora de árabe. Leía mi Biblia todas las noches. Recordaba el puente, el fuego, la balanza. Oraba por mi prima, por mi hermana, por mi padre. Perdonar era librarme. Recibía amenazas. Decía: “Jesús, escóndeme” y venía la paz.

Una mañana el pastor me llamó para que contara sobre mi vida. Las manos me temblaban, conté todo, hasta el momento en que Jesús tomó mi mano. Al final alguien me abrazó y me dijo que estaba en una situación semejante a la mía. Le dije que la gracia no tiene que ser merecida. Eso me impresionó a mí y a ella.

Cuando me desanimo me acuerdo que Jesús me dijo: “Te elegí, estaré contigo siempre”. Oro para que más personas de mi familia conozcan a Jesús. Pedí que mi madre supiera que estaba bien. Un día una señora me dijo: “Tu madre todavía te ama”, y no la vi más. Mi fe se afianzó. Sé que Jesús me encontró y espera mucho de mí.

FUENTE: https://youtu.be/djJUiZESRNo

Sombras del pasado. Publicado el 17 de octubre de 2025.

 

 

La mirada de mi madre se fue apagando porque mi padre la humillaba. Mi padre era rígido, autoritario. Cuando nadie lo miraba yo sabía quién era él. En ese palacio sólo había control, no amor. Mi padre despidió a mi madre, la envió a una casa pequeña detrás del palacio. Mi madre decía: “le fallé”. Empecé a cuestionar mi religión y el trato que se daba a las mujeres.

Me aceptaron en una universidad de Estados Unidos, y mi padre me dio el permiso, pero llevaba un acompañante (o vigilante). El consejero tocaba a deshoras para vigilar. Conocí a Sara. Ella nunca me forzaba a nada. Una vez me invitó al campus de la universidad, cerca de Navidad. Allí escuché la historia de Jesús narrada en forma distinta. Lo que escuché sobre la fe cristiana me conmovió. Empecé a leer sobre Jesús, quien no desechaba a los pobres, enfermos, pecadores o desamparados.

Una madrugada me sentí vacía, me quité los zapatos, empecé a llorar. De repente ya no estaba allí. Estaba sobre un puente. Había otras personas tratando de cruzar. Una balanza comenzó a inclinarse sobre el lado más pesado. El suelo parecía desaparecer. En medio de la oscuridad surgió una luz, y en medio de ella, él apareció. Supe al instante quien era. Sus ojos llenos de amor lo veían todo, hasta lo que no le había contado a nadie. Me dio la mano. No sabía que decir. Dijo mi nombre: “Laila, tus obras no pueden salvarte, pero yo sí puedo”. Intenté argumentar. No podía seguir sola, perdida. Vi la escena de mi vida como siempre, como antes. Me mostró otra escena: Yo viviendo con propósito, entendí: o trataba de cargar todo sobre mis espaldas o aceptaba lo que él proponía. Le dije: “Lévame”. Él sonrió y tocó mi mano. Sentí pertenencia, era como si alguien hubiera limpiado todo. Desperté en el suelo, llena de lágrimas. Pasé dos días procesando todo.

Pasado el tiempo le conté todo a Sara, lloró de alegría y dijo: “He rezado por ti”. Yo no sabía que se podía rezar por otros. Un pastor me bautizó, por primera vez supe que era amada por lo que era, no por lo que supuestamente debía ser. La Mary que nació era diferente. Una persona publicó una foto mía con una cruz al fondo. La noticia llegó a mi padre, dijo: “Estás muerta para mí”. Al día siguiente cortaron toda ayuda. Dejé de existir para mi familia. La única persona que me contactó fue una prima.

Tuve que mudarme a una vivienda modesta. Tuve que aprender todo de cero. Trabajé como profesora de árabe. Leía mi Biblia todas las noches. Recordaba el puente, el fuego, la balanza. Oraba por mi prima, por mi hermana, por mi padre. Perdonar era librarme. Recibía amenazas. Decía: “Jesús, escóndeme” y venía la paz.

Una mañana el pastor me llamó para que contara sobre mi vida. Las manos me temblaban, conté todo, hasta el momento en que Jesús tomó mi mano. Al final alguien me abrazó y me dijo que estaba en una situación semejante a la mía. Le dije que la gracia no tiene que ser merecida. Eso me impresionó a mí y a ella.

Cuando me desanimo me acuerdo que Jesús me dijo: “Te elegí, estaré contigo siempre”. Oro para que más personas de mi familia conozcan a Jesús. Pedí que mi madre supiera que estaba bien. Un día una señora me dijo: “Tu madre todavía te ama”, y no la vi más. Mi fe se afianzó. Sé que Jesús me encontró y espera mucho de mí.

FUENTE: https://youtu.be/djJUiZESRNo

Sombras del pasado. Publicado el 17 de octubre de 2025.

 

 

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