Buscar nuestra transformación por medio de las declaraciones u oraciones breves
Una declaración es un decreto vocal que dicta la
verdad de Dios dicha con fe para cambiar la realidad. Por ejemplo: “Soy hijo de
Dios” (Romanos 8,15); “soy templo del Espíritu Santo” (1 Cor, 3,16); soy
sacerdote, profeta y rey en Cristo” (CEC, 783); tengo acceso a todos los
recursos del cielo (Lucas 15,31). Benedicto XVI decía: “La Palabra de Dios es
una potencia creadora”, cumplen lo que describen. Dios pronunció unas palabras
para crear y dar forma a la realidad. Nosotros estamos hechos a imagen y
semejanza de Dios. ¿Qué efecto tienen nuestras palabras? Cuando nuestras
palabras se alinean a la Voluntad de Dios tienen un gran potencial.
Dice Proverbios: “La muerte y la vida están en
poder de la lengua, el que la ama comerá su fruto” (18,21). La palabra
de Dios puede afectar el cambio. Las palabras de Dios son enunciados
performativos, son espada de dos filos, cumplen lo que describen.
Nuestra palabra es eficaz porque estamos hechos a
imagen y semejanza de Dios. Hace unos diez años se hizo un experimento de la
influencia de las palabras en la salud las plantas. Se vio que las palabras
de desprecio hacen que las plantas pierdan vigor, en cambio, las palabras
benevolentes llevaban fuerza y salud. Este experimento duró treinta días y lo
llevaron a cabo en una preparatoria de los Estados Unidos. Luego, un abogado
usó ese video para tratar del acoso, para hacer ver que las palabras pueden
golpear con fuerza.
Jesús habló a la higuera, pronunció la muerte sobre ella
y sucedió en unas pocas horas. Lo mismo pasa con una persona enferma. Si
proclamamos la vida sobre ella, es probable que se cure. En el Antiguo
Testamento Dios revela parcialmente y luego se cumple en el Nuevo Testamento.
Que ninguna palabra de muerte o de sarcasmo salga de nuestra boca, sólo lo que
es útil para la edificación de los demás. Podemos edificarnos a nosotros mismos
con la Palabra de Dios.
Algunas declaraciones para afirmar mi
identidad
Bautízame Señor con tu Espíritu (cfr. Marcos 1,7-8;
Hechos 1,5).
En mi debilidad está mi fortaleza (2 Corintios 12,19).
Sé quién soy y a quién pertenezco. Soy hija de Dios
(cfr. Juan 1, 12-13).
Soy templo del Espíritu Santo (1 Corintios, 3,16).
¿Por qué te turbas? Espera en el Señor (cfr. Salmo
42,11).
Somos como la niebla que aparece por un poco de tiempo
y luego se desvanece (Santiago 4,14).
Si hago la voluntad de Dios permaneceré para siempre
(cfr. 1 Juan 12,17).
Mi amado es para mí y yo soy para mi amado (Cantar de
los cantares 7,10).
Con amor eterno te amé (Jeremías 31,3).
Me cubrirás con tus plumas, bajo tus alas me refugio
(Salmo 91,4).
Enséñanos a contar nuestros días para que alcancemos
un corazón sabio (Salmo 90,12).
Bendice alma mía al Señor, Él perdona tus pecados. Él
renueva tu juventud (Salmo 103, 2,5).
Cuando proclamamos la verdad de Dios, esa palabra
puede dar forma a la realidad. Las declaraciones pueden fortalecernos en
momentos de debilidad. La gran tentación es permitir que tus circunstancias
determinen tu realidad interior; así le das poder al enemigo. Dios más nada es
igual a todo. La declaración se pronuncia en la fe. Todos nos hemos sentidos
débiles en la fe, pero “todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Filipenses
4,13), dice San Pablo.
Las declaraciones pueden orientar el curso
de nuestra vida. Los barcos son guiados por un pequeño
timón; la lengua es ese timón. Todo lo que decimos puede ir hacia una buena
dirección. Cada paso de fe puede dar miedo por el posible ataque del enemigo.
Podemos invertir las cosas: Cada vez que doy un paso de fe estoy más
protegido, pues Jesús dijo que, aunque caminemos entre serpientes y
escorpiones, no nos pasará nada. Cuando hay tormenta el lugar más seguro es
estar junto a Jesús. Afirmar con fe: “Soy el protegido, no el atacado, nada me
hará daño”.
Cada semana se nos invita a ponernos de pie y hacer
las declaraciones que están en el Credo. Cuando proclamamos la verdad se
confirman nuestras creencias. Recitar el Credo fortalece la fe.
Las declaraciones abren las palabras de Dios para tu
vida. Las promesas de Dios encuentran su sí en Jesús. Tenemos acceso a las
promesas venideras. Cuando Dios hace una promesa, nuestro papel es creer y
recibir; encuentran su sí y su Amén. Se trata de que Jesús reciba todo por
lo que pagó. A veces debemos preguntar a Jesús qué espera de nosotros. Él da
provisiones a los pájaros y a los animales del campo.

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