Como Hamas me disparó más de 30 tiros
Jesús en mi vida.
Soy Omar. Vivía en la franja de Gaza. Hamas tenía el
control de la Franja de Gaza desde 2006. Habla Omar: mis creencias se
derrumbaron al ver la crueldad de Hamas. La soledad me corroía el alma.
Cuestioné al Islam y se desató la persecución.
Un día busque a mi primo Jusuf, el más abierto de mis
parientes. Al verme me agarró del brazo y me arrastró. “Dicen que si alguien te
ayuda será castigado”. Le hablé de mi fe. Me dio un poco de pan y agua y dijo: “Omar,
vete, si te encuentran nos matarán a todos”: Entendí su miedo. Los milicianos
me buscaban. Ellos eran los traidores a la verdad, a la justicia y a sus
conciencias. Les daban una excusa para odiar. Estaba solo, desarmado y marcado.
Me había vuelto experto en pasar desapercibido. El
hambre era una tortura constante. Un día escuché a Hamas hablar de mí, me
llamaban “perro infiel”. Un día me encontré de frente con uno de los que me
buscaban. Su sonrisa de triunfo me heló la sangre: “El perro apostata”. No podía
correr, no tenía fuerzas. Pasó un coche y él se distrajo. No podía dormir, no
había futuro para mí en Gaza. Debía irme, pero las salidas estaban vigiladas
por Hamas.
Me vino a la mente una idea arriesgada. Había un túnel
donde pasaban contrabandistas, había que encontrarlo. No tenía nada que perder.
No tenía un plan ni contactos. Caminé a la luz de la luna. Mi cuerpo se movía
por inercia por falta de alimento. Llegué al cementerio. El viento aullaba
creando un ambiente lúgubre. Busqué una tumba sin nombre -era la clave- Estaba a
punto de rendirme. Abrí algo, debajo, un agujero oscuro. Me agaché, el túnel era
húmedo. El túnel parecía no tener fin. Seguí adelante. Después de que pasó casi
una eternidad escuché voces, eran milicianos de Hamas. Estaban cerca. Sabían
que no había vuelto atrás. Alcé la vista y vi a los de Hamas. “Allí estás”,
gritó uno de ellos. Me agarraron por el cuello. Vi el rostro de mi verdugo. Su
sonrisa de triunfo era horrible. “Esta es tu última noche en la tierra”.
Apuntó a mi pecho. Recé una oración, escuché el primer disparo. El hombre de la
barba apuntó de nuevo. Vi una figura que se movía ante el arma y yo. El ángel
me miró, su rostro era sereno y majestuoso. El hombre siguió disparando. Las
balas sonaban como una sinfonía de muerte. Una legión de seres de
luz me protegía. Vi como las balas eran desviadas. El hombre con la barba
volvió a apuntar, dijo: “Es un demonio en forma de hombre”. Él y sus hombres
corrieron gritando de terror. Las balas brillaban con un resplandor. Los
ángeles desaparecieron. Estaba ileso. Tomé una de las balas, estaba fría. Las
balas en el suelo eran la prueba de una fe falsa. Las recogí una por una.
Mi siguiente paso era encontrar a alguien que tuviera
respuestas. En el puerto encontré a un anciano y le pregunté: “¿Es usted
cristiano?”. Me miró con miedo. Le conté todo y le dije que quería saber más de
los ángeles. Él me explicó: “Son los ángeles de la luz.” Me habló de la
revelación, del amor y la compasión. Vi que mi vida era la vida de un buscador.
Me dio un Nuevo Testamento y me dijo que mi vida iba a tener sentido. Me dirigí
fuera de la ciudad, buscando un túnel que se había construido durante la guerra.
Era más peligroso que lo anterior. Había dejado atrás el miedo. Llegué al túnel,
la entrada estaba llena de escombros. El túnel era estrecho y claustrofóbico.
Mientras me arrastraba por el túnel escuche pasos de botas. Hablaban de mí,
estaban a unos metros de mí. Me levanté, una parte del túnel se desmoronó entre
ellos y yo. El túnel se estrechó. Sentí un golpe en la espalda. Un miliciano
había encontrado otra entrada, sacó un cuchillo e intentó apuñalarme. Se le
rompió la punta. Me agredió con el cuchillo, pero no me hirió. Sacó la pistola
y disparó. Una vez más los ángeles me protegieron. Empezó a golpear, pero se le
cayó un pedazo del techo del túnel. Salí al aire libre, hice una oración de
adoración. Al mirar a mi alrededor vi que no estaba solo. Estaba en territorio
enemigo. Mis perseguidores habían avisado. No tenía adonde ir. Sus hombres se
acercaron. El líder me golpeó con la culata en el estómago, me levanté. Miré a
los hombres, vi miedo y odio en sus ojos. Me di cuenta que mi arma era la fe.
Me quedé quieto. El líder me apuntó. Un estruendo sacudió la tierra. Un helicóptero
de Israel apareció. Aterrizó, una voz me llamó en un idioma que no conocía pero
que entendí: “Sube, ahora”. El líder y sus hombres huyeron. La puerta se cerró
detrás de mí. Miré a Gaza, mi huida era un milagro. Todo de había ido. Un
soldado israelí me dio una botella de agua. “Estás a salvo”. Fui llevado a un
lugar para refugiados. Un pastor de Irán me vio con el Nuevo Testamento en la
mano, le conté mi historia. Me escuchó. Dijo: “Dios te ha elegido”. La vida en
el centro de refugiados me dio tiempo para meditar. Leí sobre un Dios de paz,
no de guerra. Me di cuenta de que mi fe no era de ángeles, sino de Hijo de
Dios.
Compartimos nuestras historias. La soledad
desapareció. Después de un tiempo. Vi que mi historia y comprendí que podía ser
un mensaje para quien busca la verdad, la salvación. Mi vida es un testimonio
de la gracia de Dios.

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