El celibato, 1ª parte
El doctor Carlos Villar, prefecto de formación
en Cavabianca (Roma, Italia), ha estudiado ampliamente el tema del celibato. Hasta
finales del siglo XX casi no había bibliografía de celibato para personas que
viven en medio del mundo. Juan Pablo II ha profundizado sobre la teología del
cuerpo y sobre el celibato.
Dios Padre tiene un Hijo. El amor fontal es el del
Padre al Hijo. No es esponsal. Mi amor con Cristo tiene rasgos esponsalicios en
cuanto que es exclusivo, en él encuentro a todos los hombres. En la comunión
anticipo lo que es el Cielo.
Para profundizar el tema, Carlos Villar acude al
Génesis para ver el proyecto original de Dios para el hombre. Se lee que Adán
está en una soledad original. Todos vivimos esa soledad, es una carencia que
sólo Dios puede llenar.
Dios le pide a Adán que ponga nombre a los animales;
poner nombre significa conocer su esencia. Luego el Señor forma a Eva y ante
ella Adán exclama: “Esto es carne de mi carne”, se alegra porque hay alguien
semejante a él.
San Juan Pablo II, en su Teología del cuerpo explica
que: La mujer para el varón y el varón para la mujer, es una ayuda adecuada,
pero no es la solución a la soledad, éste es un camino que sólo Dios puede
saciar. El peligro puede estar es absolutizar el matrimonio, porque el
matrimonio no puede dar lo que no tiene. El matrimonio es grandioso, eso es
parte de lo que se entrega a Dios en una vida de dedicación a Él; estamos
hechos para llenarnos de plenitud. El hombre es un don para la mujer y la mujer
es un don para el varón.
El celibato es un modo de amar que inaugura
Jesucristo, en el Antiguo Testamento no aparece; en el Nuevo
Testamento aparece en el Evangelio de San Mateo cuando dice que hay quienes se
hacen eunucos por el Reino de los cielos. Jesucristo vive con plenitud su
humanidad con corazón virgen. El hombre perfecto es virgen. El Evangelio expone
que a Jesús le dicen que de quién será la mujer que estuvo casada con siete
hermanos y fueron muriendo sucesivamente (cfr. Mateo 22,30). Jesús explica que
en el Cielo seremos como ángeles, el amor mediado no tiene sentido. En el Cielo
Dios será todo en todos; allá todos viven una unión célibe. En la tierra el
célibe incoa la comunión del Cielo.
El celibato es un don que Dios concede.
El Hijo transparenta el amor del Padre. Hay que redescubrir la belleza del
celibato, con él nos vamos asemejando a Jesucristo, como decía San Pablo: “No
soy yo el que vive, es Cristo que habita en mí” (Gálatas 2,20), Cristo vive en
él a través de la fe.
Sólo el que descubre la belleza del amor humano puede
descubrir la belleza fontal. Toda mi energía se concentra en el Corazón de
Cristo; en ese Corazón encuentro a todas las personas, tengo así un amor que no
está mediado. (1800 palabras)
En su Carta a los Corintios San Pablo habla de que el
célibe está en las cosas del Señor; las personas tienen rostro. Algunos rasgos
del corazón célibe son: la ternura, la anchura, la amplitud, la apertura a
todos. Solamente Jesucristo puede amarnos a cada uno como si no hubiera otro.
El célibe con vocación, está llamado a vivir la vida de Cristo. Un corazón
virgen participa de la sed de Cristo en la Cruz, percibe la sed de Cristo en
todas las personas que encuentra, y se hace el encontradizo para atraer a todos
a la Cruz.
El celibato no se da de modo automático.
Los grandes dones se dan a modo de semilla, se van dando cuando hay tierra
buena, buenas disposiciones.
En las ramas del corazón virgen se cobijan todo tipo
de pájaros, es decir, es fecundo, es padre, es madre. La paternidad por
prototipo es la de Cristo. Un corazón enamorado es Cristo que pasa en medio de
las calles y va llenando de luz a todo lo que va encontrando.

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