El riesgo de la mediocridad
Cuando una persona vive en el infantilismo no
quiere asumir responsabilidades y, si le llegan, trata de evadirlas. Por lo
tanto, en esa misma persona reina también la irresponsabilidad, y esos
dos factores dan como consecuencia la mediocridad.
¿Qué es la rémora? Es un pez marino de unos 40 cm. de
largo con una serie de láminas cartilaginosas con las que se adhiere a otro pez
más grande, como el tiburón, para viajar sin gastar energía y comer a sus
expensas, de lo que le sobra al tiburón. Se aplica en sentido figurado a la
persona que produce demora, retraso, que dificulta algo o que vive a costa de
otro.
El mediocre es de calidad media, tirando a malo. El
mediocre es parásito porque vive del otro. Y para no sentirse mal
necesita unos “anestésicos”, que puede ser: las redes sociales, Netflix, el alcohol,
asalto a la alacena, etc. ¿Qué quiero matar en mí? Quizás la ansiedad,
el miedo, el vacío, la infelicidad…
Superar la mediocridad es un trabajo de dos: Dios
y yo, Dios y tú. Se propone una auto observación para saber qué quiero
anestesiar y para identificar en qué conducta destructiva caigo constantemente
y saber por qué me fugo. Quizás hay una responsabilidad que no quiero asumir por
infantilismo o por no querer responsabilidades. Hay que analizar: en dónde está
mi mediocridad, cuál es mi zona de confort. Es necesario trabajar para que esa “fantasía”
en la que vivo se acabe y empiece a vivir la realidad. La realidad no es la que
anhelo, es la que es. Aceptando la realidad nos hacemos adultos equilibrados y
sanos.
Lo primero que hemos que admitir es que tenemos
un PROBLEMA, que en mi interior hay una zona oscura que no quiero mostrar. Tal
vez me falta amor a Dios o a la Cruz. Lo segundo es estar dispuesto a
COMPROMETERME, de otro modo me estanco en mi crecimiento emocional y
espiritual.
Quizás en nuestra niñez esté la raíz de este mal.
porque en ella hubo un rechazo afectivo de alguien cercano que no nos valoró, o
que quizás fueron sobreprotectores, y, a la larga, esa persona sobreprotegida –
que soy yo- chantajea para que le cumplan lo que desea o la sustituyan en su
responsabilidad.
La doctora Esther Bonnin sugiere analizar: ¿Quién me
sobreprotege? ¿Adónde me ha llevado esa sobreprotección? ¿Por qué la sigo
permitiendo? Quizás se tuvo una responsabilidad prematura y eso ha causado el
estancamiento voluntario. Hay que trabajar desde nuestro interior con la
ayuda de nuestro Señor: Todo está dentro. Lo de afuera se va a componer
cuando me haga cargo de lo que está dentro. Hay que observarnos a nosotros
mismos para entender por qué actuamos de una o de otra manera. Y vamos a
investigar por qué me molesta lo que dicen otras personas.
Hay que hacer introspecciones para conocer qué
genera en mí esta problemática. Cuando no trabajamos en nosotros, culpamos
a los demás de lo que nos pasa y no convertimos en víctimas. Y ello
conduce al narcisismo, que es tener un sentido desmesurado de nuestra
importancia, una necesidad de admiración y una carencia de interés por los
demás. Nacen complejos y se buscan anestésicos.
Estas conductas destructivas llevan a no sentir y no
querer afrontar la responsabilidad, entonces surgen miedos que no nos dejan
caminar. El miedo nos hace no asumir la responsabilidad, y la emoción del
miedo es la emoción más limitante. Nuestras responsabilidades nos pueden
llenar de angustia porque implica salir de la zona de confort. Lo normal es
luchar contra el límite impuesto por el yo.
¿A qué le tenemos miedo? Quizás le tenemos miedo a la realidad que
vivimos, al dolor de dar. Generalmente la realidad nos dice: “eres inseguro, no
vas a poder, eres incapaz”. Y cuando estas conversaciones internas comienzan,
se da ansiedad y el miedo se presenta con otra cara, y nos fugamos. Es decir,
cuando no trabajamos con nosotros mismos, aparecen las fugas, quizás en
conductas destructivas que no nos permiten caminar. Luego se convierten en
mal hábito y terminan en adicción o enfermedad.
El ser humano nace para ser mejor persona y, cuando no
lo hace, se fuga por la televisión, las redes sociales, las aventuras. En suma,
el problema somos nosotros.
Hay que empezar a construir nuestro presente desde
el protagonismo de nuestra vida, desde mi lugar de hijo de Dios. Somos
hijos amadísimos. Vamos a identificar los anestésicos. ¿Qué es lo que no quiero
sentir? Examinarlo con valentía y pedir luces al Cielo. El mensaje es que hay
esperanza, hay un Dios vivo que espera nuestra respuesta. Él está esperándote y
desea decirte que sí se puede, con tu voluntad y con la ayuda de Él. El Señor quiere
trabajar contigo.
Conocer y cumplir con nuestras responsabilidades nos
hace más felices y más agradables a Dios, capaces de transformar nuestro
entorno y nuestra realidad: esto repercute en todo. Cuando no queremos asumir
las responsabilidades, nos estamos fugando. Cuando no tomo decisiones y no me
hago cargo de mi libertad, me estoy fugando. Y voy a vivir como muerto en vida.
Perdemos el sentido de nuestra existencia, hay vacíos, lagunas, baja autoestima,
y vamos a seguir cayendo en conductas destructivas. Hay que buscar los
antídotos para salir de esa pesadez, este hoyo inicuo, porque “la mediocridad
es una decisión personal” (Jorge Wagensberg).
Salir de la mediocridad empieza por no abandonarse
a las quejas. Luego, requiere actitud, esfuerzo y fomentar una espiral
infinita de aprender.

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