El celibato, 2ª parte
Un axioma dice:
“La gracia de Dios perfecciona la naturaleza, pero no la suple.” La gracia
lleva a plenitud lo humano. Jesús habla en el Evangelio que el sembrador sale a
sembrar y encuentra “tierra buena!”; es decir, idoneidad. Cuando la tierra no
es buena, el celibato no nace bien, y cuando el celibato no está bien vivido
aparece la insatisfacción. El camino de la plenitud no es glorioso, es alegre y
doliente; forma parte del amor grande de la entrega: el darse. Cuando el odre
está estropeado la vocación no puede germinar, hay incapacidad de vivir el
celibato con equilibrio.
La entrega en la Santísima Trinidad es gozosa. En
nuestro mundo, sellado por el pecado, la entrega es gozosa y, a la vez,
dolorosa: Hay que romperse para dar vida. En el Cielo haremos eso mismo sin
lágrimas, pero aquí en la tierra saber amar lleva dolor. El sexo ha sido creado
por Dios, es algo precioso. La sexualidad es humana y divina. El célibe renuncia
al uso de la genitalidad; puede vivir la plenitud de la sexualidad en un camino
superior.
El célibe ama sin atarse;
la energía sexual está habitada por el Espíritu Santo. Los santos han vivido
esto y son fuente de humanidad. Teresa de Calcuta propone: “Ama sin poseer”. El
célibe no domina a los otros. Cristo abre el corazón de su discípulo San Juan,
sobre los demás amores. El corazón virgen tiene que pasar por ser herido por la
fuente de todos los amores que es Jesucristo. La voz del Espíritu es suave: “Si
quieres, sígueme”. En una vida célibe hay una fecundidad que no se queda en la
biología; el célibe engendra hijos de Dios. Es padre en sentido espiritual. Ser
padre o madre es sostener a otros.
El misterio es distinto del enigma, porque el enigma
tiene solución y el misterio no. La fe puede ir unida a la razón, pero se topa
con el misterio, entonces requiere una fe sobrenatural. El Cuerpo de Cristo es
un misterio. La Santísima Trinidad es un misterio, cuanto más profundo es el
misterio, más importante es.
Dios nos busca a todos de modo distinto; cada uno
avanza vivencialmente. El clérigo y el laico son fundamentales para que el
mundo exista. El célibe es maestro del amor de los que están en el mundo. “No
hay más amor que el Amor”. El amor humano, o está transido de Amor de Dios o no
es amor. Los casados necesitan ver ese estilo de vida de Cristo.
El doctor Carlos Villar dice: Ciertamente puede
haber célibes fríos porque poseen un corazón que no es el de Cristo, lo que hay
es un celibato mal vivido en una persona que busca compensaciones, equilibrio,
porque falta plenitud. Esto puede convertirse en un hábito y eso desemboca en
uno de dos caminos: la mediocridad o la infidelidad. El Evangelio
muestra un corazón frío en el hermano del hijo pródigo. En ese corazón no hay
calor. Allí la energía sexual se congela, no hay amor a Dios ni a los demás, y,
cuando está solo, percibe que está vacío y que tiene un corazón acartonado;
todo movimiento en él se basa en el premio o en el castigo.

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