Judío desafía a Jesús en el Muro de los Lamentos y su vida da un giro inesperado.
Un hijo adolescente – Jonatan- muere, así que el padre judío
reta a Jesús, pero no espera respuesta, ¿y la tiene! El viento se detiene. De
pronto, una presencia. Ve a un hombre con una mirada con mezcla de ternura y autoridad.
Ve que cura a un niño con lepra. Ve unas manos fuertes, trabajadoras, con
perforaciones brutales, pero hay algo más, irradian paz, como si el sufrimiento
tuviera un propósito. Luego hay una tumba vacía, un resplandor. “No, esto no
puede ser real”. Su mirada entra hasta lo más profundo de mi ser. Me
encuentro solo, temblando, con el rostro lleno de lágrimas. Mis piernas apenas
me sostienen. Los demás están ajenos a lo que acaba de suceder. Regreso como
sonámbulo. Cuando llego a casa mi esposa me espera con una taza de té. ¿Cómo
explicarle que acabo de experimentar algo que confronta todo lo que creemos? No
le digo nada. Durante tres días no puedo comer. Las escenas se repiten, Leo la
Biblia, los pasajes se leen con una luz diferente. Veo a alguien que sufre por
los demás. “¡No!”, grito. Mi esposa me pide que le diga qué pasa. No le puedo
contar nada. “Es sólo el dolor por Jonatán”, le digo. Esa noche tomo una
decisión. Necesito respuestas, y sé dónde encontrarlas. Sé que un grupo de
judíos mesiánicos se reúnen. Necesito escuchar lo que tienen que decir. Se da
el encuentro en dos días. Le explican las profecías y se queda impactado. Dos
semanas después un rabino lo vio salir de la congregación de judíos mesiánicos.
Lo despojan de su título como rabino. Su esposa y el vecindario lo saben. Lo
miran con confusión y vergüenza. “No estoy abandonando mi fe, sino
profundizándola”. Pierdo todo. Ya no puedo enseñar. Abro el libro de Job. ¡Valió
la pena! El Mesías que esperábamos era diferente al Mesías que necesitábamos.
Regreso al cotel. Vengo a rendirme. “Jeshúa, susurro, te entrego todo lo que
soy, mi corazón está roto, pero si me quieres así, inunda mi ser, desde dentro.”
Encuentro la certeza de ser amado, aceptado. La comunidad me trata como muerto.
Pero gano una relación viva con el Creador del Universo, con Alguien que conoce
el rechazo. Entiendo que el Mesías vino a resolver nuestra separación de
Dios por el pecado, no a darnos poder.

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