Educación afectiva



Los padres de familia han de saber que se planea un golpe bajo a través de la educación sexual que se quiere impartir. Hay una Ley General de los derechos de Niñas, Niños y Adolescentes que usa conceptos ambiguos, no reconocidos ni en el Derecho Internacional ni en el Derecho Positivo Mexicano, o del país correspondiente
La Ley general de Prestación de Servicios para la Atención y Cuidado y Desarrollo Infantil Integral, incluye los “derechos sexuales y reproductivos” como un servicio de salud.
La educación debe tender a formar hombres de recia personalidad. Cada persona tiene una afectividad distinta, que hay que respetar y potenciar. A la vez, nadie tiene una afectividad madura si carece de virtudes humanas. ¿Cuáles son esas virtudes? Entre otras, la sinceridad, responsabilidad, optimismo, templanza, fortaleza, puntualidad, orden... La afectividad se forja bien si vive de acuerdo con la verdad de lo que el ser humano es: un ser corpóreo-espiritual.
Las virtudes y los vicios, es decir, los hábitos, configuran a la persona entera. Así, la persona generosa, ante la oportunidad de dar, se siente impulsada a hacerlo; la egoísta, capta como una amenaza que alguien pueda pedirle algo. Los sentimientos no son ni buenos ni malos, es algo que nos acontece, pero hay que tratar de tener los sentimientos correctos, es decir, enamorarnos del bien y odiar el mal. Hay que tratar de ser dueños de nuestros sentimientos, y no ser manejados por ellos. Las mujeres infantiles se dejan gobernar por los sentimientos.
En la medida en que una persona alcanza mayor madurez humana, sus sentimientos espontáneos son mejores; pero siempre puede suceder que surja un sentimiento negativo. Entonces, lo propio de una persona madura, es no hacer suyo ese mal sentimiento.
¿Cómo puedo controlar mis afectos? Preguntará alguno. La persona no puede culparse por lo que siente, pero puede tener culpa o mérito por lo que viene después. Aristóteles decía que sobre los afectos hay que tener un control político –ganarnos la complicidad del propio afecto-, e indirecto, a través del conocimiento. Puedo sentir y no consentir. Consentir es dejarse arrastrar por el afecto, y eso sí está en nuestra mano. Los afectos se desencadenan a partir del un conocimiento; también a través de un conocimiento podemos controlarlos. Hay que ponerles nombre a los afectos.
Mientras que la educación intelectual se puede programar, la afectiva, no. Las lecturas y las experiencias de los demás y las propias –meditadas, razonadas- son las ocasiones que hay de educar la afectividad.
Los sentimientos surgen de manera espontánea, no dependen de nuestra decisión, pero eso no quita que sean personales; lo son, porque los reconocemos como algo propio. Alguien puede tener el deseo de huir, pero no huye porque ve que pierde algo grande, entonces prefiere enfrentar la situación.

La persona madura se pregunta, no sólo lo que siente sino si aquello es bueno o repugnante, si es razonable experimentar ese sentimiento, y puede decidir si se autoposee, si se autodomina.
El surgir de los sentimientos no cae dentro del dominio directo de la voluntad –afirma la Dra. Francisa Quiroga-; sin embargo, lo que aparece en nuestro mundo interior, podemos y debemos valorarlo. Desaprobar el propio sentimiento no significa dejar de sentirlo. Una mujer puede desaprobar la atracción que siente ante el marido de otra, y no por eso deja de sentir la atracción, pero la rechaza porque no es éticamente buena.
Pero no siempre estamos en desacuerdo con nuestros sentimientos. Lo que sentimos espontáneamente concuerda muchas veces con nuestro proyecto personal de vida. La madurez afectiva está en el acuerdo habitual entre lo que surge del corazón y los propios ideales.

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