Reloj de arena



Contaba Alfonso Nieto que un joyero excelente compró un lote de relojes de arena que cubrían media hora de tiempo y, antes de venderlos, les puso un letrero que decía: “El tiempo tiene un dueño que no eres tú”. Un peatón le preguntó que por qué decía eso su letrero. A lo que el joyero contestó: Porque nadie puso su hora de nacimiento ni pone la hora a su muerte. El tiempo es breve, instantáneo y valioso, pero hay que vivirlo con serenidad.
Jesucristo “vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa”, el misterio pascual (CEC, 1085).
Todo lo demás, pasa. Job dice: “Mi vida es como un soplo” (Jb 7,6). Catalina de Siena explicaba que las fatigas son pequeñas porque el tiempo es breve, “es como la punta de una aguja, y no más… Pasado el tiempo ha pasado la fatiga”. (Diálogos, 45).
¿Cuánto vale el tiempo? Dependerá de quién lo valora y para qué lo usa, pero por eso hay que ir a lo esencial. ¿Qué es lo importante? Amar sinceramente a Dios y a los demás.
La mística Luisa Picarreta nos ayuda a ir a lo esencial: sugiere amar con el Alma de Jesús, así abrazaremos todos los siglos, a todas las criaturas y elevándonos, devolveremos a Cristo la creación entera, ordenada, tal como salió de sus manos.
El tiempo es valioso, el tiempo pasa de prisa. Cada día es una “pequeña vida” que tenemos para llenarla de contenido, de trabajo bien hecho, de buenas obras, de amor. Ahora es el tiempo oportuno de hacer el “tesoro que no envejece”.
Toda persona tiene, misteriosamente, el deseo de llegar a la intimidad con Dios; y esto es posible para todo el mundo; basta un poco de esfuerzo y darle tiempo a Dios. Cada persona tiene su manera propia de orar, sin embargo, en la oración no cuenta tanto lo que hacemos sino lo que Dios hace.
¿Por qué debo de alzar mi mente a Dios? Porque si no rezo, no se disciernen los espíritus, no entiendo a las almas, ni sé lo que quiere Dios de mí. Al orar doy paso a la acción de Dios.
El hombre está hecho para hacer oración, para la alianza. Dios espera esa confidencia nuestra. Si no vamos al paso de Dios es por falta de oración. La realidad es como la vemos en la oración. Hay que ser decididamente sobrenaturales. Vamos a apostarle a la oración. La dignidad de nuestra vocación se nos descubre en la oración.
Benedicto XVI escribió en La sal de la tierra: El hombre actual ya no es capaz de reflexionar sobre lo esencial, pero nota que está falto de algo. “Cuando Dios falta, el mundo queda en tinieblas, todo parece aburrido y no satisface nada. Cuanto más se vacía el mundo de Dios, más necesidad hay de consumismo y más se vacía el mundo de alegría” (p. 30).
Las oraciones y sufrimientos producirán sus frutos en la medida de la intensidad de nuestra unión con Dios. Dios es el que ora, sufre y ama en nosotros. Amar es pensar en Dios, es escucharlo. Amar es ante todo vivir para el ser amado; pero Él tiene que quemar todo egocentrismo, y eso duele.
“La primera libertad –dice San Agustín- es carecer de pecado”[1]. Miguel de Cervantes elogia la verdadera libertad en su obra El Quijote, quien explica: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Sin oración el yo humano termina por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que tendría que ser eco de la voz de Dios, corre el riesgo de reducirse al espejo del yo.



[1] San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 41,8.

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