Esperanza
Benedicto XVI, explica: Si hay una gran esperanza,
se puede perseverar en la sobriedad. Si falta la verdadera esperanza, se busca
la felicidad en la embriaguez, en lo superfluo, en los excesos, y los hombres
entonces se arruinan a sí mismos y al mundo. La moderación no es sólo una regla
ascética sino un camino de salvación.
Hay dos extremos en la esperanza: Un extremo se da
cuando hay exceso de confianza y se piensa: “Como Dios es bueno, me salvará y
me hará santo sin que yo ponga esfuerzo de mi parte”. El abuso de confianza se
transforma en el pecado de tentar a Dios. Pedro pensó que se bastaba él solo
para ser fiel a Dios, contaba sólo con sus fuerzas y fue derrotado, negó a
Dios. Somos débiles, frágiles, y sólo tenemos fuerzas cuando nos apoyamos en la
fortaleza de Dios. Es esencial el propio conocimiento para luchar y vencer con
la gracia. Cuando confiamos en nosotros mismos, en el primer oleaje del mar,
nos hundimos.
Hay que conocer nuestra miseria pero, a la vez,
mirar a Dios que nos ama, y en quien podemos depositar nuestra confianza para construir
nuestra casa sobre roca (Mateo 7,24-27). San Pablo sabía que era nada pero que en
Dios todo lo podía, “todo lo puedo en aquél que me conforta”, decía.
Se aproximan días de dolores mayores a los
actuales, pero si confiamos en Dios, la angustia, la persecución y el hambre no
podrán separarnos de Él. Hemos de poner nuestra esperanza en el cumplimiento de
las promesas de Dios.
El otro extremo es no confiar en Dios, en
desconfiar de su amor y su poder. Más bien tendríamos que desconfiar de
nosotros mismos. Jesús no es un Dios de falsas promesas, cumple lo que promete,
por eso dice el Salmo 31: “En ti, Señor, he esperado, y no seré jamás
defraudado”. Si nos mantenemos humildes y sumisos a la Voluntad de Dios, la
ayuda divina no faltará.
Ayuda
mucho pensar en lo que recomienda San Pablo: Los cristianos, “en medio de las adversidades de esta vida,
hallan fortaleza en la esperanza pensando que los padecimientos del tiempo
presente son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en
nosotros” (cfr. Rom, 8,18).
San Juan Pablo II pronunció una frase sabia:
“Nacimos para ser felices, no para ser perfectos”; pero a veces no pensamos en
esto sino en brillar con luz propia, en viajar y en tener dinero. El mundo se
mueve por títulos, por documentos, por política y por dinero, pero penetrar en
el Misterio del Hijo de Dios, no se compra sino se gana, y quienes deseen ganar
esa relación deben tomar su cruz y hacerse expertos
en Amor.
Joseph
Ratzinger nos centra sobre el objetivo de la esperanza. Escribe: “Un mundo
futuro mejor no es asunto de la esperanza, la meta de la esperanza es la vida
eterna”.
Abraham
fue agradable a Dios, porque creyó y esperó contra toda esperanza. Nosotros
también esperamos contra toda esperanza. Esperamos que este matrimonio se va a
arreglar; que vamos a encontrar sentido a esta contrariedad...
San
Juan Bosco decía: Las grandes cosas
ocurren en el corazón del hombre.
En sus Confesiones
San Agustín dice que el hombre es “un gran enigma” (magna quaestio) y “un gran abismo” (grande profundum), enigma y abismo que sólo Cristo ilumina y colma.
Esto es importante: quien está lejos de Dios también está lejos de sí mismo,
alienado de sí mismo, y sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con
Dios. De este modo logra llegar a su verdadero yo, a su identidad.
Santa
Teresa de Jesús escribe: Espera, espera,
que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se
pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve
largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu
Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin
(excl. 15,3).
¿Qué
espero? ¿Tengo un motivo para vivir? Quizás deseo la conversión y salvación de
muchos. Tal vez espero consolar a Dios, y eso tiene mucho sentido. También espero
la felicidad completa que está en el Cielo, donde no hay lágrimas, ni muerte,
ni llanto ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado (Ap 21,4).
¿Por qué tener esperanza? El Papa
Juan Pablo I contestó: Porque nos adherimos de tres verdades: “Dios es
omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a sus promesas. Y es El, el
Dios de la misericordia, quien enciende en mí la confianza; gracias a Él no me
siento solo, ni inútil, ni abandonado, sino envuelto en un destino de
salvación, que desembocará un día en el Paraíso” (Joaquín Navarro-Vals, Fumata Blanca, Rialp Bolsillo, Madrid
1978, p. 107).
Hay que aprovechar estos días de paz para prepararnos para la gran
batalla espiritual que se avecina.
Comentarios
Publicar un comentario