Los jóvenes ante la religión
A los jóvenes les interesa la religión, pero cada vez le
dan menos importancia. Se alejan de Dios, de la Iglesia –la que sea - y de todo
aquello que suponga poner límites a su vida.
Dentro de las diversas iglesias ven aburrimiento, falta de
coherencia y personas anticuadas, y se concibe a la juventud ligada al placer y
al exceso de libertades. Sin embargo, sería un error asumir que la religiosidad
está en declive en el mundo. En aquellos países en los que los hijos se sienten
diferentes a sus padres, es decir, donde hay una brecha generacional, se
enfrentan al estancamiento demográfico, mientras que aquellos con los índices
de religiosidad más alto, entre sus habitantes viven una explosión demográfica.
Es el caso, principalmente, del África subsahariana, donde el 88% de los
adultos jóvenes y el 89% de los mayores, consideran la religión muy importante.
Los jóvenes tienen que cambiar ¿o será la Iglesia la que
debe transformarse? Podemos decir que las dos afirmaciones son válidas.
Muchos jóvenes se sienten satisfechos y creen tener el
mundo en un puño, no saben divertirse y acuden al alcohol, se han acostumbrado
a vivir en un mundo oscuro, pero como son optimistas, todo les parece normal. Suponen
que son felices, más, si llega una confrontación o una crisis, no la saben
afrontar adecuadamente, entonces sufren de heridas casi incurables. Otros, por
diversas causas, están insatisfechos y, en ocasiones, vacíos.
Muchos jóvenes rezan en casa, leen libros, escuchan programas
de radio, leen la Biblia y ven algunas películas de vidas de santos. Si sus
padres son practicantes, con frecuencia se unen a las prácticas espirituales y
litúrgicas. Los que hacen suyas las creencias de sus padres, son más sólidos en
su fe y están un poco más protegidos antes las seducciones mundanas y las
ideologías del momento.
Le pregunté a un joven de 29 años: ¿Qué sentido tiene la
vida? Se asombró de la pregunta y me contestó: “Somos parte de la naturaleza,
¿o no?”. Pues sí, somos parte de la naturaleza, pero no somos sólo eso. Vivir en la superficialidad
no nos hace felices. Necesitamos a un padre, nuestro Padre del Cielo.
El modelo juvenil es dinámico y en permanente proceso de
reconfiguración. Su búsqueda propia escapa a todo encasillamiento, como le sucedió
al hijo del artista Emanuel, Alexander Acha.
Los jóvenes han vivido en un mundo complejo, secularizado y
lleno de violencia. Hay quienes encuentran en los pobres su forma máxima de
vivir su fe. Los “creyentes y practicantes” son una minoría. Hay “creyentes no
practicantes” a los que cuesta definir su fe. Necesitan un Dios presente en sus
vidas, pero no lo adoran ni le dan culto. Los “posmodernos mágicos” son jóvenes
con estudios, que separan la ciencia y la fe. La religión expresa algo grande,
que nos sobrepasa, o algo que n o podemos comprender por lo grande que es.
Tienen una visión más mágica que religiosa de Dios. Los “católicos sin
cristianismo” no saben nada de Jesús, ven las prácticas religiosas como un
evento social, pueden estar en un rito sacramental sin sentirse parte de la
Iglesia. Otros jóvenes han dejado la práctica religiosa por el mal ejemplo de
algunos pastores y, avalados con ese argumento, empiezan a vivir una vida
amoral o inmoral, es decir, dejan la religión por su propia conveniencia y
gustan de la pluralidad.
La Iglesia también debe cambiar, no en su contenido, sino
en la forma de evangelizar, por ejemplo, al estilo de Benedicto XVI, hombre
coherente, que, cuando hablaba daba parte de sí mismo, daba “carne de su
carne”, y, aunque fue atacado, siempre estuvo sereno porque se sentía hijo de
Dios y heredero del Cielo, por la misericordia de Dios.
Benedicto XVI, en la Universidad Urbaniana de Roma, dijo a los jóvenes que
«no anunciamos a Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de
miembros posibles, y ni mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque
sentimos el deber de transmitir la alegría que nos ha sido donada».
Benedicto XVI añadió que «la alegría exige ser comunicada. El amor exige
ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran
alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo
vale para el don del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se
manifiesta». «Seremos anunciadores creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos
realmente en lo profundo de nuestra existencia, cuando, a través del
encuentro con Él, nos sea donada la gran experiencia de la verdad, del amor y
de la alegría». (23 X 2014).
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