Pedir perdón

 


En la televisión pasaron una entrevista de una mujer campesina, sencilla, de Ruanda, África. En la contienda entre los hutus y los tutsis un hombre asesinó a sus cinco hijos.  Ese hombre estaba presente en la entrevista, al otro lado de la mesa.

Éste es el hombre a quien ella ha perdonado y que va todos los viernes a tomar té a su casa. La entrevistadora le pregunta que cómo ha sido posible que ella haya perdonado a ese sujeto. La mujer contesta: “Mis hijos han muerto y no debo pensar más en ello. No perdonar a este hombre sería como perpetuar aquél crimen. El crimen cometido es de una barbarie insoportable, pero no es inhumano porque lo hizo un hombre que ahora siente una gran pena. Es un golpe que debo aceptar y sanar.” Como dice el dicho: Aprende a soltar y deja que Dios se encargue del asunto.

Nos conviene ser personas fáciles de trato, muy inclinadas al perdón de fondo, rápido, universal, porque entonces Dios nos va a perdonar fácilmente. Lo que más nos asemeja a Dios es nuestra disposición a perdonar. En cambio, lo que más nos aleja de Él es el espíritu de venganza, la dureza de corazón y la inclemencia. El que dice: “Te la tengo guardada” o “te la voy a regresar”, no agrada a Dios.

Los que buscan la venganza, se hieren aún más. Hay que dejarle a Dios la venganza, él dará a cara uno lo que merece, y, si se arrepiente de su mal, Dios lo perdona. A lo mejor desde niños nos enseñaron a devolver la ofensa. La venganza tiene la dulzura de la serpiente, es suave y venenosa; pero la venganza encadena, mientras que el perdón libera de la carga.

No se trata de buscar un culpable sino de encontrar una solución. San Juan Crisóstomo llega a decir que “nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón” (In Mat homiliae 19,7). En efecto, el perdón es la obra de caridad más sublime. No se vence el mal con la venganza, sino con el ejercicio de la caridad.

En un mensaje mariano la Virgen nos dice en pocas palabras: “Muchos no saben pedir perdón. Eso coloca de nuevo a mi Hijo en la cruz”.

En Génesis 4, se habla de Lamec, prototipo del vengativo. Lamec es un personaje de la Biblia que se vengaba hasta setenta veces siete. Jesús habla de esa forma oriental y dice: “hay que perdonar hasta setenta veces siete”, es decir, de modo ilimitado.

El perdón tiene cuatro características: Debe ser pronto, de todo, siempre, a todos. Debe alcanzar cualquier ofensa. De algún modo Dios nos obliga a perdonar al enseñarnos el Padrenuestro que dice: “Perdónanos como nosotros perdonamos”. Su misericordia es inagotable y nos dice: “Perdona tú también”.

Hay personas que tienen un carácter muy difícil…, y quizás son las que más cariño necesitan. Si nos sentimos muy agraviados hay que pensar que, comparado con lo que sufrió Nuestro Señor por nosotros, es poco lo que sufrimos.

Los rabinos decían que había que perdonar hasta tres veces. Jesucristo dice que hay que perdonar siempre. Si perdonamos Dios nos ayudará a olvidar los agravios de corazón.


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