Estuve en coma...
Testimonio de chica peruana
Una chica rebelde se aleja de su
madre. Se fue a Canadá. Le gustó la vida de fiestas. Regresó a Perú y se alejó
de Dios. Siguió la corriente, sentía una herida porque pensaba que su mamá no
la quería. Sintió un gran vacío. A los 33 años salió embarazada. Tuvo un parto
difícil, regresó a su casa, pero se sintió mal. Volvió al hospital y le dijeron
que tenía septicemia. Su mamá le llevó al sacerdote, se confesó y sintió una
gran paz. La pusieron en coma inducido. El doctor no sabía si iba a pasar la
noche. Esa noche sintió que salió de su cuerpo y empezó a descender, había una
gran explanada, no había luz, veía escenas y las comprendió. Vio la guerra, la
pobreza, escenas del pecado de lujuria donde la gente reía pero no estaban
contentas, era sólo oscuridad. Vio mansiones donde la gente adoraba joyas,
belleza y no había luz. Vio personas con cuerpos perfectos, hacían ejercicio,
pero no tenían luz dentro. Tenía la sensación de que no había vuelta atrás.
Había un mar de almas, en medio había una mujer perfecta. La mujer me dijo:
“Sólo tienes que adorarme y te doy lo que quieras”. Le dije: “No, tú eres una
mujer”. Me dijo: “Puedo transformarse y se cambió a un joven muy guapo”. Pienso
que la gracia de la confesión me ayudó para resistir a la tentación. Una mano
me cogió y me llevó a otro lugar donde miles de niños cantaban una música
celeste. Caminé, pensé: “Voy a ver a Dios”. Fue como levantar un velo un
poquito, y sentí la presencia de Dios y la presencia maternal de nuestra Madre.
Recibí ríos de amor. Nada contaba. Mi alma estaba desnuda frente a Él y vi que
tenía las manos vacías. Sentí vergüenza. Vi lo pequeño que somos ante Dios.
Empecé a ver luces pequeñas, y se me explicó que eran las personas que oraban
por mí. Entendí que no era mi momento. Yo no quería regresar porque no hay amor
similar al amor de Dios. Regresé. Me encontré en el hospital, entubada. Estuve
28 días más en el hospital. Tuvieron que operarme y limpiarme. Estaba llena de
cortes y de dolor, pero estaba gozosa. Pasaron los días, me sentía diferente.
Empecé a discernir y comprendí que el Señor quiso esa experiencia. El Señor me
dijo: “Quiero que te consideres una mujer sana”. El Señor cortó las cadenas, el
Señor me liberó y entendí que era como volver a nacer. Entendí que nadie tiene
la vida comprada. No sabemos cuánto nos ama y cómo desea que vivamos feliz a su
lado.
Tuve que sentarme y aprender a rezar.
Tenía sed de conocer a Jesús, empecé a leer a los sacramentos y a orar. No fue
fácil. Sufrí cambios muy drásticos. Tuve que terminar mi relación, que era una
relación donde Dios no estaba al centro. Fue una decisión difícil. Decidí
entregarle a Dios mi vida y vivir la castidad. Siento una libertad y un gozo que
no sentía antes. No estoy sola, Dios me acompaña. La vida tiene otro sentido.
El amor de Dios me cambia la vida y el corazón.
A partir de allí sanó la relación con
mi madre, porque mi corazón ya no estaba endurecido. Fue un proceso lento –de tres
años-, pero se dio el momento de la reconciliación.
Yo creía antes en la energía…, eso no
hizo más que causarme mayor dolor. El único Gran Médico es Nuestro Señor.
Llegamos a Él a través de la oración.
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