Trípode
Hace unos días me invitó una amiga a comer a su casa. Su
esposo estaba presente y nos contó que lo invitaron a un evento, pero no le
avisaron que debía hablar unos minutos. Él, ni tardo ni perezosos se levantó de
su silla, se dirigió al micrófono y les habló de una idea central que acababa
de empezar a vivir: “La vida para mí era un trípode. Primero era mi trabajo,
luego mi familia y luego, en tercer lugar, Dios. Por vueltas que da la vida,
pude darme cuenta de que mi trípode, estaba mal, así que decidí arreglarlo: 1º estaba
Dios, en 2º lugar la familia y en 3er lugar el trabajo. Eso suponía ganar menos
dinero, sin embargo, mi vida cambió para bien pues esa es la jerarquía justa y
ahora siento que su vida adquiría más orden y sentido”.
Quince días después tomé un taxi y el conductor me contó
que el trabajaba duro, el sábado se desvelaba en el trabajo, el domingo se
levantaba a las 12 y, una vez repuesto, volvía al trabajo. Pregunté: “¿Y por
qué el exceso de trabajo?”. Respondió: “Tengo muchas deudas porque le he hecho
mejoras a la casa”. Ya no le dije nada porque vi que estaba cerrado a todo
cambio, sólo pensé: “La casa se queda en esta tierra y el alma, que dura una
eternidad, esta algo descuidada”. Y es que sólo el Espíritu Santo nos puede
convencer de que la verdadera jerarquía de valores es otra.
Trabajo
y vida en familia son compatibles y pueden ser un encuentro con Dios si
esa persona hace oración cada día.
¿Y
cómo se santifica el trabajo? Haciéndolo bien,
ciertamente, pero falta algo más. Haciéndolo con amor, ciertamente, ¡pero aún
falta algo más! ¿Qué falta? Unir nuestro trabajo al de Jesucristo. Él paso 30
años de vida oculta y gran parte de esos años los pasó trabajando, y, a la vez,
redimiendo, es decir, rescatando almas para Dios. Si nos unimos a Su trabajo,
el nuestro adquiere relieve y santidad, aunque sea un trabajo oculto, sin que se
haga notar, como fue el trabajo de Santa María y de San José.
Jesús pasó la
mayor parte de su vida terrena en la oscuridad de un pueblo, Nazaret, apenas
conocido dentro de su misma patria. Esos años están llenos de luz y de lecciones para
nosotros; el valor de sus obras fue siempre infinito, y llevaba a cabo la
Redención cuando pulía la madera, como cuando ayudaba a su madre en casa o
cuando en su vida pública le seguían las multitudes. Dice el Evangelio que “todo lo hizo bien”. Además, en su
predicación se nota que conoce bien el mundo del trabajo; habla de pastores y
pescadores, de sembradores, panaderas y artesanos, de constructores y viñadores.
El ocio no ha hecho santo a
ninguno, por tanto, hay que amar el trabajo y hacerlo. El Fundador de la Obra, metido en la entraña
de la Iglesia, subraya dos cosas: hacer presente a Dios en la vida diaria y
trabajar bien. San Josemaría conecta la gracia continua del Espíritu Santo con
el trabajo. La santificación del trabajo y la santificación del mundo es lo
mismo. Se trata de tener presente a Dios y hacer presente a Dios. En el mundo
hay invitaciones continuas para tener presente a Dios.
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