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¿A qué se compromete una persona con el Matrimonio?

El matrimonio es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.

Un profesor de la UNAM nos enseñaba que el matrimonio se creó cuando algunos hombres se volvieron ricos y querían dejar su herencia a su prole, pero no es así. El matrimonio es un sacramento instituido por Jesucristo en vida de Él.

¿De dónde nace el matrimonio? Del consentimiento personal e irrevocable de los esposos. Sus propiedades esenciales ¿cuáles son? son la unidad y la indisolubilidad.

El matrimonio está ordenado a la procreación y educación de la prole: los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al mismo bien de sus padres.

Para los bautizados el matrimonio revista la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo con su Iglesia.

El matrimonio hace a los esposos capaces de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana (Familiaris consortio, 14).

El amor mutuo entre los esposos es muy bueno a los ojos de Dios (Gen 1,31). Y este amor es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. Dios les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla” (Gen 1,28, CEC, 1604).

El don que caracteriza el amor como conyugal son las personas en cuanto recíprocamente sexuadas en orden a la generación. Ninguna persona puede llegar a ser padre por sí solo, o con otra persona del mismo sexo. Solamente en el amor conyugal se da identidad entre el ofrecimiento del don y su aceptación. Son una sola carne (Gen 2,24). Cuando se casan, el marido es dueño del cuerpo de la mujer, y la mujer es dueña del cuerpo del marido (cfr. 1 Cor, 7,4).

La comunidad matrimonial es el fundamento natural de la familia, es célula de la sociedad. El matrimonio canónico es sacramento; el matrimonio civil es matrimonio natural. Hay parejas que cohabitan sin ningún vínculo institucional; el amor exige un don total y definitivo, “pero es que yo prefiero un amor libre”, dirá más de uno. Si pongo mi libertad por encima del amor, no será un don total. Implica una falta de confianza en el otro, si es eso, mejor no te cases.

Sin el matrimonio no se cumpliría la alianza hecha por Dios con Abraham, esa alianza consistió en decir: Tú eres mi pueblo y yo soy tu Dios en exclusiva, es decir, no tendrás otros dioses fuera de Mí. Eso mismo se dice en el matrimonio: Tú eres mío y yo soy tuya en exclusiva.

Jesús llevó el matrimonio y la familia a su forma original (cfr. Marcos 10, 1-12). La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo y restaurados, a la imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero. La alianza esponsal, inaugurada en la creación, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su Iglesia.

La celebración del matrimonio

La Iglesia exige ordinariamente para sus fieles la forma eclesiástica de la celebración del matrimonio (CEC, 1631). Solamente son válidos los matrimonios que se celebran ante el Obispo, sacerdote o diácono delegado, y ante dos testigos cualificados (cfr. CIC, 1108 &1). ¿Para qué los testigos? Para que exista certeza de él. El carácter público del consentimiento protege el “sí” una vez dado (cfr. CEC, 1631). El bien de los hijos pide la plena fidelidad y la indisolubilidad. La poligamia es contraria a la dignidad del matrimonio. “Lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19,6; CEC, 1614). El matrimonio rato (esto es, celebrado entre bautizados) y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano (cfr. CIC, 1141).

¿Admite la Iglesia la separación de los cónyuges? Sí. La Iglesia admite la separación física y el fin de la cohabitación. No cesan de ser marido y mujer, ni son libres para contraer una nueva unión, a menos que un Tribunal eclesiástico declare que el matrimonio fue nulo. (cfr. CEC 1649). Algunas veces los problemas se solucionan con el perdón. Hay un adagio sabio que dice: “Si quieres ser feliz por un día, véngate. Si quieres ser feliz por siempre, perdona”.

¿Qué decir del divorcio?

El divorcio es una ofensa grave a la ley natural, le pega muy fuerte a los cónyuges y a los hijos. Puede ocurrir que uno de los cónyuges sea víctima inocente del divorcio dictado en conformidad con la ley civil, por más que esa persona haya luchado por el vínculo, entonces éste no contradice el precepto moral (CEC, 2386). Ninguno puede contraer nuevas uniones sin caer en adulterio.

Jesús dijo: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio (Marcos, 10,11-12).

Si hay una nueva unión, la Iglesia no la puede reconocer como válida, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. El divorcio es una forma de suicidio porque separa la carne que es una. La única institución que dice “no” al divorcio es la Iglesia, porque sabe que el divorcio te hace mentiroso y traidor, hiere a los hijos y destruye la alianza.

Matrimonios mixtos

Son aquellos en que uno de los dos cónyuges no es católico. No se recomienda en general. Se concede el permiso cuando el cónyuge no católico acepta que los hijos sean bautizados y educados en el catolicismo. Sería tema para otro escrito. El “privilegio paulino” es la autorización que concede la Iglesia Católica para disolver un matrimonio entre dos personas que no estaban bautizadas al momento de casarse. El peticionario debe buscar sinceramente recibir el Bautismo.

 

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