La flojera
La pereza es la negligencia, el tedio o el hastío para realizar
actividades físicas o intelectuales. Es
un vicio capital ya que genera otros males. A los que evitan realizar una
actividad que no trae un beneficio instantáneo
se les llama vagos o perezosos. A veces se debe a que están mal alimentados
o padecen alguna enfermedad, pero otras veces se debe a que no tiene la
voluntad fuerte, la debida preparación, les falta un motivo para hacerlo o no
le han encontrado sentido a la vida y al trabajo. El perezoso piensa: “no hagas
parado lo que puedes hacer sentado. No hagas sentado lo que puedes hacer
acostado. No hagas mañana lo que puedes hacer pasado mañana”, y así, no progresa
o avanza muy poco.
Un joven que está en la cárcel reflexionó: “Estoy aquí porque mi
regla de vida era hacer lo que me gustaba, no lo que me convenía”. El ser
humano está hecho para amar, trabajar y servir, y eso lo hace sentirse bien.
La tristeza es mala
compañera, y puede presentarse con varias facetas: celos, envidia, acidia,
pereza, melancolía, depresión. Si alguien tiene este tipo de tristeza debe
ponerse a trabajar como si no pasara nada.
Lo más valioso que tenemos es el tiempo, si ya lo damos en el
trabajo o en la familia, démoslo con alegría, sino de nada sirve. No podemos
atenernos a lo que “nos toca”, pues muchas veces con esa careta justificamos
que nos falten virtudes, es decir, buenos hábitos.
Hay jóvenes que empiezan los estudios de Secundaria o Preparatoria
y luego los abandonan porque otros los abandonaron, o porque estudiar supone
esfuerzo, tesón, constancia en la asistencia a clases, y no llegan a saborear
las delicias de aprender cosas nuevas, útiles para un futuro próximo o para la
propia capacitación. Las minorías
escandalosas dicen ¿para qué estudiar? ¿Para qué esforzarse? …Esperan un cambio
que va a venir, no se sabe de dónde. Tal vez han perdido la esperanza, que
lleva a la acción. La esperanza no es pensar que algo va a
salir bien, sino la certeza de que ese algo tiene sentido.
La pereza intelectual es
sencillamente no querer pensar, no poner esfuerzo para cultivarse y para aprender
nuevas cosas. No se trata de memorizar teorías sino de plantearse si aquello
que leo u oigo es verdadero o no lo es. Se trata de cuestionarse si lo que dice
el periódico o el libro es la verdad o es una manipulación. Hay que atreverse a
pensar y a seguir pensando. Hay que ir a las causas, no a los efectos. Pensar en lo que
hacemos: ¿es bueno o malo?, ¿es dañino o benéfico?, ¿por qué lo hago?
En la película El Gladiador se oye este diálogo.
— ¿Por qué no me nombras tu sucesor?-, le dice Cómodo a su padre, el
emperador Marco Aurelio.
— Porque para gobernar hacen falta cuatro virtudes: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza, y tú no las tienes.
Esas cuatro virtudes se llaman “cardinales” porque son el quicio donde
se apoyan todas las demás virtudes morales. Santo Tomás de Aquino dice que la
fortaleza consiste en “acometer el bien sin detenerse ante las dificultades”, y
en “resistir los males y las dificultades evitando que éstas nos lleven a la
tristeza”. La esencia de la fortaleza no es vencer dificultades sino obrar el
bien, cueste lo que cueste, y esto es lo que le falta al perezoso porque muchas
veces no tiene ideales.
Decía Séneca que
“no nos falta valor para emprender ciertas cosas porque son difíciles, sino que
son difíciles porque nos falta valor para emprenderlas”. El hombre es un conjunto de miedos y resistencias que deben ser
vencidas por la virtud de la fortaleza.
Un día María Natalia Magdolna –de Eslovaquia (1901-1992), de las
Hermanas de Santa María Magdalena-, le preguntó a la Virgen María:
− ¿Qué pecados te duelen más
a ti y a Jesús?
− Los dos pecados más grandes
son la blasfemia y la pereza para hacer
el bien. También injurian a mi divino Hijo cuando reciben los sacramentos
sin la debida preparación, o cuando los sacerdotes lo hacen con negligencia y
tibieza. Aquí la Virgen María me hizo ver que la epidemia más grande es la
negación de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Esa falsa
doctrina viene de algunos teólogos “modernos” que desorientan a la gente y
crean dudas en algunos consagrados. El otro pecado –siguió diciéndome la
Santísima Virgen─ es la pereza, ampliamente extendida en el mundo. Esto implica
la negligencia, la indiferencia ante los deberes. La pereza es el principio de
muchos pecados, tanto del cuerpo como de alma; es una enfermedad que sólo el
amor de mi divino Hijo puede curar. Una vez que el amor de Jesús se ha
encendido, jamás podrá extinguirse… La paz es el regalo de mi Hijo para
aquellos que creen en Él. No tardará mucho en venir, y vendrá a través de mí.
La paz que mi Hijo trajo al nacer será reconocida por el mundo dentro de poco
tiempo.
En el corazón de muchas
madres arde el dolor por el estado espiritual de sus hijos, por su conducta.
Que se consuelen, que ofrezcan todas sus oraciones, sucesos y obras, porque el
sacrificio ofrecido por los demás produce frutos de salvación para las
personas.
La
pereza se llama acedia cuando se
refiere a las cosas de Dios y a los bienes espirituales.
Iniquidad
en el diccionario hebreo, significa malos hábitos, hábitos sucios, mala
conducta; además, lo que atrae la maldición. Lo sucio ensucia. La maldad es
algo externo. Lo inicuo es más profundo que la maldad, daña profundamente. Lo
inicuo se aprende, se adquiere, no se hereda. La influencia de la familia es
indiscutible, pero hay que contar con la libertad de sus miembros, que a veces
se usa mal. La semilla buena cae en tierra buena y da fruto.
Estamos
rodeados por el mal, si dejamos de estar bajo la cobertura de Dios, el mal nos
ataca, nos invade. El mal está actuando. El mal está en el mundo por la mala
decisión del hombre. El demonio aparece
en el Génesis como una serpiente, y en el Apocalipsis como un dragón con
coronas, ¿quién le dio esas coronas? El ser humano le dio poder, que eso
significan las coronas. Cada vez que nos apartamos de Dios le damos poder,
le ponemos coronas. El mal no viene de Dios, viene del demonio y de nuestras
pasiones desordenadas.
La flojera es la falta de fuerza física o moral. Ante nuestra debilidad para
hacer el bien está el remedio de la repetición de actos buenos para adquirir buenos
hábitos o virtudes, y también está el Sacramento de la Reconciliación o
Confesión. El Salmo 32, 3-5 (o 31) dice así: Tu perdón borra nuestros pecados y
rebeldías, Mientras no te confesé mi pecado las fuerzas se me fueron acabando.
Tu perdón me llega como una bendición.
Ahora, una frase de Thomas Chalmers: “La dicha de la vida consiste en tener
siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar”.
Si desea leer más, ver blog: http://amorynoviazgo.wordpress.com/
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