Desconectar para conectar
¿Qué es lo que deseas? ¿Lo
sabes? Quizás deseas obtener un título o un buen trabajo, tener poder, ganar
mucho dinero, conquistar nuevos ideales… Tal vez, pero lo que realmente quieres
es ser feliz.
Una obra de León Tolstoi titulada “El cupón falso” es una narración
que muestra cómo un pequeño acto puede desencadenar una serie de sucesos
imprevistos. Nos hace ver que nuestros actos libres siempre tienen
consecuencias. Tolstoi nos interpela sobre todo cuando uno de sus protagonistas
le dice a un asesino: “Ten piedad de tu propia alma”. Meditar sobre la vida
puede cambiar los hábitos. Hacia el final Tolstoi cuenta sobre un hombre que cometió
seis asesinatos y, aun así, al meditar el Evangelio y hacer oración, llegó a
ser un hombre santo en la cárcel. Y allí hizo mucho bien y ayudó a varios
presos a cambiar su mente y a hacer su existencia más feliz.
En el siglo XX se hablaba mucho de que los grandes dirigentes
de la política se comunicaban por un teléfono rojo. La idea de poder hablar de
modo inmediato con personas lejanas causó mucha sorpresa. Nosotros podemos
tener un hilo directo con la persona más importante del mundo, con Jesús; él
siempre está al otro lado de la línea. Por la fe sabemos que Dios se hizo
Hombre para ser nuestro Acompañante y nuestro modelo. Para ser amigos de Dios
es necesario hablar con Él, conectar con él.
No somos siempre constantes en nuestros tiempos de oración
porque estamos conectados con nuestro celular, el internet o con problemas
cotidianos, entonces hay quienes afirman: “No conecto con Dios”. Hace falta
desconectar para conectar con Dios. Persiste la sensación de no saber hablar
con Dios; no conseguimos salir del monólogo interior, no alcanzamos la
intimidad con Dios que ansiamos.
El Papa Francisco nos alienta a mantener la conexión con
Jesús, estar en línea con Él. “Así como te preocupa no perder la conexión a
internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa no
cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas” (Francisco, Ex. Ap. Christus
vivit, n. 158). A veces le contamos lo que llevamos en la cabeza y, cuando
él va a hablar, damos por terminada la oración y no lo escuchamos. Por eso es
necesario decirle: “Que yo te escuche, ¿qué quieres de mí? Dímelo y dame la
fuerza para hacerlo porque sé es que es lo que me hará feliz en esta vida y en
la otra”.
Al comenzar a orar nos ponemos en presencia de Dios,
sabiendo que él está aguardándonos, que le ilusiona que vayamos a contarle lo
que ha pasado y cómo nos sentimos; le gusta que le digamos lo que nos alegra y
lo que nos entristece, lo que no entendemos y lo que nos parece oscuro, más
luego hay que darle la oportunidad de hablar.
Imaginar que la mirada del Señor se posa en nosotros nos
ayudará durante la oración. También nosotros queremos mirarle. En el diálogo
divino hay un cruce de miradas. “Mirar a Dios y dejarse mirar por él: esto es
rezar” (Francisco, Audiencia, 14-II-2019). Deseamos escuchar sus
palabras, percibir cuanto nos quiere y conocer lo que desea. En toda buena
conversación se busca desde el principio la sintonía. Del mismo modo, los
primeros minutos de oración son importantes para marcar una pauta para los
restantes. Empeñarse en comenzar bien la oración ayudará a mantener vivo el
diálogo posterior con más facilidad, escribe José Manuel Antuña.
Tras ponernos en presencia de Dios es necesario apagar
los ruidos, y perseguir un silencio interior que se llama recogimiento. Así
será más fácil escuchar la voz de Jesús. Por eso es necesario un combate por desconectar
para conectar, y así hablar con Dios en la soledad de nuestro corazón (CEC,
n. 2725).
Ante Dios reconocemos nuestras debilidades, pidiendo perdón
y gracia, porque la humildad es la base de la oración (cfr. CEC, n. 2559). La
oración es un don gratuito que el hombre debe pedir. Creer, adorar, pedir
perdón y solicitar ayuda: cuatro movimientos del corazón que nos abren a una
buena conexión.

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