Henry James. Otra vuelta de tuerca
La comunidad
literaria es muy exigente con el género de terror. Esta obra es un clásico,
aunque terror y ser clásico es difícil de compaginar. En esta obra es más lo
que se deduce que lo que se dice. Debe cuidar a dos huérfanos: Flora y un niño.
El tío que contrata a la cuidadora le pide que por ningún motivo lo llame. Si
necesita dinero, que lo pida al abogado. Llega una carta en que dice que el niño
está expulsado de la escuela. La dama va a pasear y ve a alguien que está en la
vieja torre que pertenece a la casa. Lo cuenta al día siguiente al ama de
llaves, y ésta le dice la descripción coincide con una persona que murió hace
tiempo. Es una aparición fantasmal. La institutriz entra es inestable, entra en
pánico. No le habla a los niños del fantasma. A partir de ese momento, la
historia se cuenta desde el punto de vista de la institutriz. No es capaz de
conocer su desequilibrio, sus errores. Aparece el fantasma de la institutriz
anterior, que la precede en seis meses. No puede ver su vida desde la
perspectiva de alguien más, sino que está encerrada en su yo, es testigo del
camino que la llevó hasta allí. Refleja el yo de muchas personas. Refleja el
inmenso poder de la subjetividad humana. Uno ya no sabe si lo que relata es verdad o si
habla de acuerdo con sus traumas. La persona que somos va a ser percibida de un
modo diferente por las demás personas. ¿Qué somos? ¿Quiénes somos? Eso mismo se
pregunta Hamlet. Shakespeare era un genio de la introspección. Nos lleva a
responder a la pregunta: ¿Quiénes somos nosotros? Hay que descubrir la
propia personalidad. Conocerse es lo más difícil de
lograr. Es la gran interrogante del universo: ¿Quién soy yo? Es el reto más grande. Requerimos un proceso de
conocimiento propio. No podemos renunciar a esa tarea.

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