Las preguntas que maduran la fe

 


Relata San Mateo: “Juan, en la cárcel, había tenido noticia de las obras de Cristo, envió a preguntar por mediación de sus discípulos:

- ¿Eres tú el que va a venir, o esperamos a otro?

Y Jesús le respondió:

- Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y bienaventurado quien no se escandalice de mí.

Cuando ellos se fueron, Jesús se puso a hablar de Juan a la multitud:

- ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con finos ropajes? Daos cuenta que los que llevan finos ropajes se encuentran en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os lo aseguro y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: Mira que yo envío mi mensajero delante de ti, para que vaya preparándote el camino (Mt 11,2-10).

Monseñor Arturo Aiello, obispo de Avellino explica: Juan vive una crisis respecto al éxito de su situación, pero también por los signos contradictorios que Jesús da respecto a las cosas anunciadas por el precursor.

No hay hacha puesta a la raíz, ni pala que trille el trigo en la era, ni paja que arda en el fuego: faltan las señales anunciadas por Juan. De ahí la crisis, la duda, la pregunta. Jesús responde en clave, citando a Isaías y las señales que el profeta había indicado como la dote del Mesías.

En primer lugar, comparto la lucha de la fe, y veo la grandeza de Juan más en la pregunta tímida e incierta, que nace en la prisión, que en los encendidos sermones gritados en el desierto.

La fe se nutre de la duda, de la incerteza, de preguntas. A veces, los creyentes pensamos idealmente, que la fe es una sola pieza, sin zonas de sombra; en cambio, aquí se nos presenta un “perdedor” que ve cómo sus certezas se desmoronan. Detenerse en preguntas es la tortura de la fe, que se basa en incertidumbres verdaderas, no en falsas certezas. ¿Puedo vivir con la duda? ¿Puedo tolerar detenerme en preguntas que son más fructíferas que cualquier respuesta?

Cuando la delegación de Juan parte hacia la cárcel, Jesús pronuncia su alabanza sobre el Bautista que es un profeta, aún más que un profeta, él fue el heraldo que preparó el camino, trabajó los corazones, cerró un tiempo para que fuera posible abrir uno nuevo, sí, el tiempo por excelencia.

Fue una pena que Juan no haya podido escuchar esta alabanza. Él permanece prisionero, lejano a la escena, en lo oscuro, en un tiempo que se cierra como un embudo. El Bautista es maestro de discreción, de humildad, como si supiera decrecer para que Otro crezca. En una sociedad del aparecer, donde ocupar el centro es obsesión de tantos, San Juan tiene mucho que enseñar. Sabe abandonar la escena cuando su persona es el centro de atención.

Los elogios de Jesús llegan a su culmen con “entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan el Bautista”, para sellar su grandeza. “Pero el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”, no viene a disminuir la frase precedente, sino a presentar a Jesús como el pequeño y el pobre. Estamos invitados a considerar los criterios de grandeza que, para el Evangelio están invertidos, para que podamos ver con los ojos de los pequeños y los pobres, los únicos que ven y comprenden.

Pidamos al Señor un corazón pobre y humilde, una mirada de niño que sepa gustar los milagros de los que la vida está llena, que sepa dar su lugar al grande y a aquellos que nadie toma en cuenta; que nos dé el poder de asombrarnos para que no se pierdan tantas maravillas.

Meditación del Obispo Arturo Aiello, 15.XII-2019 publicada en “Gaudete”. Traducción de Rebeca Reynaud


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