Libro: El aroma del tiempo
Este ensayo fue escrito por Byung-Chul
Han. Este pensador surcoreano se ha convertido en un fenómeno mundial; sus
ensayos, que aparecen en la lista de los libros más vendidos, analizan con
brevedad y precisión las causas de la insatisfacción del hombre de hoy. Frente
al predominio de la productividad, sugiere cultivar el ocio, la contemplación y
la serenidad (Aceprensa).
Este autor estudió Filología, Filosofía y Teología en
Alemania. Su formación le ha permitido desarrollar un pensamiento crítico y
original sobre la sociedad contemporánea.
El aroma del tiempo
es un ensayo filosófico que explora la crisis contemporánea y la pérdida de
sentido en la vida moderna. Explica que se vive una aceleración y una
atomización del tiempo. Esto es consecuencia de que predomina la vida activa
(trabajo, consumo, prisa) sobre la contemplativa (reflexión, descanso). No hay
equilibrio, es desquiciante no saber a dónde se va con tanto consumo y tanta
información. En el trabajo se lleva un ritmo frenético.
El libro de 160 páginas invita a reflexionar sobre la
necesidad de recuperar la vida contemplativa, el arte de demorarse y la
capacidad de experimentar el paso del tiempo. Han propone que, al detenernos y
dar paso al pensamiento, podemos recuperar el sentido de la vida, encontrar un
ritmo propio y evitar la sensación de que todo se escapa y nada concluye.
Observa que para algunos que viven el minuto presente
la historia es irrelevante. Cada instante se percibe como aislado y sin
conexión con lo demás.
Han dice que no se trata de un tiempo que acelera sino
de disincronía, es decir, dispersión y atomización del tiempo. Son dos formas
que adopta el tiempo. La disincronía se produce al pasar de un formato de
percepción de tiempo lineal a un formato de percepción de tiempo atomizado.
Cada instante se vuelve igual al otro instante. Sin un marco temporal se pierde
el sentido de las cosas porque nada comienza y nada termina.
En este proceso se va perdiendo el sentido, o sea que
nuestras acciones no llegan a ningún fin. Es un tiempo donde no existe una
percepción teleológica (de fines); carecemos también de teología, de un sentido
de trascendencia. Estamos ante un tiempo que no tiene sentido porque no tiene
final.
Estamos ante un problema existencial. Nos aferramos a
lo único real, el yo, el propio cuerpo. Nos obsesionamos con la salud. Así se
envejece sin hacerse mayores. El hombre se agota antes de morir, muere a
destiempo. Resulta difícil morirse en un mundo que no tiene final, que carece
de una estructura, es un tiempo que ha perdido el ritmo y se acelera. El
tiempo fluye libremente. Con el tiempo atomizado no hay diferencia entre el
ayer, el hoy y el mañana. Vivimos un presente sin rumbo. Anula la
expectativa entre lo que ya es y lo que no es. No hay tensión dialéctica típica
de la cultura que hemos dejado atrás. El conocimiento requiere de tiempo
acumulado; esto integra la memoria.
La experiencia es del pasado, la vivencia
es presente, habita en el instante. Hoy, la sucesión
de vivencias no lleva a una vida más plena sino más corta.
La información está vacía de tiempo. La información
acumula datos. Recordar información se traduce en recuperarla. A diferencia de
un tiempo pleno vivimos un tiempo vacío, sin antes ni después, que se dilata
pero que carece de principio y de final. Es un tiempo desarticulado. En este
panorama, valores como la promesa (futuro), el compromiso (futuro) y la lealtad
(pasado), valores que pierden presencia. No hay memoria ni esperanza. El
acontecimiento, ese hecho que transforma, ha muerto. La vieja cultura tiene un
tiempo lineal, allí hay cambio, progreso y acontecimiento. Aquel era un hombre
libre proyectado al futuro. La modernidad fue la era del progreso. El hombre
proyectado al futuro tenía un pasado que le daba sentido. El pasado estaba
sosteniendo al futuro, lo que le daba sentido. La historia le daba sentido y
ordenaba a los sucesos. Aquel tiempo estaba dotado de duración, de
permanencia. La historia daba sentido a los hechos. Era “un tiempo con aroma”,
dice Han.
En cambio, el tiempo actual tiene información que es
un simulacro de la historia, se trata de un tiempo atomizado, separado
por vacíos, donde nada sucede. Es lo que Han llama “un tiempo sin aroma”. Sin
la vía narrativa los tiempos se van agolpando en un presente total, sin
sentido. En este escenario todo se vuelve igual. Se mezclan hechos con datos.
Aquí aparece otra figura que es la de Zygmunt Bauman
(filósofo polaco), que vinculaba la idea de libertad con no tener vínculos
ni compromisos, pero para Han la libertad verdadera está en los vínculos
y en la integración.
La libertad se entiende en la amistad y en la
relación. Es el vínculo lo que nos hace libres, no su ausencia. La ausencia
de vínculos es lo que provoca miedos.
Han pone la metáfora del turista y del peregrino.
La figura del peregrino transita de un aquí a un allá, tiene un
destino y un ayer. El turista transita de un aquí ahora a otro aquí
ahora. La espera se considera un valor negativo que debe ser aniquilado,
pero los intervalos son organizadores de la vida. Sin intervalos hay una
sucesión alocada de hechos, sin principio y sin final. Las situaciones se
abandonan sin concluir Las situaciones se abandonan sin concluir. Nada
concluye, todo es pausa.
La vida hoy se compone de links, que pueden
abandonarse y cambiar y regresar a ellos. El espacio digital se surfea, no se
camina. El aroma del tiempo requiere de la lentitud, se vincula con el
pasado y con el recuerdo, incluso con la verdad. En cambio, el goce
inmediato no da lugar para lo bello, porque lo bello también requiere de la
espera, porque permite contraponer otra cosa que no ha sido bella. La belleza
es la contemplación.
La primera víctima de la aceleración es la vida contemplativa.
¿Qué es esto de la vida contemplativa? Han recurre a Aristóteles para
explicarla, quien divide la vida en ocio y no ocio. Pero este ocio aristotélico
era visto como amor a la verdad. El ocio hoy es sólo una etapa de recuperación
entre tiempos de trabajo. Expulsan de la vida cualquier momento apacible. Byung-Chul
Han propone recuperar “el tiempo con aroma”, recuperar “el aroma del tiempo”.
Este ensayo fue publicado en 2009.

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