Saber ser amigo

 


Desde la antigüedad se ha considerado la amistad un gran valor. Aristóteles escribe: “Sin amigos nadie querría vivir aun cuando poseyera todos los demás bienes” (Ética a Nicómaco 1155ª). Lo primero que hay que decir es que para tener buenos amigos es necesario ser buen amigo. Ser buen amigo requiere el esfuerzo de serlo. La amistad requiere mimo y atención: tiempo, conversaciones, capacidad de sacrificio, lealtad, etc.

¿Quién no quiere tener a alguien con quien compartir un pensar y un desear común? Una amistad inquebrantable, de esas que se identifican y se edifican sobre un mutuo querer. Un amigo que esté a nuestro lado y comparta con nosotros, es lo que todos deseamos.

Querer a los amigos supone afirmarlos tal y como son, con sus problemas, con sus defectos, su historia personal. Los amigos nos ayudan a compren der maneras de ver la vida que son diferentes a la nuestra, enriquecen nuestro mundo interior (Cfr. Fernando Ocáriz, Carta 1, XI- 2019).

Un amigo te comprende y te acepta como eres; es alguien que saca de ti lo mejor, alguien para quien tú eres importante. Un filósofo dice que “los amigos son la versión benévola de la historia que somos”. La amistad es también regalo porque permite vivir otra vida además de la propia. Es poder vivir dos veces. En los amigos encontramos aceptación plena. Encontrar las puertas del alma siempre abiertas y acogedoras para ti porque eres tú, es un tesoro incalculable.

La amistad nace porque nos unen unas mismas cosas, y gracias a eso hay un encuentro personal. Es lo que compartimos, lo que tenemos en común lo que hace que nos descubramos como personas.

La amistad con alguien nace muchas veces así: Como un descubrimiento de esa persona, porque hay algo que las hace distintas. La relación de amistad es un lazo fuerte que con el tiempo puede llegar a ser una sólida cadena. Requerirá forja pero no es atadura, sino seguro de vida, de crecimiento de libertad. El poeta Pedro Salinas expresa así esta idea de libertad:

“Dame tu libertad (…).

La quiero para soltarla, solamente.

No tengo cárcel para ti en mi ser”.

La amistad es más rica y sólida cuanto mayor sea la intimidad, la interioridad de cada uno de los amigos. Un buen amigo nunca pide nada deshonesto o poco recto, y no es cómplice de nuestros defectos. La amistad tiene una fuerza enorme y hace a los amigos muy influyentes entre sí, por eso puede ser escuela de virtudes o de vicios. Elegir amigos con conductas peligrosas no deja de ser un riesgo.

Un amigo, una amiga, es esa persona con quien me atrevo a ser yo mismo sin restricción y sin temores. Esa persona a la que puedo decir todo, porque todo lo va a entender en su contexto; esa persona con la que puedo hablar en borrador: sin orden, sin ilación; a la que puedo descubrir todas las raíces de mi alma, porque sé que nunca se aprovechará de ello para arrancarme de mi lugar.

El tiempo entre amigos vuela, o al menos tiene un reloj particular. Los amigos queremos estar juntos, lo necesitamos y por eso cualquier excusa es buena para encontrarnos. Quererse de verdad, eso es amistad. No es interés, no es intercambio de apoyo, no es ser consejeros profesionales. Un amigo me deja huella y me aporta, me hace crecer, me hace mejor.

Cada persona tiene algo que la hace distinta, memorable ante alguien. La amistad es una relación entre iguales, por eso Albert Camus escribe:

“No camines delante de mí, tal vez no te siga.

No camines detrás de mí, tal vez no te guíe.

Camina junto a mí y sé mi amigo”.

Del amigo verdadero afirma Cicerón: “Todo lo aceptará el uno por el otro y jamás se pedirán el uno al otro nada que no sea honesto y recto, y no sólo se tendrán atenciones y afecto mutuos, sino que incluso se guardarán un respetuoso miramiento”.

Tres notas de la amistad

La amistad es un tipo de amor al que caracterizan tres notas: desear el bien para el amigo, hacer el bien al amigo y compartir con el amigo el mundo interior que todos tenemos.

Los autores clásicos defendían que la amistad verdadera sólo puede darse entre personas virtuosas, entre personas que quieren el bien. En la amistad se busca el bien del amigo por encima del propio bien. Respetar al amigo significa respetar su libertad, es decir, no controlar su vida. Si un amigo pretende adueñarse de otro no se puede hablar de amistad. Respetar es dejar vivir a las personas.

En la amistad es esencial escuchar. ¿Qué es escuchar? Escuchar significa poner el alma entera en la conversación, en lo que nos dicen y en cómo nos lo dicen, sin ruido interior, es prestar atención sin interrumpir.

La amistad es abierta por naturaleza, no es un amor excluyente. “En cada uno de mis amigos hay algo que sólo otro amigo puede mostrar plenamente” (Lewis). Una amistad verdadera no es exclusivista ni se cierra a otros, de lo contrario deriva en la posesividad. Uno absorbe al otro hasta anular su independencia. La amistad no entiende de celos.

Hay “polillas” que pueden resquebrajar las buenas amistades. Una de ellas es la crítica –hablar mal de un amigo-, otras polillas son el egoísmo, el resentimiento, buscar el propio interés, la susceptibilidad y la envidia.

La buena amistad necesita tiempo. La planta de la amistad se ahoga con la prisa. La poesía son los momentos de la amistad en los que tocas el cielo, y la prosa es el esfuerzo diario con el que se forja una amistad verdadera.

Acompañar

La amistad también está hecha de silencios elocuentes: Saber estar, saber acompañar, saber callar, saber consolar… Consolar es escuchar con la mirada. Acompañar es estar allí, ir al mismo paso, parar cuando se para, no preguntar, recorrer con él un trozo de camino. Martin Luther King decía: “Al final, recordaremos no tanto las palabras de nuestros enemigos, cuanto los silencios de nuestros amigos”.

Este artículo es, en parte, un resumen del libro La innecesaria necesidad de la amistad, de Ana Ma. Romero, EUNSA 2011.

 


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