Montañas elevadas
¿Alguna vez te has preguntado por qué en las Escrituras los
hombres siempre suben a las montañas para comunicarse con el Señor? Así sucedió
con Abrahán (Monte Moria), Moisés (Sinaí), Elías (Carmelo, Horeb),
Apóstoles (Transfiguración)...
Sin embargo, en la Biblia
nunca se oye hablar de mujeres
que vayan a las montañas.
¡Gran misterio es este!
¿Sabes por qué?
Porque las mujeres estaban
demasiado ocupadas manteniendo la vida en
marcha:
no podían abandonar a los bebés,
a los ancianos, las casas,
la limpieza, las comidas...
y las mil ocupaciones diarias
de las que habla el libro
de los Proverbios (31,10-31).
¡Como para subir a las montañas!
Un día una mujer se lamentaba
a su confesor por no disponer
de tiempo libre para subir
a las montañas y entrar
en comunión con Dios.
La respuesta que recibió la consoló y la
pacificó:
Los hombres tienen que sudar
y sufrir escalando montañas
para poder encontrarse con Dios,
pero Dios viene a las mujeres
donde quiera que ellas estén".
De hecho, en las Escrituras
Dios sale a su encuentro
en los pozos (Rebeca, Séfora, Samaritana);
en sus casas (Marta y María),
en sus cocinas y ocupaciones
(Rut, Ana, María, Isabel)…
El viene a ellas
mientras se sientan al lado
de las camas de los enfermos,
cuando dan a luz,
cuidan a los ancianos
y asisten a los duelos.
Incluso en la tumba vacía
María Magdalena
fue la primera en presenciar
la Resurrección de Cristo.
Ella estaba allí porque estaba haciendo la tarea
femenina de preparar los aceites para el entierro del Señor.
En estas cosas aparentemente
mundanas y en tareas ordinarias,
las mujeres de las Escrituras se encontraron
cara a cara con la divinidad.
Entonces si alguna vez
comienzas a lamentar el hecho
de que no tienes tanto tiempo
para estar en las montañas
con Dios como quisieras,
recuerda:
Dios viene a las mujeres.
Él sabe dónde estás y las cargas que llevas.
Él te ve y, si abres los ojos y tu corazón, lo
verás incluso en los lugares más comunes
y en las cosas más sencillas.
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