Empieza a quererte hoy
Hay personas que piensan que el fin de la vida es
divertirse. Es una idea que refleja el afán de felicidad que tenemos, y, como
no sabemos dónde está la felicidad, nos basta con pasar el rato. Y así gastamos
la preciosa vida que Dios nos ha dado.
Estamos a un paso de la eternidad –sobre todo en estos
tiempos en que no sabemos a qué hora van a soltar otro virus o a inyectarnos no
se sabe qué sustancias-. Hay quien compara la duración de esta vida a lo que un
cerillo encendido, y así es si se le compara a la eternidad.
Una amiga me decía: “He cometido muchos errores… No le
encuentro sentido a mi vida”. Se trata de tener una vida llena de amor, de
conocer lo Bueno, lo Bello, lo Hermoso, lo que no es de esta tierra, pero está
en ella para acompañarnos. El amor que nos falta, Dios quiere derrocharlo en
nosotros. El Señor hace una entrega total de su Persona a nosotros, en la
Eucaristía. ¿Y qué espera de nosotros? Correspondencia a su amor,
agradecimiento y saber encontrarlo en nuestra vida ordinaria, en lo que nos
gusta y en lo que no nos gusta. Porque no estamos en el paraíso terrenal,
estamos en un tiempo de prueba.
Estamos comprometidos hoy en la lucha más seria que el
mundo ha conocido. Para ganar cualquier guerra, hay que saber tres cosas: (1)
que estás en guerra, (2) quién es tu enemigo y (3) qué armas o
estrategias pueden derrotarlo. No puedes ganar la guerra si simplemente dices
"paz" en el campo de batalla, si peleas contra tus aliados o si usas
las armas equivocadas. Estamos en plena batalla y, sin embargo, muchas mentes
parecen estar en la luna, felizmente desprevenidos.
¿Y quién es mi enemigo? Un enemigo imponente: los ángeles
caídos, los demonios. Y, ¿qué armas tenemos para vencerlo? La adoración de Dios
en su presencia real en la Eucaristía, la devoción a la Virgen y el rezo del
Rosario, la oración personal diaria, la presencia de Dios, la búsqueda de l,a
reconciliación en el Sacramento del Perdón, la confianza en Jesús, que nos
dice: “Sin Mí no pueden hacer nada”.
A veces los seres humanos amamos el pecado y no queremos
salir de él. Y es que no nos amamos lo suficiente. Si nos amamos, queremos lo
mejor para nosotros, y lo mejor es llegar al Cielo donde todo es felicidad y no
hay lágrimas ni dolor ni separaciones. Y para llegar a ese lugar sólo nos pide
renunciar al pecado con radicalidad, amarlo a Él sobre todas las cosas, y a los
demás como a nosotros mismos. Por eso es tan importante amarnos rectamente.
Si no entendemos nada de lo que pasa en nuestra vida y en
el mundo, es hora de hablar con Dios, de contarle nuestros errores y de pedirle
ayuda. Él nos escucha, nos comprende, pero nos pide fe, de modo que, aunque no
lo vea, sepa que existe, que vino al mundo a dar su vida por cada uno de nosotros
para comprarnos el Cielo, si ponemos de nuestra parte. San Agustín nos dejó
escrito: “Quien te creó sin ti, no te salvará sin ti” (PL 38, 923).
No está mal divertirse y pasársela en grande, pero siempre
invitando a Jesús a nuestra vida. ¿Cómo? Diciéndole: “Te invito a desayunar, a
comer, a trabajar conmigo, a pintar, a visitar a tal persona”, etc. Y
conversando con él a lo largo del día. Si viajo en coche, le digo: “Sé mi
copiloto”. Si veo algo agradable, como un paisaje, decirle: “Gracias por la
creación que hiciste tan perfecta… y que nosotros a veces destruimos”.
Hay quienes eligen vivir la vida divirtiéndose y
desentendiéndose de lo realmente importante: tratar a Dios, enamorarse del
Creador y luchar por ser santos e inmaculados en su presencia. Dios nos ha dado
mucho y nos pide poco: Cumplir el pequeño deber de cada instante, perdonar a
quien nos ofende y dedicarle tiempo a Él.
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