Háblanos del amor
-¡Háblanos del amor!-, exclamó una.
-Y del noviazgo-, dijo otra.
-Y ¿por qué no debo ver escenas de desnudo?-, preguntó la más pequeña.
A lo que contesté brevemente:
-Porque te deforman el sentido del amor y eso te haría infeliz.
Lo más importante de la vida es el amor. Es un tema candente, espinoso,
misterioso. Deseamos amar y ser amados, pero a veces nos podemos dejar engañar.
Es fácil confundir el amor con la pasión y, un error en este campo, te
puede hacer desgraciada para toda la vida. Pero nada está perdido; el ser
humano tiene una gran capacidad de rehacerse y de recomponerse.
En el enamoramiento hay un proceso. La chica ve al muchacho atractivo y
esa visión le provoca asombro. Si más adelante hablan, esa conversación ocupa
todos sus pensamientos; va a la escuela y no atiende a la maestra por pensar en
él; tiene el rostro del chico en su mente. Llega a casa y se siente rara, se
acuesta vestida, con la luz apagada. Cena poco; escribe:”estoy enamorada”.
Conversa con sus compañeras. Reflexiona muchas horas sobre el muchacho: piensa
que él no tiene defectos, que comprende a la mujer. ¿Eso es amor? No. Es el
comienzo del amor.
La trama que se forma en esta etapa ilumina a las demás etapas. Aquí no
entra la razón sino la imaginación. Lo que ella desea es estar con él. El afán
de querer todo ya y ahora provoca ansiedad. Quien se da es una persona, no es
cosa, y la persona tiene un valor infinito.
La apropiación posesiva sucede
cuando uno de los novios trata al otro como una “cosa” que le pertenece. Cierto
que hay un compromiso de exclusividad en el amor, pero la persona amada no es
una “cosa”. El compromiso es libre y los dos deben respetar el ámbito de
autonomía y libertad personal natural de cada uno.
La mujer quiere complacer al hombre que admira, pero esa complacencia
tiene un límite. Si ella le entrega su cuerpo, él aprovecha y luego termina
diciendo: “Esto es basura; esta mujer no me eleva, me rebaja”. Hay varones que
engañan a las mujeres, que no saben dar sólo recibir. Y buscan solamente el
placer momentáneo para luego “desechar” a la mujer.
El hombre exige pudor en la mujer, porque le agrada la virtud, quiere
que su novia vista decentemente para que no atraiga la mirada de otros; y a la
vez, le exige impudor y pasión para satisfacer sus deseos, y la invita a las
peores complicidades. Le impone rígidamente unas normas que a renglón seguido
le invita a quebrantar.
El hombre desea ser admirado por la mujer, pero predomina en él la
tendencia a dejarse atraer por la mujer; predomina lo sexual sobre lo
sentimental. Si el muchacho no llega a dominarse, creerá que el amor consiste
sólo en unos momentos de satisfacción. Se sentirá un gran enamorado porque se
prenda de la última belleza que ve, cuando en realidad está siendo esclavo de
una sensualidad superficial.
Para sacar adelante un noviazgo o un matrimonio, se requiere amor,
abnegación, sacrificio, doblegar la vanidad. Cuando el orgullo se impone nace
la tristeza, y es entonces cuando pesa la fidelidad. Hay excusas típicas de la
infidelidad como "fue una ilusión", "no sabía lo que
hacía", "en aquel entonces no era libre"... Por eso no hay que
precipitarse ni en el noviazgo ni en el matrimonio. Hay que pensar las cosas, y
antes, alcanzar la madurez humana que dan las virtudes.
Por Rebeca Reynaud
Por Rebeca Reynaud
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