¿Por qué vivir la pureza?
¿Por qué vivir la pureza?
Porque los puros verán a Dios,
porque quiero ver el rostro de Dios. Y no sólo en la otra vida, sino en ésta. Todos
estamos de acuerdo en que queremos la felicidad, en lo que no estamos de
acuerdo es en decir en dónde está (droga, placer, poder, dinero, Dios, amor,
familia unida...).
El Cardenal Ratzinger, tratando el tema de la castidad,
escribe: “Cuanta menos fe se tenga, más caídas habrá”. Y es que la castidad es
una conquista de Dios en nosotros. "La virtud que
más brilla en el paraíso es la pureza" (San Juan Bosco).
En su libro, Olor a yerba seca, un doctor en filosofía,
Alejandro Llano, relata: Me acostumbré a mirar por la ventana mientras daba
clase. Yo no era consciente de esta costumbre, pero –cuando me incorporé a la
Universidad de Navarra- algunos alumnos me preguntaron por qué lo hacía. Me
quedé sorprendido con la pregunta. ¿Por qué miraba por la ventana en lugar de
mirar, como era lógico, a los alumnos a los que me dirigía? Enseguida di con la
respuesta, que era doble. Por una parte, me resultaba muy desagradable y me
perturbaba ver las expresiones de odio o de desprecio hacia mí de algunos
estudiantes. Por otra, era obvio que algunas chicas de minifalda se sentaban en
las primeras filas con posturas claramente provocativas para escandalizarme, lo
cual más que atracción me provocaba tristeza. La crisis intelectual, moral y
religiosa afecta a las chicas de manera más profunda que a los varones. Se
trataba de una generación de estudiantes que, en su mayoría, se sentían
desarraigados de la cultura en que habían vivido sus padres y apartados de la
fe cristiana. Estaban destrozados interiormente por la anomia, por la falta de
paz interior, de orientación vital y de proyectos. Pero tenían prohibido
reconocerlo y reaccionaban airadamente cuando se les intentaba hacer ver.
Un día me avisaron que una alumna estaba en la sala de
recibir y quería hablar conmigo. Normalmente me hubiera disculpado, pero
aquella tarde por algún motivo bajé a atenderla. Era una de aquellas chicas de
las primeras filas, más discreta esta vez, que se encontraba en una situación
límite. Llegó un momento en que se dieron las condiciones para que yo la encaminara
hacia quien podría orientarla de manera más personal (p. 333).
Un investigador norteamericano, Patrick Fagan, después de
varios análisis concluye que la pobreza o riqueza de un país está en la
sexualidad de su gente, en que se viva correctamente: los casados, en la
fidelidad; los solteros, viviendo la abstinencia sexual.
Cuando Bernardo de Claraval era muy joven, en cierta
ocasión, cabalgando lejos de su casa con varios amigos, les sorprendió la
noche, de forma que tuvieron que buscar hospitalidad en una casa desconocida.
La dueña les recibió bien, e insistió que Bernardo, como jefe del grupo,
ocupase una habitación separada. Durante la noche la mujer se presentó en la
habitación con intenciones de persuadirlo suavemente al mal. Bernardo, en
cuanto se dio cuenta, fingió que se trataba de un intento de robo y empezó a
gritar: “¡Ladrones, ladrones!”. La intrusa se alejó rápidamente.
Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba cabalgando,
sus amigos empezaron a bromear acerca del imaginario ladrón; pero Bernardo
contestó: “No fue ningún sueño; el ladrón entró, pero no para robarme el oro y
la plata, sino algo de mucho más valor”.
La sexualidad es lo que más eleva al ser humano, o lo que
más le degrada. La sexualidad tiene un poder creador, pero también tiene un
enorme poder destructor cuando no se vive bien. Este poder destructor se
manifiesta en enfermedades, en frustraciones.
SS. Juan Pablo II en Francia: Toda la historia de la
humanidades la historia de la necesidad de amar y de ser amados… El corazón es
la apertura de todo el ser a la existencia de los demás, la capacidad de
adivinarlos, de comprenderlos. Una sensibilidad así, auténtica y profunda, hace
vulnerable. Por eso, algunos se sienten tentados a deshacerse de ella,
encerrándose en sí mismos… Jóvenes de Francia: ¡Alzad más frecuentemente los
ojos hacia Jesucristo! El es el Hombre que más ha amado, del modo más
consciente, más voluntario, más gratuito… ¡Contemplad al Hombre-Dios, al hombre
del corazón traspasado! ¡No tengáis miedo! “Jesús no vino a condenar el amor,
sino a liberar el amor de sus equívocos y de sus falsificaciones. Fue él quien
transformó el corazón de Zaqueo, de la Samaritana y quien realiza, hoy todavía,
por todo el mundo, parecidas conversiones. Me imagino que esta noche, Cristo
murmura a cada uno y a cada una de entre vosotros: “¡Dame, hijo mío, tu
corazón!”. Yo lo purificaré, yo lo fortaleceré, yo lo orientaré hacia cuantos
lo necesitan: tu propia familia, tu comunidad, tu ambiente social… El amor
exige ser compartido”. Sin Dios el hombre pierde la clave de sí mismo, pierde
la clave de su historia. Porque, desde la creación, lleva en sí la semejanza de
Dios” (nn. 5 y 6).
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