La Confianza en Dios



El 20 de enero de 2016 fui a ponerle marco a unos cuadros. De regreso tomé un taxi y el conductor me contó que tenía una novia alcohólica, él la amaba de verdad, y un día ella le dijo: “Lo peor que me ha pasado en la vida ha sido conocerte”. Y lo dejó. Se puso triste. Él no era alcohólico pero se le ocurrió empezar a tomar. Al día siguiente iba muy crudo. Tenía el rostro de un Cristo en el tablero y notó que el Cristo se le quedaba viendo, y tuvo una locución en que Cristo le dijo: “¿Por qué hasta ahora?”. El chofer le respondió: “Tú no me ayudas”. A lo que Cristo replicó: “En cada tropieza y en cada caída tuya allí he estado yo. Siempre te acompaño”. El taxista tuvo que estacionarse pues lloraba mucho. Tuvo una conversación muy íntima con Jesús y comprendió que Él lo quería más cerca de Él y que tuviera más fe y más confianza en la providencia divina.
La Alianza pone de relieve la confianza de Dios por su pueblo y nos remite a la crucial importancia que tiene, en el plan de Dios, la confianza con la que el hombre responda a Dios. La desconfianza está en la raíz de todo pecado, por la cual el hombre ya no ve a Dios como el Padre providente sino como un vigilante opresor.
La confianza resume en sí las virtudes teologales. Quien la tiene es señal de que tiene fe, esperanza y caridad. Cuando uno espera y ama y cree en alguien, tiene confianza. Dios es merecedor de toda nuestra confianza.
Chesterton decía que si fuera clérigo y fuera a dar un solo sermón ese sería contra el miedo. Es muy cierto que a los seres humanos nos cuesta mucho confiar en Dios.
Jesús nos dice al oído: La confianza que me agrada es la absoluta, la total. No importa que algo te parezca difícil de entender, o que te rebasen los acontecimientos negativos. La confianza se basa en la esperanza teologal, y esta virtud puede crecer al infinito. Me tienes a mí para valer y para poder. Conmigo vales todo y puedes todo. No me pidas explicaciones: sencillamente confía. (Ricardo Sada, Oír tu voz, Minos, México, p. 66).
Santa Faustina nos pasa un mensaje de Jesús en su Diario: Evita las preocupaciones que te afligen y los pensamientos negativos sobre lo que puede suceder más adelante. No estropees mis planes queriendo imponerme tus ideas. Déjame ser Dios y actuar como sé hacerlo. Abandónate en mí y deja en mis manos tu futuro. Dime frecuentemente Jesús confío en ti. Lo que más daño te hace es tu razonamiento, tus propias ideas y el querer resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices “Jesús yo confío en ti”, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos. No tengas, miedo, Yo te amo.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora: Jesús, yo confío en ti. Necesito las manos libres para obrar. No me las ates con tus preocupaciones inútiles. Satanás quiere eso: agitarte, angustiarte, quitarte la paz. Confía en mí, abandónate en mí. Yo obro en proporción del abandono y la confianza que tienen en mí. Deposita en mí tus angustias, tus problemas y dificultades y duerme tranquilo. Dime siempre: Jesús confío en ti, y verás cómo se va llenando tu alma de paz, de tranquilidad, de amor y de sosiego. Te lo prometo y te lo cumplo porque te amo. Tu amigo que nunca falla. Jesús.
El enemigo siembra cizaña como el ateísmo práctico, la envidia, el egoísmo. Los males del mundo nos vienen de los no creyentes: la promoción de la droga, del aborto, de la guerra. Hay que rezar por los no creyentes. En cambio, ¡cuántas cosas buenas nos vienen de una persona que tiene fe! ¡Y cuántos males nos vienen de los incrédulos! No reconocer a mi Creador es el origen de todo pecado.
Una señora muy pobre telefoneó a un programa cristiano de radio pidiendo ayuda. Un brujo que oía el programa consiguió su dirección, llamó a sus secretarios y ordenó que compraran alimentos y los llevaran a la mujer, con la siguiente instrucción: “Cuando ella pregunte quién mandó estos alimentos, respondan que fue el diablo”. Cuando los secretarios llegaron a la casa, la señora los recibió con alegría y fue inmediatamente guardando los alimentos que le llevaron. Al ver que no preguntaba nada ellos le dijeron: “Señora, ¿no quiere saber quién le envió estas cosas?”. La mujer en su simplicidad respondió: “No, hijo mío, no es preciso. Cuando Dios manda ¡hasta el diablo obedece! Además, el donador ha de querer que su mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.
El Papa Francisco recomienda: “Confiemos en la paciencia de Dios que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa; de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los Sacramentos”.
El camino es tan peligroso que sólo aquellos que toman de la mano de la Virgen caminarán con seguridad. “Creo en el sol, aunque no brille; creo en el amor, aunque no lo sienta; creo en Dios, aunque él se calle”, decía una inscripción encontrada en una bodega donde los judíos se escondían de los nazis.
La promesa de Dios es: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón” (Gén 3,15). La salvación de la raza humana en este momento de la historia está contenida en esta promesa. Nuestra confianza y nuestra esperanza en Ella deben ser totales. Debemos ser totalmente de Ella y Ella, totalmente nuestra. Nada debe quedar fuera.


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