La Virgen y el Adviento
Hemos de vivir el Adviento con los ojos y el corazón
puestos en Nuestra Señora. Adviento es tiempo de esperanza, y en nuestra Madre
se centra ahora toda la expectación del género humano. La razón es sencilla, en
Ella ha recaído la elección divina. Dios ha mirado a la tierra con misericordia
y ha puesto los ojos en María: Como lirio
entre los cardos es mi amada entre as doncellas (Cant 2,2).
Desde la eternidad estaba dispuesta la encarnación del Hijo
de Dios en la Madre que lo llevaría en sus entrañas. Desde siempre ha pensado
Dios en María, desde antes de que existiese la tierra, y llenándola de gracia,
la llama a la santidad y a una dignidad única entre las criaturas.
El ángel Gabriel habló a María diciendo: Alégrate, Llena de Gracia, el Señor es
contigo, bendita entre las mujeres. Santa Isabel añade dos bendiciones más:
Y bendito el fruto de tu vientre. Bendita
porque creíste la palabra de Dios.
Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, lo
pondera, pregunta lo que no entiende y luego dice: “He aquí la esclava del
Señor, hágase en Mí según tu palabra”. Podemos aprender poniendo los ojos en la
Virgen. En su obediencia a Dios tiene una delicada combinación de esclavitud y
de señorío. La Virgen es la Mujer del “sí”, la persona que más ha amado la
voluntad de Dios, que le ha dicho “fiat”,
hágase.
Comienza el Adviento de María, la acompañamos en silencio,
embargados por la emoción del misterio. Está esperando al Niño. Pasan los meses
y en su mente resuenan las palabras del Ángel y las que ella ha pronunciado.
Amando a la Virgen aprenderemos a ser contemplativos, a hacer las cosas con
naturalidad y sencillez. Si somos piadosos todo irá bien en nuestra vida, así,
cuando el Señor venga, nos encontrará velando, dispuestos y dóciles a sus
mandatos, a sus consejos, a sus sugerencias.
Visitación
de María a su prima Santa Isabel
En cuanto la Virgen escucha el mensaje del ángel Gabriel
sobre su embarazo y el de su prima Isabel, María “se levantó y marchó deprisa a
la montaña, a una ciudad de Judá” (cf. Lc 1, 39-45) para ver a Isabel y
servirla pues era ya mayor. Es fascinante la “prisa” de María
¿Por qué se dirigió allá con tanta velocidad? Porque había
encontrado su misión, su papel en el teo-drama. Hoy estamos dominados por el
ego-drama, con todas sus ramificaciones e implicaciones. El ego-drama se
refiere a mi propia obra de teatro, aquella que yo mismo escribo, produzco,
dirijo y protagonizo. La libertad de elección se ha vuelto suprema: Me
convierto en aquella persona que quiero ser.
El teo-drama es la historia narrada por Dios, la gran obra
de teatro que es dirigida por Dios con mi correspondencia a lo que Él diga. Lo
que hace la vida tan apasionante es descubrir nuestro papel en esta obra. Y
esto es lo que le ocurrió a María; había encontrado su papel –ciertamente un
papel culminante- en el teo-drama, y quería estar con Isabel, quien había
descubierto su papel en la historia de la salvación. Nosotros hemos de
encontrar también nuestro lugar en la historia de Dios.
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