“Calor de hogar”
Hace más de cuatro años fui a cuidar a mi madre que tenía
94 años. Una doctora muy linda me dijo: “Pero tú no sabes cuidar enfermos”. Yo
le dije: “Mi mamá no necesita que la cuiden, necesita compañía”. Yo llegaba de
trabajar y mi madre me decía: “¿Cómo te fue?” o “te cociné este platillo o este
detalle que te gusta”, o ella me contaba lo que había leído o algo que tenía en
mente. Había calor de familia porque lo creaba ella porque se interesa por las
cosas de los otros, y ayudaba a sanos y enfermos. Y eso se transmite y se agradece.
Hay quien no lo puede apreciar suficientemente por egoísmo
o por motivos desconocidos, pero en general, todos quieren una familia porque
allí se les acepta incondicionalmente. Se les ama, se comparten penas y
alegrías, se les orienta, se les escucha, etc. Duele que haya chicos que tienen
una crisis o una preocupación y no la cuenten a su padre o madre porque no están
cerca, como aquella que estaba embarazada y durante unos días vivió su crisis
aislada.
En Europa, algunos hijos no se han preocupado por sus
padres porque antes los padres no se preocuparon por ellos. Cuando se ama, sale
espontáneo cuidar de los padres o de los abuelitos, porque mucho se ha recibido
de ellos. La pobreza más dura en Suecia es la que experimentan los ancianos
solos. Muchos no tienen quien los cuide ni con quien conversar.
Cuando todos se interesan por hacer hogar, todos ponen algo
de su parte. Por ejemplo: La que pone la mesa se esmera en doblar las
servilletas de tela de modo diferente al menos cada mes, para dar un toque
nuevo, cosa que no cuesta nada. Hasta en internet lo enseñan.
La familia es un proyecto divino. Y para que esta
colaboración en la transmisión de la vida no quedara al vaivén de posibles
caprichos, el Señor quiso protegerla mediante la institución natural del
matrimonio, elevado luego a sacramento. Pero hoy día. la familia es agredida.
Para hacer familia hay que estar en la casa, hay que estar presentes, y acoger
a la gente. Si no convivimos con la gente de la casa, nos pasarán
desapercibidos algunos detalles que pueden ser significativos para ayudar a la
persona, y esto dará lugar al desorden y al desconcierto.
Para que un matrimonio funcione –dice Tomás Melendo-, ha de
cultivarse día tras día, como el jardinero cultiva su jardín; el que se casa
debe cuidar su amor, que es una realidad viva. Lo propio de lo vivo es que
puede permanecer o morir. Si un matrimonio no se quiere más cada día, está en
peligro. No se puede “conservar” el amor, ha de crecer. El enemigo más
insidioso del matrimonio es la rutina; es perder el deseo de la creatividad
original. No hay que perder nunca el deseo de dar algo nuevo o de sorprender al
ser amado, en el sentido más positivo.
La orientación de Juan Pablo II es diáfana: «El hombre, por
encima de toda actividad intelectual o social por alta que sea, encuentra su
desarrollo pleno, su realización integral, su riqueza insustituible en la
familia. Aquí, realmente, más que en cualquier otro campo de su vida, se juega
el destino del hombre».
Los padres pueden fácilmente caer en la cuenta de que
equivocan el rumbo cuando —aun con la mejor de las voluntades— descuidan la
atención directa e inmediata a los demás miembros de su familia, para dedicarse
a otros menesteres, profesionales o sociales. Los padres deben ver con claridad
que la familia resulta imprescindible para el íntegro desarrollo de sus hijos,
porque en primer término lo es también para él o ella como cónyuge y como padre
o madre.
Hoy día hay muchas tentaciones, muchas solicitudes del maligno.
No podemos afrontarlas con nuestras solas fuerzas ¿ por qué? Porque no las
tenemos. Allí se requiere fe y oración para salvaguardar la integridad moral. Santo
Tomás de Aquino decía: “Señor, dame un corazón jamás seducido, jamás
esclavizado de lo que no sea tu amor”.
Benedicto XVI dice: La fe (…) hace bondadosa a la gente. Hemos
de constatar que la sociedad, con la evaporación de la fe, se ha vuelto más
dura, más violenta, más mordaz. El ambiente se ha tornado más irritable y
maligno (Cfr. Dios y el mundo, p.
47). Hemos de lograr un nivel de caridad cristiana. Hemos de trabajar mucho en
las bienaventuranzas, vertiente de la misericordia.
El Cardenal Ratzinger narra que Martin Buber describió un
atributo del amor divino: el sacar. Dios nos saca de confusiones,
de la apatía, de la soledad, del aislamiento. Dios llama a Abraham, lo saca de
su tierra y de su familia. Toda persona tiene que hacer su éxodo. Todos tenemos
que lograr la independencia; no podemos ser sobreprotectores.
Debemos ser independientes, con una independencia sana, y,
al mismo tiempo, tener capacidad de relacionarnos. No cumplo mi misión de
amante hasta que no hago lo que debo hacer, hasta que doy todo lo que puedo
dar. Todos somos parte de la Gran Familia de Dios. ¿Cómo lograr este
enriquecimiento en la vida en familia? Aprendiendo a hablar y a escuchar. Es
necesario que los padres encuentren tiempo para estar con sus hijos y hablar
con ellos. Los hijos son lo más importante. Hay que encontrar tiempo para
escucharles y establecer una relación amigable con ellos. Para que exista
comunicación hay que saber escuchar, es
la primera condición y tal vez la más difícil porque estamos muy llenos de
nosotros mismos.
Comentarios
Publicar un comentario