Cuaresma
Esta Cuaresma, el Papa Francisco
sugiere fortalecer la fe y la caridad, y estar alerta ante los falsos profetas.
Citó a un evangelista, que escribe: “Al crecer la maldad, se enfriará el amor
de la mayoría” (Mateo 24,12). Luego explica que los falsos profetas son como “encantadores
de serpientes”, o sea, aprovechan las emociones humanas para esclavizar a las
personas. Otros falsos profetas son los “charlatanes” que ofrecen soluciones
sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que luego resultan
inútiles. Estos estafadores quitan la libertad y la capacidad de amar. Desde
siempre el demonio presenta el mal como bien, y lo falso como verdadero.
Dante Alighieri, en su
descripción del infierno, se imagina al demonio sentado en un trono de hielo;
su morada es el hielo del amor extinguido. Lo que apaga la caridad es la avidez
del dinero, raíz de todos los males; a ésta le sigue el rechazo de Dios. La
creación también es testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad –explica
el Papa Francisco-, la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados
por negligencia e interés; los mares también están contaminados.
¿Qué es la Cuaresma? Es una etapa que recuerda los
40 días que Jesús pasó en el desierto haciendo oración y ayunando. La abstinencia
consiste en no comer carne roja ni de ave (sólo pescado), o ningún tipo de
carne. El ayuno consiste en comer menores cantidades que en días
normales. Así, tomar un café con leche y un pan –o pan y agua- en el desayuno,
hacer una comida normal, cenar poco y no comer entre comidas. Otro modo de
hacer el ayuno consiste en hacer las 3 comidas a base de pan y agua. El ayuno,
además, debe de ir acompañado de buen humor.
La
cuaresma tiene
raíces profundamente enraizadas en la Biblia: En Gen 7, 12 La prueba del
diluvio duró 40 días. Moisés ayunó 40 días para prepararse (Éx 24). El libro de
Números relata que los espías invirtieron 40 días en explorar la tierra
prometida. 1 Sam 17: se narra que el filisteo Goliat se presentó ante los
israelitas durante 40 días seguidos para retarlos y finalmente David lo venció.
En 1 Reyes 19 se lee que Elías ayunó y caminó 40 días con el alimento de un pan.
Jonás predicó por 40 días la necesidad de penitencia y arrepentimiento en
Nínive.
La Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo no tiene paralelo en la historia por su brutalidad. Es el crimen más
monstruoso de la historia. A Jesús le costó mucho sufrir su Pasión, por eso
podemos meditarla como un modo de agradecer lo que hizo por nosotros. Da más
fruto la meditación de su Pasión una hora que tres días de retiro.
Dijo Jesús: Cuando ayunes, no
pongas tu cara triste, sino perfuma tu cabeza y lava tu cara, “y tu Padre que
ve en lo secreto, te recompensará” (Cf. Mateo 6, 16-17). En Oriente ayunan
todos los viernes; en Occidente ayunamos dos veces al año; hemos perdido algo
valioso. “El ayuno riguroso es penitencia gratísima a Dios”, dice San Josemaría
Escrivá (Camino 231).
El ayuno remueve el Corazón de
Dios, ayuda a tener dominio sobre nuestros instintos y aumenta la libertad del
corazón. Existen también los “ayunos” de caprichos, de egoísmo, de amor propio,
que son los mejores pues fortalecen el carácter y la voluntad.
Los 40
días de cuaresma pueden servir para meternos en nuestro interior y descubrir lo
que no sabemos de nosotros, podemos así conocer las heridas que llevamos,
nuestra debilidad y la necesidad que tenemos de la fortaleza de Dios. Y nos
preparamos para la revelación de Dios, de su misericordia, de su amor nuevo.
Dios tiene una palabra para cada uno de nosotros, pero a veces no lo oímos por
falta de recogimiento. Esta cuaresma podemos darle a Dios tiempo de oración
para orar. Podemos leer el Catecismo de
la Iglesia para prepararnos a la revelación de la misericordia de Dios.
Nuestras
soluciones son superficiales, no así las soluciones de Dios. Cuando ayunamos,
oramos y nos mortificamos, encontramos la solución a muchas interrogantes.
A
veces uno se pregunta: ¿qué sacrificios se pueden hacer, además del ayuno?
Quizás podrían ser algunos de los siguientes: cumplir el pequeño deber de cada
instante con alegría, vencer la flojera y la soberbia, comer lo que no gusta
(aunque sea una cucharadita); no ver películas, escuchar poca música, usar
menos el celular para poder mirar de frente a las personas, vivir la paciencia
y la caridad; ponerse de rodillas, con la frente en el piso, y orar así:
"Señor, yo te amo, te adoro, creo y espero en Ti. Te pido perdón por los
que no aman, no adoran, no creen y no esperan", oración que el Ángel les
enseñó a los pastorcitos de Fátima.
La propuesta de Dios para cada
Cuaresma es grande: es hacernos nuevos. Cuaresma es tiempo de conversión;
convertirse es buscar a Dios. Significa cambiar de rumbo en el camino de la
vida: pero no con un pequeño ajuste, sino con un verdadero cambio de sentido.
Conversión es ir contracorriente, donde la “corriente” es el estilo de vida
superficial, que a menudo nos hace esclavos del mal. La conversión es una
elección de fe que nos lleva a la amistad íntima con Jesucristo. Tenemos
necesidad de Él, que lleva a la alegría infinita.
Cuando tomo ceniza reconozco lo
que soy, una criatura frágil, hecha de tierra, pero hecha también a imagen de
Dios y destinada a él. Benedicto XVI explica que la Cuaresma es el tiempo
privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la
misericordia. Es una peregrinación en la cual Él mismo nos acompaña a través
del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría
intensa de la Pascua. El Papa Emérito también dice que la Cuaresma es como un
largo “retiro” durante el que debemos volver a entrar en nosotros mismos y
escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la
verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de “combate” espiritual
que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más
bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la
penitencia.
“Las
dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo
milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto (...) puede
hacer esperar un futuro menos oscuro”, escribió Juan Pablo II (Rosarium Virginis Mariae, 49). El
cuidado de la paz reclama de cada uno un constante dominio de sí mismo. Si en
el corazón de las personas persisten rencores y malquerencias, no puede
germinar allí la paz. Se debe purificar el alma del afecto al pecado, de allí
la importancia de la propia lucha interior y de que cada uno se proponga
pequeñas y grandes ascensiones en la vida espiritual.
Un ejemplo de espíritu de
penitencia lo tenemos en Jacinta y Francisco, los pastorcitos
portugueses, dos niños de 7 y 8 años, para quienes "ninguna mortificación
y penitencia eran demasiadas para salvar a los pecadores". A una santa francesa de los tiempos modernos Dios
le reveló: Aun cuando Yo os amo a todos y
en todo momento, considero con un amor particular a aquellos entre mis hijos
que están sufriendo. Los miro con una mirada mucho más tierna y afectuosa que
la de una madre. Te lo digo y repito yo, que hice el corazón de las madres.
Contadme cuál es vuestra pena, pequeños míos que estáis ya en mi corazón… (Gabriela Bossis, 1, 287).
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