Amor a la vida
La vida es maravillosa y todos nos damos
cuenta de ello, tiene luces y sombras, como toda obra de arte. Sin embargo,
fuera de toda lógica hay quienes desean acabar con la vida naciente. No les
quieren dar la oportunidad de gozar del primer derecho que todo humano tiene,
la vida. Desprecian en don de la vida, un don sagrado que Dios nos ha dado y
sigue dando. ¿Quién soy yo para decidir si alguien vive o muere? Eso
corresponde a la divinidad, dueña de la creación. El príncipe de este mundo
toma el dominio sobre pueblos y naciones y perdemos la razón cuando aprobamos
leyes que van contra el niño no nacido.
Los políticos y legisladores cambian el
tesoro de unas vidas por el poder, el placer y por quedar bien con los que
hacen las políticas internacionales.
Con la aprobación del aborto una gran
sombra siniestra cae sobre nosotros por haber despreciado la ley natural y las
leyes divinas. Todo el mundo sabe que matar es malo pero revisten ese matar con
velos de compasión. Compasión es “sufrir con”, y hemos de sufrir con la madre
que por ignorancia se deshace del hijo y por el hijo muerto en el amanecer de
su vida.
En vez de enseñarle a la juventud a
vestirse con vestiduras hermosas de limpieza y de bondad la hemos impulsado a
vestirse con vestiduras indecentes, hahapientas y sucias, a través de la
educación sexual que se imparte en las escuelas. Se ha apoderado de nosotros un
espíritu de error y de idolatría hacia el dinero, el poder, el placer.
Nos alegra que hayan salvado la vida
once niños perdidos en Tailandia, y otros tantos rescatados de los terremotos,
¿y no nos alegra una nueva vida que llega llena de promesas? Así inclinamos la
balanza hacia la perversidad en vez de hacia la solidaridad.
Si una madre no puede
sostener al hijo que espera, puede buscar quien lo adopte desde que el embrión
está en el seno de la madre.
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