Caminar en la presencia de Dios
Caminar en la presencia de Dios
Tener presencia de Dios es vivir en conversación con
el Señor, tener familiaridad con Él. A Dios le gusta que vivamos en su presencia, tanto es así
que la Biblia enseña que personajes como Abraham, Moisés, Samuel y David fueron
agradables a Dios, y de cada uno se dice: “Caminó en la presencia de Dios”.
Mucha gente no reza porque no tiene tiempo. Para que
el tiempo se multiplique hemos de tener más presencia de Dios. La persona que
ama encuentra siempre tiempo para quien ama.
Si una
gente vive en presencia de Dios capta las necesidades de los que le rodean. Ve
si una persona necesita contar cómo le fue, si debe hablar o escuchar; la
persona que tiene presencia de Dios sabe auto frenarse para no herir; sabe
tener paciencia con aquella persona que no es prudente. Ahora bien, si no hay
amor el problema será que no veremos más que defectos.
La paciencia todo lo alcanza, quien a
Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta, decía Santa Teresa de Jesús.
San
Pablo escribía: “sopórtense unos a otros”. Si hay espíritu crítico en nosotros,
hemos de pensar: “No me toca juzgar, sólo Dios juzga”, y ese suspender el juicio va a ser
agradabilísimo a Dios.
Cuando
San Juan de la Cruz quería saber qué tan auténtica era la vida espiritual de
una persona, le hacía una pequeña humillación, si brincaba, veía que le faltaba
mucho. San Josemaría decía: “No eres humilde cuando te humillas, sino cuando te
humillan y lo llevas por Cristo” (Camino,
594), en armonía con San Juan de la Cruz.
Hay
que pedirle al Señor la gracia de una percepción más fina de todas sus
delicadezas y de su inmenso amor para con nosotros. Delicadeza extrema en las
bromas. No podemos dar descolones, hacer desaires, ni tener faltas de paciencia
con todos. La venerable Guadalupe Ortiz de Landazuri decía: Hay que pedirle a Dios lentes de mirar de
cerca para descubrir las virtudes de las personas que nos rodean, y lentes de
mirar de lejos para tener una perspectiva amplia de la labor que hacemos.
Las
oraciones y sufrimientos producirán sus frutos en la medida de la intensidad de
nuestra unión con Dios. Dios es el que ora, sufre y ama en nosotros. El Amor
infinito nos ha amado hasta realizar verdaderas locuras: la locura del pesebre,
la locura de la hostia, la locura de la cruz. ¿Cómo corresponderle? Invocándolo
como al mejor amigo, al amigo íntimo, con quien siempre se cuenta; olvidando
las ofensas como si nunca hubieran existido.
San
Juan Pablo II dijo que la Iglesia del futuro era una Iglesia de contemplativos:
profesionistas, sacerdotes, amas de casa, obreros, cocineros, humanistas, religiosos,
etc.
Uno de
tantos modos de tener presencia de Dios es lo que el Señor le dijo a Santa
Faustina: “A
las 3 en punto, implora mi misericordia, especialmente por los pecadores y,
aunque sólo sea por un breve momento, sumérgete en mi Pasión, especialmente en
mi abandono en el momento de mi agonía. Esta es la hora de la gran
misericordia. En esta hora nada le será negado al alma que lo pida por mí en
virtud de mi Pasión” (Diario 1320).
Muchas
veces Él nos dice: “Piensa en mí, piensa en mí”, y es que amar a Dios es pensar
en Él, es escucharlo. Amar es ante todo vivir
para el ser amado; y él nos ayudará a descubrir todo lo que queda en nosotros
de apego y de búsqueda del propio yo. La capacidad de encontrarlo está en
nuestra fe.
La
presencia de Dios es compartir todo con Dios, pedirle ayuda y consejo y
considerar los asuntos en su presencia. La presencia de Dios nos ayuda a alejar
las preocupaciones inútiles o inoportunas. Dios nos podría decir: “¡No pierdas
el tiempo olvidándome! Pensar en mí es multiplicar por diez tu fecundidad”.
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