Lo que encontré en mi primera Misa, relata Scott Hahn:
Allí
estaba yo, de incógnito: un ministro protestante de paisano, deslizándome al
fondo de una capilla católica para presenciar mi primera Misa. Era un día entre
semana, en una iglesia que estaba discretamente en un sótano, “un lugar
seguro”, pensé. Quería entender a los primeros cristianos pero no tenía ninguna
experiencia de la liturgia. Me prometí que no me arrodillaría ni tomaría parte
en ninguna idolatría. Me senté en la penumbra Delante de mí había un buen
número de fieles. Me impresionaron sus genuflexiones y su aparente
concentración en la oración. Entonces sonó una campana y todos se pusieron de
pié.
Inseguro
de mi mismo, me quedé sentado. Como evangélico calvinista, se me había
preparado durante años para creer que la Misa era el mayor sacrilegio que un
hombre podía cometer. La Misa, me habían enseñado, era un ritual que pretendía
“volver a sacrificar a Jesucristo”.Así que permanecía como mero observador.
Sin
embargo, a medida que avanzaba la Misa algo me golpeaba. La Biblia estaba
delante de mí: ¡en las palabras de la Misa! La experiencia fue sobrecogedora.
Permanecía sin embargo al margen hasta que oí al sacerdote pronunciar las
palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo... éste es el cáliz de mi
Sangre”.
Sentí
entonces que toda mi duda se esfumaba. Mientras veía al sacerdote alzar la
blanca hostia, sentí que surgía de mi corazón una plegaria como un susurro:
“¡Señor mío y Dios mío. Realmente eres tú!”.
No
podía imaginar mayor emoción que la que habían obrado en mí esas palabras. La
experiencia se intensificó un momento después, cuando oí a la comunidad
recitar: “Cordero de Dios... Cordero de Dios... Cordero de Dios”, y al
sacerdote responder: “Éste es el Cordero de Dios...”, mientras levantaba la
hostia.
En
menos de un minuto, la frase “Cordero de Dios” había sonado cuatro veces. Con
muchos años de estudio de la Biblia, sabía inmediatamente donde me encontraba.
Estaba en el libro del Apocalipsis, donde a Jesús se le llama Cordero no menos
de 28 veces en 22 capítulos. Estaba en la fiesta de bodas que describe San Juan
al final del último libro de la Biblia. Estaba ante el trono celestial, donde
Jesús es aclamado eternamente como Cordero. No estaba preparado para esto, sin
embargo...: ¡estaba en Misa! Todos se marcharon… No me pude mover de allí en una hora.
Cuando bajé a Misa al sótano por curiosidad, no sabía si había bajado o subido
al Cielo, a la Nueva Jerusalén.
Regresaría
a Misa al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Cada vez que volvía,
“descubría” que se cumplían ante mis ojos más Escrituras. El Apocalipsis se me
hacía visible, donde describe el culto de los ángeles y los santos en el cielo.
En la capilla oía una comunidad que cantaba: “Santo, Santo, Santo”. Seguía
sentándome en el último banco. Con renovado vigor me sumí en el estudio de la
primitiva cristiandad y encontré que los primeros obispos, habían hecho el
mismo “descubrimiento” que yo estaba haciendo cada mañana.
En
una o dos semanas yo estaba atrapado. No sé cómo decirlo, pero me había
enamorado de pies a cabeza, de Nuestro Señor en la Eucaristía. Su presencia en
el Santísimo Sacramento era para mí personal y poderosa. Día a día presenciaba
todo el drama de la Misa, veía la Alianza renovada frente a mis ojos. Sabía que
Cristo quería que yo lo recibiese en la fe, no solamente en mi corazón, sino
también físicamente, sobre mi lengua, en mi garganta, y totalmente dentro de mi
cuerpo y alma. Era esto en lo que toda la Encarnación consistía. Esto era el
evangelio en plenitud. Me volví al Señor en oración: “Señor, ¿qué quieres que
haga?”. Yo estaba completamente desconcertado, cuando para mi sorpresa, sentí
que me respondía: “¿Qué es lo que tú, hijo mío, quieres hacer?”. ?”. Fue fácil.
Ni siquiera tuve que pensarlo dos veces: “Padre, quiero volver a mi casa.
Quiero recibirte a ti, Jesús, mi Hermano mayor y Señor, en la Santa
Eucaristía”. Y hubo como una suave respuesta del Señor: “Yo no te estoy
deteniendo”.
Me
sentía en éxtasis. Es imposible describirlo. Entonces recordé que era mejor
consultar primero con la única persona que sí estaba tratando de detenerme.
Bajé las escaleras para buscar a Kimberly, mi esposa...
Scott Hahn se
convirtió al catolicismo en la Pascua de 1986.
Conviene
leer lo que el Señor le reveló a Santa Gertrudis la Mayor: “Vuestra oración es
sumamente potente y efectiva durante la consagración en la Santa Misa -es decir
en la elevación-. Cada vez que alzas la vista para contemplar el Santísimo
Sacramento, tu lugar en el cielo se eleva un tanto más”.
Santa Faustina
Kowalska narra en su Diario: Un día
Jesús me dijo que castigaría a una ciudad, a la más bella de nuestra patria. Vi
la ira de Dios... En silencio he orado. Después de un rato Jesús me dijo: “Niña Mía, únete durante la Santa Misa
conmigo y ofrece al Padre celestial la Sangre y heridas mías para desagraviar
los pecados de esta ciudad. Repítelo sin parar durante toda la Santa Misa por
siete días”. Al séptimo día vi a Jesús en una nube blanca, me miró
amablemente y me dijo: “Por ti bendigo a
toda la patria”.
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