Fortalecer a la familia
El matrimonio y la
familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad. La familia
es la organización humana en la que cada persona es aceptada por ella misma, y
no por su inteligencia, simpatía, o utilidad del tipo que sea. La familia aporta las principales «razones» para vivir, luchar,
trabajar.
El papel de la familia
en los actuales momentos es determinante para encauzar al mundo hacia un futuro
lleno de esperanzas. La familia en el continente americano
está atacada tanto por leyes que violan el derecho fundamental a la vida
o el carácter único del matrimonio como por la “dictadura del mercado”.
Un matrimonio debe dialogar al menos 16 horas
a la semana.
Los que quieren disolver el orden cristiano de
la sociedad procuran, en primer término, destruir la familia, el hogar que es
su fundamento. Atacan la unidad y la indisolubilidad del matrimonio, deshacen y
confunden el orden de sus fines, niegan a los padres la potestad de educar a
sus hijos y quieren convertir los hogares en establecimientos públicos –como
celdas de una inmensa colmena estatal- sin calor y sin intimidad, transformando
las relaciones de afecto en una reglamentación de derecho.
Las personas casadas se deberían de preguntar:
“¿Cómo enriquecer el amor conyugal?”
Cada uno podría meter iniciativa en ello. La mujer que es esposa y madre, ha de
darle importancia que el marido necesita ocupar un lugar muy especial en la
casa y en su corazón. La mujer debe vivir un balance entre esos dos polos.
El amor conyugal se enriquece con detalles
pequeños, con conversaciones interesantes y cultivadas, con interés por lo que
hacen los demás... Se enriquece al compartir penas y alegrías, al participar en
proyectos comunes, al cultivar la amistad y, sobre todo, al compartir los
mismos valores morales, sociales y culturales. La participación es la clave de la familia.
Y, ¿cómo
defender la institución matrimonial? El matrimonio es
una alianza por la que el varón y la mujer constituyen un consorcio de toda la vida,
ordenado al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos. El
matrimonio tiene un lugar importante en
el plan de Dios. La
Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del
hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios y se cierra con la visión de
las “bodas del Cordero” (Ap 19,9). La comunidad de vida y de amor conyugal,
fundada por el Creador está provista de leyes propias. La vocación al
matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del ser humano.
La Constitución Gaudium et spes dice
que “la salvación de la persona y de la sociedad humana está estrechamente
ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (n. 47).
“Dios ha creado al hombre por amor, lo ha
llamado también al amor (...) Habiéndolos creado hombre y mujer, el amor mutuo
entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que
Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del creador. Y
este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra
común del cuidado de la creación” (CEC, n. 1604),
La Biblia dice que el hombre y la mujer fueron
creados el uno para el otro. Pero está
unión está amenazada por la discordia, la infidelidad, los celos y los
conflictos. Este desorden se origina en el pecado, por agravios recíprocos
o unilaterales. La hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos
puede quedar sometida a otros intereses. Para sanar las heridas del pecado
necesitamos la gracia.
La preparación para el matrimonio es de
primera importancia. a los que llevan un noviazgo formal podríamos
recomendarles el Catecismo del Noviazgo, editado por el Arzobispado de
Guadalajara. También una película llamada Comprometerse.
El ejemplo dado por los padres y por las
familias son el camino privilegiado de esta preparación (o a veces son el
modelo de lo que no se debe hacer). Los hijos deben ser educador en el cultivo
de buenos hábitos y de la castidad para que tengan noviazgos limpios y
matrimonios castos.
El amor conyugal exige una fidelidad inviolable.
Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente los esposos.
El auténtico amor no es pasajero, resiste el paso del tiempo. Si los padres
aman a sus hijos van a buscar el bien de los hijos, y esto exige estabilidad,
fidelidad plena de los cónyuges y su indisoluble unidad.
Por todos los medios se ataca la fidelidad
matrimonial y la pureza de vida, ahora con los “derechos sexuales y
reproductivos”, que quieren avalar toda desviación sexual. La virtud de la castidad no hay que entenderla
como una actitud represiva sino, al contrario, como la transparencia y la
custodia, al mismo tiempo de un don recibido, precioso y rico: el del amor, en
vista de la donación de sí que se realiza en la vocación específica de cada
uno.
La castidad se ordena
al "don de sí" porque implica el "dominio de sí". Puesto
que nadie puede dar lo que no posee:
si la persona no es dueña de sí misma por medio de la castidad, carece de
aquella autoposesión que la hace capaz de donarse. La castidad es la energía espiritual
que libera el amor del egoísmo y de la agresividad. En la medida en que en
el hombre se debilita en la castidad, su amor se hace progresivamente egoísta,
es decir, buscará la satisfacción de un deseo de placer y no ya el don de sí
mismo. Por ello, "la alternativa es clara: o el hombre controla sus
pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace
desgraciado" (CEC, n. 2339).
Ciertamente, la
educación sexual es necesaria, pero recordando que son los padres de familia
los primeros responsables, y que debe realizarse según las edades de los hijos
y dentro de un contexto de vocación al amor en el matrimonio: No se les debe
presentar ningún material de carácter erótico, ni invitarlos a actuar de modo
que puedan ofender objetivamente la modestia.
La lucha por vivir la
castidad le corresponde a cada uno, según el estado civil y la edad en que se
encuentre; la lucha por defender el verdadero sentido de la familia, del
matrimonio y de la sexualidad humana nos corresponde a todos.
Hay personas que no quieren tener límite en
nada. Cuando se
sostiene que abandonar el límite es
la forma ser independiente, lo que se consigue es el encerramiento en el propio
vacío y la desorientación, es decir, la falta de libertad. Hay quienes
entienden la libertad como el instinto de dominio o de cumplir caprichos.
Lo más fácil es enamorarse; lo más difícil,
permanecer enamorados. Por eso no se puede tomar a la ligera el compromiso del
noviazgo o del matrimonio.
Los fines del matrimonio —el amor y la ayuda
mutua— sólo son posibles con entrega y espíritu de sacrificio ejercitado con
alegría y buen humor.
Anotamos algunos signos de degradación de
valores fundamentales:
- Una equivocada concepción teórica y
práctica de la independencia de los cónyuges entre sí;
- Las
ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e
hijos;
- La dificultad para transmitir valores y
educar en buenos hábitos porque se oscurecen los valores fundamentales;
- El número cada vez mayor de divorcios y
abortos,
- La instauración de una mentalidad
anticonceptiva
- La corrupción de la idea y de la
experiencia de la libertad, concebida como fuerza autónoma de
autoafirmación.
- La creación de diversiones noscivas y de
caricaturas que deforman la conciencia de los niños, como los otaku y el “anime” japoneses.
Se hace necesario
recuperar la conciencia de la primacía de los valores morales, que son los
valores de la persona. Dice el Papa Benedicto: Dar a conocer las normas morales es la obra de
caridad prioritaria (Cfr. Dios y el mundo, p. 197). Seriamente:
¿Qué vamos a hacer para dar a conocer las normas morales?
Es tarea apremiante
fortalecer a la familia, tarea en la cual nos encontramos todos comprometidos. No
tengamos miedo a proclamar que la familia auténtica se basa en el matrimonio
entre un varón y una mujer; no tengamos miedo a decir que la sexualidad humana
es un gran bien, un tesoro porque transmite el bien más grande, es decir, la
vida humana; no tengamos miedo a decir que precisamente por esto, porque se
trata de la vida humana, las relaciones sexuales entre adolescentes (o
cualquier persona) deben realizarse dentro del matrimonio, que es el ámbito adecuado
para que nazca y se eduque un ser humano.
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