En el camino les explicó las “Escrituras”
“¿Acaso no ardía
nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino, cuando nos explicaba las
Escrituras?”, dijeron los discípulos de Emaús. Siempre me he preguntado qué les
habrá explicado Jesús por el camino sobre su Pasión, por eso me puse a
consultar libros. Dice el Evangelio según San Lucas que el Señor les dijo que
era necesario que el Cristo padeciera: “Y comenzando por Moisés y por todos los
profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él” (Lc
24,27).
Los cuatro evangelistas
nos hablan de las horas en las que Jesús sufre y muere en la cruz. Lo singular
de estas narraciones es que están llenas de alusiones y citas del Antiguo
Testamento.
En su libro sobre Jesús de Nazaret (II), Benedicto XVI nos
hace ver que San Mateo contiene enseñanzas y hechos que iluminan el misterio de
la reprobación de Jesús, el Mesías
prometido, por parte de los dirigentes judíos. El evangelista va exponiendo
de diversas maneras ese misterio y muestra cómo esos acontecimientos están
previstos y anunciados por los profetas, y son su cumplimiento.
Es interesante
comprobar cómo se portaba la iglesia naciente respecto a los hechos de la vida
de Jesús. Lo que Cristo había enseñado a los discípulos de Emaús, se convierte
ahora en el método fundamental para comprender la figura de Jesús: todo lo
sucedido respecto a Él es sólo se le puede comprender basándose en la
“Escritura”, es decir, en el Antiguo Testamento.
La muerte de Jesús en
la Cruz no es una casualidad. Hay un caudal enorme de testimonios que confluyen
en el trasfondo de la muerte de Jesús en la Cruz, entre los cuales el más
importante es el cuarto canto sobre el siervo de Dios (Is 53,3-12).
En la narración de la
Pasión se encuentran intercaladas múltiples alusiones a los textos
veterotestamentarios. Dos de ellos son de fundamental importancia porque
iluminan todo el arco del acontecimiento de la Pasión: son el Salmo 22 e Isaías
53.
Jeremías dice: “Yo, como manso cordero llevado
a inmolar, ignoraba las maquinaciones que tramaban contra mí” (Jer 11,19).
Jesús fue vendido por
treinta monedas de plata. El profeta Zacarías lo anuncia al decir: “Ellos
pesaron mi paga, treinta siclos de plata” (Za 11,12).
“A Jesús le escupían,
le quitaban la caña y le golpeaban en la cabeza”, escribe San Mateo 27,30. El
profeta Isaías asienta: “He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, y mis
mejillas a quienes me arrancaban la barba. No he ocultado mi rostro a las
afrentas y salivazos” (50,6). Y continúa Isaías: “Despreciado y rechazado de los
hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento; como uno del cual se
aparta la mirada, despreciado, estimado en nada” (52,3). “Cargó con nuestros
dolores, y nosotros lo tuvimos por castigado, herido de Dios y humillado. Pro
él fue traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados. El
castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre él, por sus llagas hemos sido
curados” (53, 4-5). “Fue llevado como cordero al matadero, como oveja muda ante
sus esquiladores, no abrió boca” (Is 53,7).
Entre los oprobios que
sufre está el escarnio de la gente: “Al verme, todos hacen burla de mí, tuercen
los labios, mueven la cabeza” (Salmo 22,8; v. 29), la burla por invocar a Dios:
“Confió en el Señor, que Él lo salve, que lo libre, si es que lo ama” (Salmo
22,9).
Después de
crucificarlo, se repartieron sus ropas echando suertes. El Salmo 22 dice: “se
reparten mis ropas y echan a suertes mi túnica” (v. 19). Los que pasaban le
injuriaban moviendo la cabeza. En ello se cumple también el Salmo 22: “Al
verme, todos hacen burla de mí, tuercen los labios, mueven la cabeza” (v. 8).
Cuando Jesús dice:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”(Mt 27,46), repite el Salmo
22,2: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”.
El Evangelio narra que
le dieron a beber vinagre. En el Salmo 69 se lee: “Me daban hiel por comida,
cuando tenía sed me escanciaban vinagre” (v. 22).
San Juan cita al final
de su relato de la crucifixión unas palabras del profeta Zacarías: “mirarán al
que traspasaron” (Za 2,10). Al principio del Apocalipsis, dice Benedicto XVI, estas palabras se aplican al
retorno del Señor: Lo verán incluso los que le traspasaron (cf. Ap 1,7).
El velo del Templo se
rasgó en dos de arriba abajo y la tierra tembló. Era un velo de púrpura
violácea (Ex 26,31). El triunfo de la misión de Cristo lo ve Marcos en dos acontecimientos:
la ruptura del velo del Templo (v. 38), que simboliza la desaparición de las
barreras entre el pueblo de Dios y los gentiles (cfr. Salmo 22,31), y la
confesión de la divinidad de Jesús por parte de un gentil: el centurión que
estaba allí (v. 39).
El encuentro de los
discípulos de Jesús con Jesucristo representa el modelo de una catequesis que
tiene por centro la explicación de las Escrituras, que sólo Cristo es capaz de
dar, mostrando en sí mismo su cumplimiento. De este modo renace la esperanza en
aquellos discípulos, testigos convencidos del resucitado, (cfr, Isaías 53, 4-5
y 12; Lc 24, 13-35).
Cuando se dice que
Jesús ha resucitado según las Escrituras, se mira sin duda al Salmo 16: “No
abandonarás mi alma en el seol, ni dejarás a tu fiel ver la corrupción” (v.
10).
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